El aire en el bar pareció espesarse, volviéndose pesado y difícil de respirar. La propuesta de Demon flotaba entre ellos, tan absurda como tentadora. Casarse con él. Un hombre cuya sola presencia era una advertencia, un depredador vestido con un traje de miles de dólares. Bella sintió una risa histérica y desesperada burbujear en su pecho, pero la ahogó.
—Estás loco —susurró, su voz apenas un hilo de sonido. Se apartó de él, un movimiento instintivo para crear distancia, para poder pensar. Pero sus ojos negros la seguían, anclándola al taburete.
—La locura es relativa, Bella —replicó Demon, su tono tranquilo y razonable, lo que lo hacía aún más inquietante—. Lo que yo te ofrezco es un intercambio. Tu libertad a cambio de mi poder. Tu nombre a cambio de mi protección. Un matrimonio. En papel, al principio. Serás la señora Gardner. Intocable.
“Gardner”. El nombre resonó en la mente de Bella. Gardner Consolidated. Un imperio colosal y diversificado, un titán corporativo cuyos intereses iban desde la alta tecnología hasta las finanzas globales. Un nombre que hacía que Vero, la casa de moda que había sido todo su mundo, pareciera una pequeña boutique de barrio. Este hombre no era solo rico. Era una fuerza de la naturaleza.
—¿Por qué yo? —preguntó Bella, la pregunta que ardía bajo todas las demás—. Hay miles de mujeres que se lanzarían a tus pies. ¿Por qué elegir a una diseñadora caída en desgracia en un bar de mala muerte?
—Porque esas mujeres quieren mi fortuna. Quieren mi estatus. —Demon se inclinó, su voz bajando a un susurro íntimo y conspirador que le erizó la piel—. Tú no quieres eso. Tú quieres sangre. Quieres ver el imperio que te traicionó arder hasta los cimientos. Esa clase de pasión... es mucho más interesante. Y mucho más útil. Yo no necesito una esposa dócil. Necesito una reina para mi tablero de ajedrez. Una que sepa cómo mover las piezas.
La imagen que pintó era vívida y brutal. Isabella, despojada de su arrogancia. El señor Lombardi, suplicando. Vero, la empresa que la había desechado, a sus pies. La sed de venganza era un fuego que la consumía, y Demon le estaba ofreciendo un bidón de gasolina.
Bella lo miró fijamente, buscando una fisura en su fachada, una señal de engaño. No encontró ninguna. Solo una certeza fría y absoluta. Él creía cada palabra que decía. Y tenía el poder para cumplirlo.
¿Qué le quedaba? Un futuro incierto en la calle, o un pacto con el diablo que le prometía la retribución que anhelaba. Ya había perdido su alma; al menos podía conseguir algo a cambio.
Tomó una respiración profunda, el aire viciado del bar llenando sus pulmones. Fue la primera decisión que tomó que era verdaderamente suya, nacida no del deseo de complacer, sino de su propia y oscura voluntad.
—Acepto —dijo, su voz firme a pesar del temblor de sus manos—. Acepto tu pacto.
Una sonrisa lenta y satisfecha se extendió por los labios de Demon. No era una sonrisa de alegría, sino de triunfo. La sonrisa de un rey que acaba de capturar la pieza más importante del juego. Sacó un teléfono de su bolsillo, un dispositivo elegante y sin adornos, y marcó un número.
—Prepara el contrato matrimonial. Cláusula de confidencialidad estándar. Y prepara la suite principal. Mi prometida y yo vamos para allá.
Colgó sin esperar respuesta. Luego, sus ojos negros se posaron de nuevo en Bella, esta vez con un matiz de posesión que la hizo sentir a la vez atrapada y extrañamente protegida.
—Bienvenida a la familia Gardner, Bella.
Se levantó, dejando varios billetes de cien dólares sobre la barra, más que suficiente para cubrir sus bebidas y comprar el silencio del barman. Extendió una mano hacia ella. Una invitación. Una orden.
Bella dudó solo un instante. Luego, colocó su mano en la de él. Su piel era cálida, su agarre firme e inflexible. Era como tomar la mano de una estatua de mármol que había cobrado vida. Un pacto sellado.
Demon la guio fuera del bar, su presencia abriendo un camino silencioso entre los borrachos. En el callejón, un sedán negro, largo y lujoso, esperaba con los faros apagados, tan silencioso y ominoso como su dueño. Un chófer con traje salió y abrió la puerta trasera.
El mundo de Bella, que se había reducido a una caja de cartón y un vaso de whisky, acababa de expandirse a una escala que no podía ni empezar a comprender. Mientras se deslizaba en el asiento de cuero del coche, el olor a nuevo y a poder llenando sus sentidos, supo que su vida anterior había terminado para siempre. Había firmado un pacto con la oscuridad. Ahora, solo le quedaba aprender a vivir en las sombras.
***
El coche se movía por la ciudad con un silencio fantasmal, aislándolos del caos exterior. Las luces de la ciudad pasaban como borrones de colores a través de los cristales tintados. Bella miraba por la ventana, pero no veía las calles. Veía el reflejo de la mujer sentada en el asiento: pálida, con los ojos muy abiertos y el cabello blanco como la nieve cayendo sobre un traje arrugado. A su lado, Demon no decía nada, su perfil afilado recortado contra el resplandor de la ciudad.
Llegaron a un rascacielos de cristal y acero negro que apuñalaba el cielo nocturno. El edificio no tenía nombre, solo un discreto símbolo grabado en las puertas de cristal que Bella reconoció como el logo de Gardner Consolidated. El coche se deslizó hacia un garaje subterráneo privado y se detuvo frente a un ascensor.
—Tu antigua vida termina aquí —dijo Demon, su voz rompiendo el silencio mientras la guiaba hacia el ascensor—. A partir de ahora, vives conmigo.
El ascensor subió en un silencio vertiginoso, sin botones, activado por una tarjeta que Demon deslizó en una ranura invisible. Las puertas se abrieron directamente a un apartamento que le robó el aliento.
No era un apartamento. Era un palacio en el cielo. Un ático dúplex que ocupaba toda la planta superior del edificio. Las paredes eran ventanales de suelo a techo que ofrecían una vista panorámica de 360 grados de la ciudad, un tapiz de luces parpadeantes que se extendía hasta el infinito. El mobiliario era minimalista y masculino: sofás de cuero negro, mesas de cristal y cromo, y obras de arte moderno de un gusto exquisito y brutal. El espacio era inmenso, silencioso y frío, como un mausoleo de lujo. Una jaula dorada.
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Editado: 31.08.2025