La obsesión del millonario

No soy un monstruo, señorita Evans.

Clara caminó rápidamente hasta su escritorio, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con caer. Todo estaba volviendo, como una ola que arrasaba con su frágil calma. No podía concentrarse, no podía respirar con normalidad.

Mientras se sentaba, su teléfono vibró con un mensaje. Lo abrió con manos temblorosas.

"Recuerda lo que te dije, Clara. Mantén la boca cerrada."

Era de un número desconocido, pero no necesitaba confirmarlo. Sabía que era Elliot.

Clara apagó su teléfono, apoyando la frente en sus manos. No podía dejar que él ganara. No esta vez. Pero, ¿cómo enfrentarse a un hombre como Elliot?

El ascensor sólo había sido solo el principio. Clara apenas podía recordar cómo llegó a su escritorio tras su encuentro con Elliot, pero los recuerdos dolorosos ya se habían desatado, envolviéndola como un torbellino implacable.

Su corazón latía con fuerza desbocada, como si buscara escapar de su pecho. El eco de las palabras de Elliot retumbaba en su mente: "Arruinaré tu vida."

Clara se encogió sobre su silla, abrazándose a sí misma en un intento desesperado por encontrar estabilidad. Las paredes de la oficina parecían acercarse, asfixiándola. Sus pensamientos estaban atrapados entre el presente y esa noche horrible, cuando todo lo que conocía de sí misma había sido destruido.

La ansiedad tomó el control. Su respiración era errática, su visión borrosa. Las lágrimas rodaban sin permiso, mientras un nudo inamovible se apoderaba de su garganta.

...

Donovan había estado revisando el contrato que le había corregido Elliot en su despacho cuando decidió dar un paseo por la oficina para despejar su mente. Al pasar cerca del escritorio de Clara, algo llamó su atención.

Ella estaba allí, pero no como siempre. En lugar de la eficiente y contenida profesional que conocía, vio a alguien rota, temblorosa y completamente vulnerable.

—Clara... —dijo, acercándose con cautela.

Ella no respondió. Estaba perdida en su propio mundo de pánico, sus manos temblaban mientras intentaba controlar su respiración.

—Clara, ¿estás bien? —preguntó Donovan, su tono suave pero cargado de preocupación.

Cuando no obtuvo respuesta, se agachó frente a ella, intentando capturar su mirada.

—Oye, mírame —dijo, esta vez más firme. Su voz era grave pero no brusca—. Respira conmigo, ¿sí?

Clara parpadeó, sus ojos finalmente enfocaron a Donovan. Su presencia parecía anclarla ligeramente, pero la ansiedad seguía siendo una sombra pesada sobre ella.

—No puedo... no puedo respirar... —susurró entrecortadamente.

Donovan frunció el ceño, claramente fuera de su zona de confort pero determinado a ayudarla.

—Está bien. Sólo necesitas concentrarte en mí. Inhala... y exhala. Vamos, inténtalo conmigo.

Él tomó una respiración profunda y deliberada, mostrándole cómo hacerlo. Clara intentó seguirlo, aunque el aire parecía rasgarle los pulmones.

—Eso es. Más despacio. No tienes que apresurarte.

Donovan se sentó en el borde del escritorio, manteniendo su postura relajada para no intimidarla más. Extendió una mano, como si le ofreciera apoyo tangible, aunque sin tocarla.

—No tienes que decirme qué pasa si no quieres —continuó, su tono ahora casi susurrante—. Pero no tienes que lidiar con esto sola. Estoy aquí... Para ti.

Clara sintió que algo se rompía dentro de ella. Había estado sola en su lucha durante tanto tiempo que esas simples palabras hicieron que un sollozo escapara de su pecho.

Donovan, sin dudarlo, tomó un pañuelo de su bolsillo y se lo ofreció.

—Toma. Llora todo lo que necesites. Nadie te va a juzgar por eso.

Su gentileza era desconcertante, casi dolorosa. Clara tomó el pañuelo, limpiándose las lágrimas mientras intentaba recuperar el control.

—Lo siento... No debería estar así aquí.

—No tienes que disculparte por sentirte mal —replicó Donovan, con una seriedad inusitada—. Todos tenemos nuestros momentos.

Clara lo miró, sorprendida por su sinceridad. Siempre había pensado en Donovan como alguien distante, frío, tal vez incluso arrogante. Pero en ese momento, él era todo lo contrario.

Después de unos minutos, Clara logró calmar su respiración. Donovan, sintiendo que la tensión se había aligerado un poco, intentó suavizar el ambiente.

—¿Sabes? Nunca fui bueno con estas cosas —admitió, con una leve sonrisa.

—¿Qué cosas? —preguntó Clara, con la voz todavía temblorosa.

—Consolando a la gente. Siempre digo lo incorrecto o actúo de manera torpe. Pero... lo estoy intentando.

Clara no pudo evitar una débil sonrisa. Había algo extrañamente encantador en su honestidad.

—Estás haciendo un buen trabajo, señor Donovan.

—¿De verdad? —Su tono era ligeramente incrédulo, pero había un destello de alivio en su mirada—. Bueno, eso es un milagro.

El pequeño momento de humor ayudó a aliviar la tensión, y Clara sintió que podía respirar un poco más libremente.

—Señor Donovan, puedo preguntarle algo? —dijo de repente, sorprendiéndose a sí misma por su osadía.

Él arqueó una ceja, claramente intrigado.

—Claro.

Clara respiró hondo, buscando las palabras adecuadas.

—¿Por qué hace esto? —preguntó finalmente, mirando hacia sus manos—. Quiero decir, ¿por qué es así conmigo? Siempre está... atento, ayudándome.

Donovan pareció considerar su pregunta por un momento, como si estuviera decidiendo cuánto decir. Finalmente, una sonrisa apareció en su rostro, una mezcla de calidez y diversión.

—Quizá... es porque me pareces linda.

El corazón de Clara dio un vuelco, y sus ojos se abrieron ligeramente por la sorpresa.

—¿Qué? —preguntó, insegura de haber escuchado bien.

—Me escuchaste. —La sonrisa de Donovan se amplió, pero su tono era ligero, casi juguetón—. Me pareces linda. Y, no sé, supongo que eso me hace querer asegurarme de que estés bien.

Clara sintió cómo el calor subía a sus mejillas. Era una respuesta que no esperaba, una mezcla de honestidad desarmante y coqueteo.




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