Donovan estaba inclinado sobre la mesa de la sala de reuniones, revisando la lista de actividades para la salida de equipo. Clara, a unos pasos de él, estaba organizando cuidadosamente los documentos y asegurándose de que todo estuviera en orden. Habían pasado semanas desde la última vez que habían tenido una conversación significativa, y aunque sus interacciones eran cortas y profesionales, ambos parecían esforzarse por mantener una aparente calma.
—¿Está todo listo? —preguntó Donovan, girándose hacia ella con una sonrisa ligera.
—Sí, todo está bajo control —respondió Clara sin mirarlo directamente, concentrada en su trabajo.
Había sido idea de Donovan organizar la salida. Era una oportunidad para fortalecer el ambiente laboral y dar a los empleados un respiro de la rutina diaria. Clara, pese a su reticencia inicial, había trabajado arduamente para ayudarlo a planificarlo. Desde la elección del lugar hasta los detalles más pequeños, se había encargado de todo con una eficiencia impecable.
Sin embargo, Clara había intentado mantenerse a cierta distancia emocional. Desde su última interacción, algo en ella había cambiado. Había aprendido a protegerse mejor, a construir muros más altos, pero Donovan, siempre atento, encontraba maneras sutiles de asegurarse de que no se sintiera aislada.
Cuando llegó el día de la salida, el equipo se reunió en un pintoresco parque a las afueras de la ciudad. Había actividades al aire libre, juegos en equipo y un almuerzo buffet bajo las sombras de los árboles. Clara, aunque inicialmente incómoda, se sorprendió al sentir una inesperada calidez en el ambiente. Era como si, por unas horas, pudiera dejar de lado sus miedos.
Donovan, por su parte, no perdía de vista a Clara. Se aseguraba de incluirla en las conversaciones y actividades, siempre con un gesto amable o una palabra de aliento. Cuando notó que ella evitaba participar en un juego grupal, se acercó con una botella de agua y una sonrisa.
—No tienes que unirte si no quieres —dijo con tono ligero, sin presión en su voz—. Pero si cambias de opinión, creo que nos vendría bien tu ayuda para ganar.
Clara lo miró, sorprendida por la falta de insistencia. Sus palabras no la hicieron sentirse obligada, sino considerada. Por primera vez en mucho tiempo, alguien parecía respetar sus límites sin hacerla sentir juzgada. Esa simple atención la conmovió más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Pero la tranquilidad de la salida se rompió cuando un rostro inesperado apareció entre los asistentes. Era Elliot.
Clara lo vio primero, su figura alta y confiada destacó entre el grupo. Su corazón comenzó a latir descontroladamente, y el pánico la invadió como una ola implacable. Intentó disimular su reacción, pero su cuerpo tenso y la forma en que evitaba cruzar miradas con él la delataron. Donovan también lo notó.
—¿Qué está haciendo aquí? —murmuró para sí mismo, frunciendo el ceño.
Elliot, siempre oportunista, no tardó en acercarse a Clara cuando la vio sola cerca de la mesa de bebidas.
—¿Qué haces tan tranquila aquí? —dijo, fingiendo una sonrisa amable mientras su mirada era todo lo contrario—. No olvides que todo esto puede desmoronarse en un segundo si no haces lo que digo.
Clara retrocedió un paso, sintiendo cómo el aire se volvía más denso a su alrededor.
—Por favor, no aquí... —murmuró, con un hilo de voz.
Elliot inclinó la cabeza, como si disfrutara de su incomodidad.
—Recuerda, Clara. Tú no tienes control en esta situación. Así que compórtate.
En un momento de descuido, Elliot tomó su brazo con un agarre sutil pero firme y la llevó fuera de la vista del resto, tras un kiosco de madera. Clara intentó resistirse, pero el miedo la paralizaba. El mundo a su alrededor se desdibujó, y su mente se llenó de viejos recuerdos. Aquel cerdo la estaba tocando y no reaccionaba. Estaba muerta del miedo... Otra vez.
Donovan, mientras tanto, estaba charlando con un grupo de empleados cuando se dio cuenta de que Clara ya no estaba cerca. Su instinto se activó al notar que tampoco podía ver a Elliot. Algo no cuadraba. Se excusó rápidamente y comenzó a buscarla.
La encontró detrás de un grupo de árboles, respirando con dificultad y visiblemente alterada mientras Elliot se alejaba con una sonrisa autosuficiente, como si nada hubiera pasado. Donovan lo observó con atención, sus sospechas iban creciendo como una tormenta en su interior.
—Clara, ¿qué pasa? —preguntó, acercándose lentamente.
Ella intentó componerse, pero sus manos temblaban y evitaba mirarlo a los ojos.
—Nada... Estoy bien. Solo... Necesito un momento.
—No me mientas —insistió Donovan, con voz más suave, pero firme—. ¿Qué te hizo Elliot?
Clara lo miró, sus ojos estaban llenos de lágrimas, que aun no derramaba. Quería decirle la verdad, quería confiar en él, pero el miedo de las consecuencias la frenaba. Su jefe era casi un desconocido. No confiaba en él lo suficiente como para decirle que su hermano era un patán.
—No puedo... —murmuró, alejándose un paso.
Donovan la detuvo con delicadeza, colocando una mano en su hombro.
—Clara, no tienes que mentirme. Si algo te hizo, si te está amenazando... Dímelo.
Ella bajó la mirada, incapaz de responder. Donovan sintió una mezcla de impotencia y rabia. No sabía exactamente qué estaba ocurriendo, pero había una cosa clara: Elliot estaba en el centro de todo.
—Clara, puedes confiar en mí. Yo te protegeré.
Ella lo miró con los ojos bien abiertos. Quería creerle. Deseaba decirle que Elliot era el causante de su desgracia, quien le había quitado las ganas de vivir y la había arrojado en un pozo profundo de dolor y tristeza...
Ohhhh, ¿confiará Clara en Donovan? ¿Qué dicen?