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El sonido de la gran campana anunciaba el comienzo de un nuevo día, aunque el tono de sonido era diferente cuando habían eventos.
Y hoy era uno de esos días.
La campana denotaba un ritmo alegre y sonoro, dando la razón de un evento de suma importancia.
El Reino estaba reunido en frente del Gran Palacio Real, observando y comentando con interés como los hechiceros caminaban al lado del Rey al centro del balcón, al lado izquierdo del Rey, se encontraba 'El Supremo'.
El era un hombre de avanzada edad, pero su presencia seguía siendo tan imponente como su rango en el Imperio. Su cuerpo alto y esbelto conservaba su elegancia, aunque sus rasgos llevaban la marca del tiempo. Su piel, pálida como el hielo, parecía haber sido esculpida por su misma divinidad, con surcos sutiles en su rostro que hablaban de años de sabiduría y poder.
El líder de los hechiceros, y encargado de las ceremonias sagradas.
—Hoy es un día muy especial para Varkun —hablo el lider con una voz imponente, dejando en claro su poder en el Imperio—. La madre ha hablado. Y hemos sido bendecidos con la llegada de la primera princesa.
El Rey con cuidado le entrego a la bebe en los brazos del hechicero.
—Belleza y poder han sido obsequiados en nuestras manos. Con la autoridad que se me ha otorgado, le damos la bienvenida a nuestra princesa, ¡Hikari!
La multitud gritaba eufórica, cada grito de felicidad y emoción dejaba en claro la felicidad por la pequeña que años después seria su nueva gobernante.
—¡Viva Hikari!
—Demos la bienvenida al nuevo reinado —declaro el hechicero.
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Los años transcurrían como cuando una hoja es arrastrada por el viento en otoño. Volando.
Aunque los años no pasaron en vano. Varkun se había engrandecido en poder y en términos económicos, al igual que en las alianzas entre otros Imperios que llegaban día a día.
El comercio de igual manera floreció, caravanas venían desde regiones distantes para adquirir productos, y hacer tratados con los varkunitas.
Las festividades se convirtieron en el tope de la entretención, donde todos rendían homenaje a Irren y a su princesa como una mas de las deidades.
—El Imperio ha prosperado bajo sus manos, Señor.
—Así parece, joven Biliton —con una sonrisa, dio leves palmadas en la espalda del chico—. Algo de lo que me enorgullezco.
Las puertas fueron abiertas, y dos figuras ingresaron a la sala.
—El Supremo, un placer tenerlo aquí con nosotros.
—Un gusto para mi estar aquí, señor.
—¿Y este joven a su lado?. Permitame saber su nombre, joven.
—Zhiparyon, señor —se arrodilla ante el Rey, quien le da una seña para que se levante—. Gracias mi señor.
—¿Así que te conseguiste un aprendiz? —se volteo, recibiendo un asentimiento por parte del hechicero—. Va por buen camino entonces.
—Sus palabras nos halagan, mi señor —se adelanto a responder el hechicero mayor—. Si nos disculpas chico, debemos hablar en privado —el hechicero noto unos gestos que comprendió por parte de su Rey, decidiendo actuar.
Zhiparyon se despidió con una ultima reverencia, saliendo de la sala. 'El Supremo' y el Rey quedaron solos junto el joven Biliton.
—Chico.
—Ooh, lo siento mi señor. Enseguida.
Comprendiendo a lo que se refería, el joven de igual forma que el anterior se retiro de la sala.
—Supongo que tendrá que informarme algo, señor.
—Ardentia, quiere terminar las alianzas con nosotros.
—¿El Imperio del fuego?
—Si, Biliton me ha informado que es por sus bajos recursos.
—¿Bajos recursos? —El Supremo enarco una ceja ante eso—. Suena imposible.
—Exactamente. Según lo que me han informado, sus tierras están empezando a agotarse. Y eso es un problema.
—Uno muy grande, señor.
—Así que, necesito que te comuniques con nuestra 'Madre'.
—Bien, tendrá noticias de ella esta semana, mi Señor. A nuestra 'Madre', no le agradan las molestias —guiño un ojo, y salio de la habitación.
—Lo tengo mas que claro, Supremo —murmuro observando una marca en su mano.
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—¡Papa! —exclamo la niña alegremente—. ¡Viniste! —El hombre le da un abrazo.
—Por supuesto, querido sol.
—¿Ha habido problemas? —pregunto.
—Por supuesto que no, querida.
—¿Y por que no has venido entonces?
Un suspiro pesado salio de los labios del hombre.
—Lo siento, Hikari. No te mentiré, han habido algunos disturbios en las alianzas, y eso me ha tenido bastante ocupado.
—Y preocupado también. Me imagino —agrego la pequeña.
—Tu imaginación no miente, pequeña.
Volvió a darle un abrazo.
—Estas reluciente, como la misma luz que ilumina mis días —dijo el con una sonrisa—. Mi pequeña Hikari.
Hikari, actualmente tenia cuatro años de edad. A pesar de su corta edad, poseía una belleza deslumbrante. Una cabellera corta que caía sobre sus hombros, unos ojos como esmeraldas que adornaban su rostro, y con cada roce que daba el a ella, el podía sentir la suavidad de su piel, la cual se sentía como la mismísima seda. Y con ese vestido blanco que la hacían parecer un pequeño ángel.
—Gracias papa —respondió Hikari con una dulce sonrisa.
—Gracias a ti por existir, mi princesa.