LOCUTORA:
“Buenas noches, Florida. Aquí, bajo un cielo cargado de nubes y relámpagos que iluminan la costa, les doy la bienvenida a otra noche en La Hora del Faro."
“Las calles de Miami están mojadas, el aire huele a lluvia y sal, y las olas rompen con fuerza en la orilla. Es una de esas noches en las que el trueno se convierte en canción y la brisa en un susurro lleno de historias.”
LOCUTORA:
“Dime, ¿dónde estás esta noche? ¿En casa, viendo la tormenta a través de los ventanales empañados? ¿O conduciendo por una carretera mojada, con la radio encendida y el corazón lleno de pensamientos?”
“Aquí, en la frecuencia de los soñadores nocturnos, dejamos que la lluvia marque el compás mientras escuchamos Colors de Halsey. Porque algunas historias solo pueden contarse cuando el cielo está en llamas y el mar responde con su oleaje.”
La música sube, la voz de la locutora se disuelve en la melodía, y por un momento, todo parece tan… romántico.
Es gracioso. Ella hace ver la tormenta como algo poético, casi nostálgico, como si la lluvia fuera solo un telón de fondo para historias de amor y confesiones susurradas. Pero la realidad es otra.
Las tormentas no son canciones, ni metáforas. Son fenómenos violentos, sistemas de baja presión capaces de desatar ráfagas de viento que arrancan árboles de raíz, lluvias torrenciales que inundan calles en cuestión de minutos, y descargas eléctricas que pueden incendiar un edificio con la misma facilidad con la que enciendes un cigarro.
Y esta noche en particular, no es la excepción.
Miro por la ventana. Las gotas golpean el cristal con una cadencia frenética, arrastradas por el viento que sopla con más fuerza de lo normal. Los relámpagos iluminan el horizonte con breves destellos, seguidos por truenos que hacen vibrar el suelo. Sé que en este momento hay advertencias activas en toda la ciudad: inundaciones repentinas en algunas zonas bajas, ráfagas de hasta 50 millas por hora y la posibilidad de tornados aislados al sur del condado.
Yo lo sé porque es mi trabajo saberlo.
Estudio meteorología. Paso mis días analizando mapas satelitales, estudiando patrones atmosféricos y siguiendo el rastro de cada tormenta que se forma sobre el Atlántico. Y aunque siempre me ha fascinado el caos del clima, también sé que la belleza de una tormenta es solo una ilusión para quienes no comprenden su verdadero poder.
Afuera, la ciudad brilla bajo la lluvia, como si nada de esto importara. La gente sigue con su vida: algunos corren bajo paraguas, otros conducen sin pensar en los charcos que ocultan el peligro de la hidroplaneación. Y en algún lugar, alguien escucha la radio, tal vez con una taza de café en la mano, dejándose llevar por la voz de la locutora, creyendo que esta es solo una noche más.
Yo venía manejando de regreso a casa después de otro largo día de trabajo. Últimamente, equilibrar mis estudios y el empleo se había vuelto un reto agotador, pero no me quejaba. A pesar del cansancio, me encantaba lo que hacía.
Estudiar Meteorología en la Universidad de Miami era un sueño que había perseguido con determinación, y trabajar en StormTrack Weather Services me permitía aplicar todo lo que aprendía en clase en el mundo real. Pasaba mis días analizando patrones climáticos, interpretando modelos de predicción y colaborando en reportes sobre tormentas tropicales. No era fácil, pero cada vez que veía una tormenta formarse en el horizonte, sentía que estaba exactamente donde debía estar.