La obsesión del millonario

El pasado no perdona

Donovan observó su reflejo en el ventanal de su despacho mientras revisaba los últimos contratos del día. Desde que asumió las riendas de la empresa, su vida se había convertido en un intrincado juego de diplomacia, números y, sobre todo, evitar a Elliot. Su medio hermano tenía la habilidad de entrar en cualquier lugar y convertirlo en un campo de batalla emocional.

Cuando Donovan escuchó el inconfundible eco de los pasos de Elliot acercándose, supo que su día estaba a punto de complicarse.

—Hermano —dijo Elliot al entrar, sin molestarse en llamar. Su tono era burlón, como siempre, una mezcla de sarcasmo y condescendencia que había aprendido a odiar desde la adolescencia.

—Elliot —respondió Donovan, sin levantar la vista de sus documentos—. ¿Qué haces aquí?

—Vamos, ¿no puedo pasar a visitar al gran Donovan? —respondió Elliot, con una sonrisa ladeada mientras se dejaba caer en una de las sillas frente al escritorio.

Donovan alzó la vista, sus ojos clavándose en los de su hermano. Aunque compartían ciertos rasgos físicos, sus personalidades no podían ser más opuestas. Donovan era metódico, reservado, y siempre en control; Elliot, en cambio, era impulsivo, cruel y disfrutaba de manipular a los demás para obtener lo que quería.

—¿Qué necesitas, Elliot? Estoy ocupado.

Elliot rió suavemente, un sonido que siempre lo hacía tensarse.

—Siempre ocupado, siempre tan serio. Es un milagro que esta empresa no sea tan aburrida como tú. Deberías agradecerme por darle un poco de vida cada vez que paso por aquí.

—Si por "vida" te refieres a sembrar caos, entonces, sí, gracias —respondió Donovan, sin esconder su irritación.

Elliot inclinó la cabeza, fingiendo ofensa.

—Eso duele, hermano. Pero bueno, estoy aquí por negocios. Mamá me pidió revisar los términos del acuerdo con Valsen Corp. Parece que, como siempre, tengo que corregir tus errores.

Donovan respiró profundamente para calmarse. Había aprendido hace mucho tiempo que discutir con Elliot era inútil.

—No hay errores en ese contrato. Ya lo revisé —respondió con firmeza.

—Ah, claro, el impecable Donovan nunca se equivoca —dijo Elliot, burlón, mientras se levantaba de la silla y caminaba por el despacho, inspeccionando cada rincón como si buscara algo. Su mirada se detuvo en el portarretrato en el escritorio. —Oh, ¿todavía tienes esta foto? Qué entrañable. Aunque debo admitir que salgo mucho mejor que tú.

—¿Tienes algo más que hacer aquí o has terminado de criticar? —preguntó Donovan, cerrando la carpeta con un golpe seco.

Elliot sonrió, un gesto que nunca alcanzaba sus ojos.

—Tranquilo, hermano.

Donovan lo miró con frialdad. Era un recordatorio innecesario. Había pasado toda su vida luchando contra las consecuencias de las acciones de Elliot, reparando los daños que dejaba a su paso.

—Tu empleada... ¿hace cuanto está contigo? —preguntó Elliot mientras sonreía.

—¿Quién? ¿La señorita Evans?

Elliot asintió.

—Hace un año —respondió confundido y al mirar la expresión en el rostro de su hermano, se puso a la defensiva—. Déjala en paz, ni en tus sueños te hará caso... Creo que le teme a los hombres.

Elliot sonrió ampliamente, satisfecho.

—¿Seguro, hermanito?

...

Donovan no era un hombre particularmente emotivo, pero siempre había tenido un agudo sentido para percibir cuando algo estaba fuera de lugar. Y Clara... algo en ella había cambiado.

Al principio, lo había notado en pequeños detalles: cómo sus respuestas eran más mecánicas, cómo evitaba cruzarse con él en los pasillos, o cómo sus ojos parecían buscar algo —o a alguien— a su alrededor, siempre en alerta. Donovan sabía que podía ser muchas cosas. Estrés laboral, problemas personales, pero esta vez, su instinto le decía que era algo más.

En la reunión de la mañana, Clara se sentó al fondo de la sala, lejos de su lugar habitual junto a él. Apenas participó, limitándose a tomar notas con manos que temblaban ligeramente. Cuando terminó, Donovan la llamó aparte.

—Clara, ¿podemos hablar un momento? —Su tono era firme, pero no agresivo.

Ella se detuvo, sus ojos se abrieron un poco más de lo normal, como si estuviera esperando un regaño.

—Claro, señor Donovan. ¿Qué necesita?

—Quiero saber cómo estás. Últimamente pareces... distraída.

Clara bajó la mirada, sus manos apretaron el cuaderno que llevaba. —Estoy bien. Solo he tenido unos días complicados, pero no afectará mi trabajo, lo prometo.

—No es solo tu trabajo lo que me preocupa, Clara —dijo Donovan, con un leve suspiro—. ¿Alguien te está molestando? Dime quién fue y lo despediré.

Como si fuera tan facil. Pensó.

Sabía que Donovan no tenía malas intenciones, pero tampoco podía permitir que él —o nadie— se acercara demasiado.

—Gracias, señor Donovan. Aprecio su preocupación, pero realmente estoy bien.

Clara se dio la vuelta y salió de la enorme oficina de Donovan y se dirigió al ascensor.

El ascensor estaba vacío cuando Clara entró, agradecida por unos segundos de paz mientras descendía al vestíbulo. Pero justo antes de que las puertas se cerraran, una mano se deslizó entre ellas. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron de nuevo, revelando a Elliot.

El aire en el pequeño espacio pareció volverse más denso en el momento en que él entró. Clara sintió cómo su cuerpo se tensaba, su respiración se volvía superficial.

—Qué coincidencia encontrarte aquí —dijo Elliot, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Clara se pegó a la pared del ascensor, deseando que el trayecto terminara lo antes posible.

—Señor Elliot... —murmuró, intentando mantener la calma.

Elliot se apoyó en la pared opuesta, sus ojos fijos en ella como un depredador acechando a su presa. Detuvo en ascensor y Clara sintió frío en la nuca. Era una pesadilla.

—¿Sabes? Te ves diferente desde la última vez que nos vimos. Más... hermosa.




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