La Nueva Esposa

II - A nativivate

***

El aparecer del hielo en manos de los menores era a la edad máxima de ocho a nueve años de edad. A pesar de que algunas familias no poseían estos dones, el Rey tenia en claro que de igual forma aportaban al Imperio.

—Todos, si nos apoyamos y unimos entre todos, juntos seremos un Imperio.

Aunque eso no evitaba el hecho de que quienes tenían poder eran mas influyentes, resaltando en la guerra y domesticación animal.

Cuando fue la bendición de la princesa, se abrió paso a la domesticación con mas animales.

Los hechiceros iban creciendo cada vez mas en aspirantes, los veteranos iban dejando su cargo a los jóvenes aprendices.

—Es agradable como los jóvenes quieren honrar a la Madre.

—Por supuesto que lo es, mi Señor.

***

La educación era un deber obligatorio en los niños. Aunque no existían establecimientos para enseñar, cada familia tenia la responsabilidad de enseñarle al niño o incluso contratar aun maestro.

En la realeza, la situación no era tan diferente. Lo único que se diferenciaba, era que habían maestros con diferentes especialidades para cada actividad. La cocina, entrenamiento y domesticación animal eran las principales. Las exclusivas eran el control mágico, invocación, entre otras.

La princesa era aprendiz de esto.

—Maestra, ¿es normal que mis manos hagan esto? —pregunto Hikari una mañana.

Las manos de la niña formaban pequeños cristales brillantes y unos copos de nieve.

—¡Wow!, princesa. Es asombroso.

—¿En verdad?

—Por supuesto, princesa. Sin duda sera muy poderosa cuando grande —La alabo con admiración.

—¡Oh!

—El Rey debe saberlo.

En pocos minutos el Rey tuvo la dicha de saber que las bendiciones de la 'Madre', estaban sobre su pequeña hija.

Lo cual lo llenaba de alivio.

—Nunca me había sentido tan tranquilo, Supremo —Volteo su mirada al hechicero—. Desde la llegada de Hikari, todo ha sido tan bueno con ella.

—Concuerdo con usted, Mi Señor.

El Rey tenia varias razones para decir esto con tanto alivio. En los términos económicos, habían prosperado. Las alianzas y comuniones iban bien por el momento, exceptuando a Ardentia. Su poder se había acrecentado al igual que en su ejercito y aprendices de 'El Supremo'.

—Sin duda va todo bien, ¿Señor? —Preocupado el hechicero se acerco al escuchar un quejido de dolor por parte del Rey.

—No es nada —Apretó su mano izquierda—. Ha crecido —murmuro observando la marca en su mano.

—¿Que ha crecido, Mi Señor? —cuestiono el hechicero.

Un suspiro resignado se escucho por parte del gobernante.

—Esto, Supremo —Mostró su mano— Esto me ha estado atormentando por años.

El hechicero estudio su mano con suma atención, soltando leves murmullos o exclamaciones cuando se daba cuenta de cada detalle.

—¿Estoy maldito? —pregunto el hombre.

—Lamentablemente, si Señor.

El hombre se recostó en un sillón a su lado, con cansancio notorio en su cuerpo. Su otra mano fue directo a su frente, tratando de pensar mejor con masajes.

—¿El dolor ha aumentado con el tiempo?

—Si, pero ahora va creciendo.

—¿Ahora?

—Me refiero desde la bendición de mi hijita.

—Esos son muchos años.

—Siete, para decir exactos.

—Ha estado soportando mucho dolor, Mi Señor.

—No puedo dejar a mi solecito sola —respondió suavemente—. No puedo irme sin que su padre le enseñe cosas importantes. No puedo.

***

—¡Papi!

La pequeña se abalanzo sobre su padre, abrazándolo con sus pequeños brazos. Alegre de verlo otra vez en el día, a lo que el hombre le correspondió.

—Felicidades, mi solecito.

—Gracias Papi. ¿Estas orgulloso de mi? —pregunto Hikari con expectativa.

—¿Como no lo estaría?. Si tu eres la razón por la que sigo en pie —Le sonrió con ternura, acariciando sus cabellos—. Mi solecito.

La niña soltó unas risas, alegrada de recibir el cariño de su padre.

Las risas de Hikari se detuvieron al percatarse de algo que llamo su atención.

—Papi, ¿por que tu mano esta así? —Apunto con curiosidad—. Se ve...dolorosa.

La mano ahora tenia una marca mas grande con colores oscuros a las orillas, mientras que la palma en general adquirió un tono opaco.

—No es nada —Trato de ocultarla de la vista de la menor—. Solo, no estas lista para saberlo aun.

—¿Por que no?

—Escucha mi pequeña. A veces es mejor no decir las cosas para lastimar a otros —Acaricio su mejilla regordeta—. Y no quiero que sufras por mi aun, eres solo una niña.

—Pero, tu eres mi padre..

—Por eso mi solecito, no quiero lastimarte.

—Esta bien —respondió ella con resignación.

—Lo hago por tu bien, mi niña.




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