La obsesión del millonario

Me siento... rota

Clara había decidido pasar la noche sola en su departamento después de un largo día de trabajo. Su mente estaba agotada, pero las sombras de su pasado aún la perseguían, como demonios ansiosos por emerger. Había llegado a un acuerdo consigo misma: no dejaría que esos recuerdos la controlaran. Cerró los ojos y respiró hondo, intentando ahuyentar las imágenes fragmentadas que acudían a su mente. Recordaba fragmentos de la fiesta, la presión de un beso que no deseaba, el aroma dulce del licor que su jefe le había dado… Recordaba la pérdida de control, la humillación, el dolor, y luego el silencio que había seguido.

Estaba acurrucada en el sofá, envuelta en una manta gruesa, cuando sonó el teléfono. Miró la pantalla y vio el nombre de su mejor amiga, Ana. Su corazón dio un pequeño salto; hablar con Ana siempre le traía paz. Clara no había compartido con Ana los detalles de lo que había pasado aquella noche. No podía. Sabía que Ana se había preocupado por ella durante mucho tiempo y que las palabras adecuadas nunca serían suficientes para describir su dolor.

—Hola, Clara —dijo la voz suave de Ana al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás?

Clara se mordió el labio inferior y cerró los ojos con fuerza antes de responder. La mentira se deslizó por sus labios como agua turbia.

—Bien, Ana. Todo está bien.

Ana hizo una pausa al otro lado de la línea, como si intentara ver a través de las palabras de Clara. Sabía que no estaba bien, pero nunca presionaba. Ana era como un faro en la tormenta de la vida de Clara, siempre quieta, siempre firme. La conocían desde la escuela secundaria, y aunque los caminos de la vida los habían llevado por caminos diferentes, siempre habían estado allí el uno para el otro.

—Clara, sabes que no tienes que fingir conmigo —dijo Ana finalmente—. Te conozco demasiado bien. Algo te está molestando. ¿Quieres hablar de ello?

Clara se mordió el labio inferior con fuerza, tratando de mantener las lágrimas a raya. No quería preocupar a Ana con sus demonios internos.

—No es nada, en serio. Solo un día largo en el trabajo —mintió.

Ana suspiró al otro lado de la línea.

—Sé que no estás bien, Clara. Lo siento si no te he estado apoyando lo suficiente. Estoy aquí para ti, siempre.

Clara sintió una punzada en el pecho al escuchar esas palabras. Ana siempre había estado allí para ella, desde los días en que jugaban juntas en el patio de la escuela hasta los momentos difíciles en la universidad y ahora, en su vida laboral. Ana no merecía las sombras del pasado de Clara.

—Lo sé, Ana. Eres la mejor amiga que alguien podría pedir —respondió Clara, intentando sonar convincente.

—¿Es por él? —preguntó Ana en un tono suave—. ¿Tu ex jefe? ¿Lo que pasó la última vez?

Clara sintió una punzada de dolor en el corazón. No podía hablar de eso. No podía permitir que Ana se preocupara más de lo necesario.

—No es solo eso —respondió Clara, con la voz temblorosa—. Es todo… Todo me recuerda a ese momento.

Ana hizo una pausa antes de hablar, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas.

—Clara, creo que es hora de que hables de esto. No puedes seguir cargando todo sola.

Clara miró hacia su ventana, donde las luces de la ciudad brillaban débilmente en la distancia. Fuera, el viento susurraba entre los edificios altos, como un eco de las cicatrices que llevaba dentro.

—¿Sabes? —dijo Clara finalmente—. Hubo un tiempo en que creí que estaba bien. Que todo había pasado, que lo había superado. Pero cada vez que pienso que he dejado todo atrás, algo me recuerda lo débil que soy. Lo rota que estoy.

Ana soltó un suspiro que sonó como un abrazo a través del teléfono.

—Clara, eso no te define. Lo que te pasó no te define. Eres fuerte, incluso cuando no lo sientes.

Clara tragó saliva y sintió una lágrima resbalando por su mejilla.

—No me siento fuerte, Ana. Me siento… rota.

Ana hizo una pausa antes de hablar, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas.

—¿Recuerdas lo que siempre decías? "Es solo un mal momento, no una mala vida". A veces, necesitamos recordarnos esos mantras, especialmente cuando las sombras son más oscuras.

Clara sonrió débilmente, sintiendo que esas palabras era una especie de amuleto en medio de la tormenta.

—Gracias, Ana —dijo Clara, sintiendo una ligera paz en su corazón—. Gracias por siempre estar aquí.

—Siempre estaré aquí, Clara —respondió Ana, con firmeza—. Quiero que vengas a visitarme, Ronny está preguntando mucho por ti, ¿puedes venir mañana? Te prepararé el curry que tanto te gusta, ¿sí?

Clara cerró los ojos, dejando que el peso de todo lo que había pasado descansara un momento. Tal vez, solo tal vez, podía compartir un rato alegre con Ana y olvidar su pasado.

—Claro, lo haré...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.