La humedad del subsuelo no olía a tierra. Olía a encierro, a encaje marchito, a la memoria pútrida de lo que alguna vez fue carne. Entre las losas de mármol agrietadas yacía un féretro antiguo, con inscripciones en un idioma que la historia se negó a conservar. Nadie bajaba allí. Nadie debía. Era la novena tumba. Y desde generaciones atrás, la servidumbre del Castillo Nocturne sabía que contar los ataúdes en voz alta traía muerte.
Pero esa noche, la tapa del noveno féretro se deslizó sola.
Un leve chirrido rasgó el silencio. La bruma danzaba como espectros alrededor del cuerpo que emergía. La figura femenina era delgada, elegante, de una belleza espectral. Su piel parecía esculpida en ceniza de luna. Cabello largo, blanco como la nieve caída en un cementerio deshabitado, enmarcaba un rostro con los ojos más rojos que el pecado.
No hubo jadeo, ni grito, ni confusión. Solo un murmullo.
—He vuelto otra vez...
Sus dedos huesudos rozaron los bordes del féretro como si reconociera el tacto. No era la primera vez que despertaba. En esta misma cripta, en distintos cuerpos, había despertado ocho veces antes. Y en cada una, su vida había terminado de forma brutal. Envenenada. Descuartizada. Quemada. Enterrada viva. Nadie recordaba su nombre. Solo su muerte.
Pero esta vez era distinto. Esta vez, había algo nuevo dentro de ella: fuego.
Se incorporó, y a su alrededor, las mariposas rojas emergieron de la oscuridad. No eran mariposas reales, sino entidades hechas de recuerdos rotos. Las llamaba "testigos". Cada una representaba un momento antes de su muerte anterior. Las siguió.
Subió los peldaños del mausoleo sin temblar. Sus pies descalzos dejaron huellas sangrientas sobre las piedras antiguas, aunque no tenía herida alguna. Algo más sangraba por dentro. Algo que nunca había sanado.
Al salir al aire libre, el mundo no era menos tétrico. Castillo Nocturne seguía en pie, aunque el tiempo lo hubiera devorado. Torres góticas cubiertas de hiedra negra. Ventanas cubiertas por cortinas que no se movían con el viento. Y en lo alto, la luna carmesí, idéntica a la noche de cada una de sus muertes.
Y entonces lo oyó.
Las campanas. Nueve campanadas huecas, profundas, una por cada vida extinguida.
Y con el último eco, una voz resonó en su mente. Una voz sin boca. Una verdad olvidada:
—Una última oportunidad, Lys Nocturne. Descubre quién te traicionó en cada vida. Si fallas esta vez… no volverás jamás.
El tiempo no era lineal para ella. Lo entendía ahora. Cada vida era un capítulo distorsionado, y en cada uno, alguien la había vendido al verdugo. Pero las caras eran distintas. El asesino siempre cambiaba de máscara.
Y esta vez, tendría que jugar el juego… en su versión más cruel.
**
Esa noche, las puertas del castillo se abrieron. Un carruaje negro aguardaba por ella. Sin auriga. Sin caballos.
Una invitación estaba sobre el asiento.
"Lys Nocturne: Se le convoca al Baile de la Luna Carmesí. Asista como es debido. Venga con sus recuerdos."
Al fondo del carruaje, descansaba una máscara blanca. Sonreía sin boca.
Y el vestido que colgaba frente a ella, no era nuevo. Era el mismo con el que murió en su sexta vida.
Lys sonrió, sin alegría.
Y dijo, con la voz del pasado:
—Bien. Que comience la última cacería.