—¿Qué te pasa?, ¿estás loca?
Me alejé de ella con la intención de limpiarme la saliva que había caído en mis ojos. Una parte de filtró y me ocasionó ardor.
Ella intentó escapar aprovechando mi descuido, llegó a la puerta pero no la pudo abrir. Al escucharlo me dí la vuelta y fui por ella sujetándola de los brazos para inmovilizarla.
—¿Por qué estás actuando así?—Pregunté nuevamente.
Era obvio su motivo, se había enterado de todo y el coraje que me tenía pudo sobresalir hasta ese momento en el que me vió.
Traté de calmarla pero de nada sirvió, ella estaba tomando una actitud como nunca me lo imaginé. La desesperación de ambos nos llevó a tener un enfrentamiento en el que la sometí contra la pared.
Ella forcejeó con muchas ganas de golpearme, me rozó un par de veces con sus piernas mientras intentaba darme en los genitales. En verdad quería dañarme.
En el forcejeo final, dimos un giro inesperado y los dos caminos.
Yo quedé arriba de ella. Aproveché para subir mis piernas en sus brazos y tenerla inmovilizada.
Ella seguía luchando con fiereza pero no pudo más, se cansó y poco a poco dejó de luchar.
Me impresionó lo mucho que resistió, su adrenalina y espíritu de lucha eran muy buenos.
—¡Ya por favor Miram!—Le grité para hacerla entrar en razón.—No quiero hacerte daño pero me estás obligando.
—¿Así como te obligué a hacerme todo el daño pasado?—Por fin había todo el silencio.—Eres un hipócrita, déjame en paz.
Tras sus palabras habíamos entrado en un vínculo que nunca nos había costado trabajo; la comunicación.
Quería llevarla a ese punto para envolverla nuevamente, siempre me había funcionado.
—No se qué te pasó o qué estás pensando pero yo no te quiero dañar.
—Todo lo que has hecho es mentirme para conseguir algo de mi.—Dijo muy segura de si misma.—Ya no caeré en tus mentiras.
—¿Qué se supone que deseo de ti?—Le pregunté aún exhaltado.
—Deja de actuar como si no lo supieras.—Giró su cabeza para acomodarse.—Te ves patético actuando.
En ese momento nuestras miradas se cruzaron, fue algo mágico, yo tenía ganas de ella y era recíproco. Por más que intentara ocultarlo, era muy evidente.
—¿Crees que estas ganas que tengo por besarte son falsas?—Le dije manteniendo mi tono de desesperación.—¿No me veo sincero al pedirtelo?
Ella sucumbió, en sus ojos pude ver un cambio mientras que su boca dió una ligera sonrisa.
Estuve a punto de besarla nuevamente pero algo nos detuvo.
La puerta que había cerrado con llave se abrió y por ella entraron varios de mis hombres, el secretario y mi novia.
Nos encontraron en aquella situación que a simple vista parecía un poco comprometedora.
Pude ver el rostro de mi novia, tenía una reacción de sorpresa y molestia, mientras que todos los demás parecían algo apenados por el momento.
—Lo siento señor. —Dijo el secretario con voz de vergüenza.—Escuchamos gritos y al estar usted solo, no podía quedarnos sin hacer nada. Perderlo sería perjudicial.
—¿Perderme?—Pregunté indignado.—¿Qué daño crees que pude haber sufrido? No seas tonto.
Me levanté y extendí mi mano para levantar a Miram, no podía dejarla ahí en el piso sin importar la versión que daría a continuación.
—La señorita aquí presente tuvo un ataque de pánico.—Dije lo más intelectual que pude.—Tras la misión que llevó a cabo, sus sentidos no están bien. Por favor llevenla a una habitación, denle de comer y que un par de hombres se queden cuidándola.
Miram intentó defenderse de manera verbal pero no se lo permiti. Ella quería dar su versión pero interpuse mi voz hasta que se la llevaron.
Me acerqué al secretario y le dí órdenes de que estiviers vigilada hasta volver a verla.
—Diganme, ¿qué han dicho los espias?—Pregunté para retomar el caso y quitar las nubes que había.
—Ellos aún están siendo interrogados señor.
—Muy bien, pues vamos hacia allá.
Mi intención era salir de ahí para pasar desapercibido de una buena vez, pero mi quería novia se interpuso para pedirme unos momentos a solas conmigo. En su rostro se veía mucha molestia, estaba claro que yo tendría que dar una gran explicación.
Les pedí a todos que salieran y que nos dejaran un momento a solas. En ese momento comencé a sudar como no tienen una idea.
—¿Quién es esa mujer?—Me preguntó con un tono de amargura.—No quiero mentiras.
Su amenaza me puso en una situación incómoda. Ella no sabía que yo le mentiría pero era como una estrategia, muy buena si me permiten, para garantizar que yo no inventara cosas. Una forma que tienen las mujeres para controlarnos.
Le conté el mismo pretexto que había inventado. Miriam era una mujer que encontramos durante la batalla y que sufría varios transtornos por dicho evento. Habíamos decidido ayudarla porque nos podría brindar información acerca de las bases rebeldes, una gran ventaja para terminar.
Ella no me creyó, dijo que sabía que otro motivo existía. Puso esa mirada retadora con la que ejercía un control hacia mí.
No resistí, tuve que contarle. Necesitaba eliminar las ganas que tenía por investigar.
—El maletín rojo fue robado.—Le dije bajando la mirada, era su victoria.—Esa mujer es la única clave para encontrarlo.
—¿Maletín rojo?, ¿aquel dónde se guardan los expedientes del gobierno?—Se sorprendió tanto como cualquiera lo hubiera hecho.
—Si, ese mismo.—Asenti
Se giró y se recargó en un sillón pequeño que estaba ahí. Se quedó analizando las cosas y luego de varios segundos me miró.
—No vamos a entrar en detalles pero me imagino que tienes un plan para recuperarlo ¿Cierto?