Su mente lo llevaba traicionando por días, y por lo visto, la situación iba en aumento. Veía sombras por la casa, por la calle e incluso en su trabajo, pero cuando se daba vuelta para ver con claridad no había nada.
Eso era exacto lo que había pasado hace un segundo, creyó ver algo por el rabillo del ojo. Se giró rápido, pero como ya era costumbre, no había nada. Debido a su movimiento brusco, pasó a llevar el vaso que estaba en la encimera, haciendo que este se estrellara contra el suelo de la pequeña cocina. Pedazos de vidrio saltaron por todas parte y el contenido se esparció ensuciando el lugar.
Cerró los ojos para concentrarse en su respiración e intentar calmarse. Sus manos sudaban frío y su cuerpo estaba temblando. Se pasó las manos por el pelo para luego agacharse y recoger los pedazos del vaso del suelo. Sabía que su mente le estaba jugando de mala forma, pero eso no quitaba que ver una sombra le aterrara.
El vaso contenía jugo y aunque ahora estuviera por todo el suelo, no podría limpiarlo. No porque no quisiera, sino porque su tiempo era limitado y ordenar le quitaría tiempo. Pronto anochecería y él debía estar listo en su cuarto, por lo que solo puso un trapo para que absorbiera algo del líquido. Cuando volviera a salir el sol lo asearía a más profundidad.
Al dejar a medio limpiar, metió más comida dentro de la pequeña batidora que estaba usando en ese momento. No le gustaban mucho los batidos, pero era lo único que podía comer durante las próximas 24 horas. Esas eran las instrucciones que se le habían dado toda su vida.
Desde temprano había comenzado a preparar las cosas que necesitaría en las próximas horas. El día antes de la “noche eterna” no se salía de la casa a trabajar, ni a la escuela, ni a otras actividades, todo aquel día estaba cerrado. Todos se tomaban en serio lo que ocurriría aquella noche.
Siempre, días antes, todas las personas se veían preocupadas, cansadas y hasta tenían un aura sombría. Muchos habían perdido a familiares ese día, además que seguía el miedo de perder a muchos más. Incluso Johan, se veía afectado por esta aura de tristeza que envolvía a todo su país. Además, que él tampoco estaba libre de las estadísticas de familiares perdidos.
La noche eterna, era una fecha donde aún nadie se acostumbraba a su existencia, ni siquiera aquel hombre solitario que caminaba por el departamento llevando las cosas que necesitaba a su habitación. Todos los años era igual de estresante, como la primera vez que él fue consciente de los peligros que ese día representaba.
Cuando era pequeño, sus padres lo medicaban para que no se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. Los niños eran peligrosos, por lo cual había que tomar medidas extremas, todo en son de mantenerlos con vida. Y es que muchos, tanto por curiosidad o por no quedarse mucho tiempo quietos, hacen caso omiso de las instrucciones de sus padres, provocando sus muertes prematuras.
Johan ya había perdido amigos, compañeros y hasta familiares de pequeño, en su momento no entendía la preocupación de sus padres, pero cuando supo la verdad entendió que habían tomado la mejor decisión. Debido a ellos, él había crecido, tenido una carrera y hasta una familia, lamentablemente nunca tuvo ese cuidado extremo con su hija.
El hombre había tenido una hermosa hija, una pequeña que iluminaba toda su existencia, la cual solo llegó a cumplir cuatro. Hace nueve años, la niña ya no pudo seguir esperando a que amaneciera. Lo único que encontró al alba, fue su peluche ensangrentado tirado al lado de la cama.
Ahora vivía solo, la pérdida lo afecto tanto a él como su mujer. Ambos se terminaban culpando de lo que paso a su hija, las peleas se volvieron algo común, por lo que decidieron separarse. Johan ahora vivía en un pequeño departamento, en bastante mal estado, pero era lo mejor que podía conseguir con su sueldo y cerca de su trabajo. Además que pasaba gran parte de su tiempo fuera de casa, por lo cual tampoco necesitaba un espacio más grande.
El mismo ruido que inundaba el pequeño departamento se escuchaba por las demás casas de la ciudad, el de una batidora. La comida procesada es la única que podías ingerir durante la “noche eterna”, era la única comida que los amorfos no reconocían como ruido, por lo cual no te atacaban.
Dejó varios vasos con bombillas en su mesa de noche. Su habitación era simple, no había ningún cuadro ni nada que decorara el lugar. El papel mural estaba destruido y muy sucio. El piso incluso tenía maderas levantadas con las cuales tenía que tener cuidado para no tropezar, lo único que se podía observar era la cama, la mesa de noche a un lado y una, gran ventana que daba a una de las calles principal, que en ese momento estaba desierta.
—Supongo que no me falta nada más —dijo en voz alta para sí mismo.
***
Apenas ya iba quedando un rastro de la luz del sol en el horizonte. En tiempo se estaba acabando, por lo que rápidamente se pudo su pijama, y por última vez se cercioró de que todo estaba en su lugar. Prendió la vela y se acostó en la cama.
El sol abandonó el cielo por completo, dando paso a la noche eterna.
Aunque las horas pasaran y se cumplieran las doce horas de noche habitual, Johan sabía que no saldría el sol. Ese día, la oscuridad duraría veinticuatro horas, hasta que dejara pasar otra vez el sol. El mayor problema era lo que la ausencia de luz natural provocaba en el entorno. Cada noche normal, salían los amorfos a intentar alimentarse. En esos casos también había que tener ciertas precauciones, las más importantes, no dejar partes de tu cuerpo fuera de la cama. Ese breve momento lo podrían tomar los amorfos para poder alimentarse.