INT. ESTACIÓN ESPACIAL INTERNACIONAL - MÓDULO DE OBSERVACIÓN - DÍA (HORA GLOBAL COORDINADA)
El módulo de observación de la Estación Espacial Internacional, con sus pantallas brillando y el zumbido constante de los equipos de soporte vital, se sentía como una burbuja tecnológica flotando en la inmensidad. Afuera, la Tierra se desplegaba, inmensa y silenciosa, un remolino hipnotizante de océanos azules, continentes verdes y nubes blancas bajo la luz cruda del sol. Era una vista que normalmente infundía paz y asombro, pero hoy, algo la hacía sentir… tensa.
La Dra. Anya Sharma, una mujer de unos treinta años cuyo rostro inteligente, usualmente iluminado por la curiosidad científica, ahora estaba contraído por una preocupación palpable, observaba los monitores. Los gráficos de radiación cósmica parecían haber enloquecido, saltando erráticamente sin patrón.
"Ben, mira esto", dijo, su voz tensa a pesar de su entrenamiento para mantener la calma. "Las lecturas de radiación cósmica están fluctuando de manera completamente errática. Los detectores están sobrecargados, pero no detectan una fuente conocida. Nunca he visto algo así".
A su lado, el comandante Ben Carter, un veterano espacial de cuarenta años con la expresión de quien ha enfrentado peligros, pero cuya inquietud crecía a cada segundo, revisaba una serie de lecturas en su tableta. Las cifras no tenían ningún sentido.
"Lo sé, Anya", respondió, su voz grave. "Mis sensores de telemetría también dan lecturas extrañas. Es como si hubiera una interferencia masiva, un ruido a un nivel fundamental, pero no hay ninguna tormenta solar ni actividad geomagnética que lo explique".
En una gran pantalla que dominaba el centro del módulo, el gráfico de las comunicaciones con el control terrestre era el electrocardiograma de un paciente moribundo. La línea verde, antes constante y tranquilizadora, era ahora una pesadilla de picos irregulares y caídas abruptas. Un pitido agudo y repentino de una consola cercana los hizo dar un respingo. Un indicador crítico de estabilidad orbital parpadeó en rojo furioso antes de apagarse por completo, silenciando la alarma.
"Las comunicaciones se están cayendo a pedazos", continuó Ben, tecleando inútilmente. "Intenté contactar a Houston hace cinco minutos, la señal se cortó a mitad de la transmisión. Luego lo intenté con Tsukuba… nada más que estática. Es como si el planeta entero estuviera desconectándose". Hizo una pausa, su mirada perdida. "En la última transmisión que sí llegó, mencionaron apagones masivos y fallas en cascada en las redes eléctricas y de comunicación por todo el mundo. Lo que sea que está pasando... no es local".
Hana Sato, la ingeniera de sistemas de unos treinta años, se acercó a ellos, su rostro joven y pálido reflejando el miedo que sentía, su tableta mostrando datos caóticos.
" Dra. Sharma, los sistemas externos están reaccionando de forma violenta. Y los telescopios... han captado algo que... no es de este mundo, literalmente".
Hana proyectó una imagen holográfica en el centro del módulo. La vista de la Tierra dio paso a un espectáculo de luces que helaba la sangre. Miles, millones de puntos de luz brillante, cada uno con un leve halo de colores cambiantes —violetas, verdes, azules imposibles—, descendían en silencio hacia la atmósfera terrestre. No era una lluvia de meteoros; eran demasiado numerosos, demasiado lentos, y su dispersión era global, cubriendo continentes y océanos en un patrón que parecía... deliberado.
"¿Qué... qué demonios son esas cosas?", murmuró Anya, acercándose al holograma. "¿Meteoritos? ¿Algún tipo de desintegración orbital masiva?".
"Demasiado lentos, demasiado numerosos y no se comportan como materia sólida, Dra. Sharma", respondió Hana. "Los sensores no los clasifican como nada conocido. Y miren lo que pasa cuando golpean la atmósfera..."
Ben se unió a ellas frente al holograma, su asombro reemplazando momentáneamente la inquietud. Los puntos de luz, al encontrar mayor resistencia atmosférica, no se desintegraban en fuego y humo. En cambio, se intensificaban, brillando con una luz cegadora.
"Están entrando en la atmósfera...", dijo Ben, con la voz ronca. "La energía que liberan... es inmensa. Pero la señal... no es calor. Es una frecuencia que no hemos detectado antes".
En la pantalla holográfica, al alcanzar ciertas capas de la atmósfera, cada punto de luz se transformaba en un destello. Pero no eran explosiones simples. Eran formaciones luminosas, ondulantes, etéreas, como gigantescas medusas de energía danzando en el cielo por un breve instante. Sus bordes brillaban con una intensidad deslumbrante, mientras sus centros pulsaban con un color celeste brillante, esa energía desconocida.
"No están explotando...", susurró Anya, con los ojos muy abiertos. "Están... transmutando. Cambiando de estado".
Hana amplió una de las "medusas" antes de que se desvaneciera. "Y miren... de cada una, de su núcleo celeste, parece desprenderse algo... una especie de semilla de luz. Continúa cayendo hacia la superficie, más compacta, inalterada por la atmósfera baja".
Ben retrocedió, negando con la cabeza. "¿Medusas? ¿Semillas de luz? Esto... esto es una locura. Es imposible. ¿Qué estamos viendo, Hana?"
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Editado: 02.06.2025