Cuando el evento terminó, Donovan fue el primero en ordenar a todos que regresaran a sus hogares. Clara se quedó unas horas más, procurando terminar su jornada. Y juntos, regresaron a la oficina.
El ambiente estaba cargado de una tensión suave, apenas perceptible, mientras Clara y Donovan estaban sentados en su oficina tras finalizar un día particularmente agotador. La luz cálida de la lámpara de escritorio proyectaba sombras suaves en la pared, creando un refugio de intimidad improvisado. Clara jugueteaba con una pluma entre los dedos, mirando fijamente la superficie del escritorio como si las respuestas a sus tormentos estuvieran grabadas allí.
Donovan, con las mangas de la camisa remangadas, la observaba con cautela. Había algo en su postura, en la forma en que sus hombros se curvaban ligeramente hacia adentro, que gritaba vulnerabilidad. Pero él sabía que presionarla no era el camino.
—¿Te molesta si pregunto algo? —su voz fue baja, suave, como una caricia en la quietud de la habitación.
Ella alzó la vista por un instante, suficiente para que él notara el brillo de la duda y el miedo en sus ojos. Luego volvió a bajarla, apretando los labios.
—Supongo que no puedo detenerte —murmuró, con un intento de sonrisa amarga que no llegó a sus ojos.
Él esperó un momento, calibrando sus palabras.
—A veces siento que llevas todo el peso del mundo en los hombros —dijo, inclinándose ligeramente hacia ella—. No estoy aquí para juzgarte, Clara. Solo quiero ayudarte.
El silencio que siguió fue denso, como si el aire entre ellos estuviera cargado de palabras no dichas. Finalmente, Clara dejó escapar un suspiro tembloroso, dejando la pluma a un lado.
—No soy alguien fácil de ayudar, Donovan. Estoy... defectuosa.
Donovan frunció el ceño, su expresión pasó rápidamente de sorpresa a algo que parecía una mezcla de tristeza y ternura.
—Eso no es verdad.
—Sí lo es —insistió ella, con una risa corta y seca que no tenía nada de humor—. No funciono como las demás personas. Yo... le temo a los hombres.
Esa confesión lo golpeó como un rayo. Aunque no le dio detalles, esas pocas palabras eran suficientes para entender que había una historia detrás, algo que ella cargaba como una herida abierta. Donovan se sintió invadido por una mezcla de rabia contenida hacia quien fuera que le había hecho tanto daño y una profunda necesidad de protegerla.
Clara lo miró de reojo, esperando encontrar en su rostro algún signo de incomodidad o juicio, pero lo que vio fue compasión. Una compasión cálida que casi le dio ganas de llorar.
—¿Sabes? —dijo él después de un momento, su voz baja pero firme—. Los defectos son lo que nos hace humanos, Clara. Pero no creo que tengas uno. Eres más fuerte de lo que crees.
Ella tragó saliva, su garganta apretándose ante sus palabras.
—¿Por qué haces esto? —preguntó, apenas un susurro—. ¿Por qué sigues intentando ayudarme?
Donovan sonrió levemente, inclinándose hacia atrás en su silla con una naturalidad que buscaba tranquilizarla.
—Quizá porque creo en ti. Porque veo algo en ti que merece ser protegido, incluso cuando tú misma no lo ves.
Clara sintió un nudo formarse en su pecho. Sus palabras eran peligrosas, no porque no fueran ciertas, sino porque despertaban algo que había estado enterrando durante mucho tiempo: esperanza.
Donovan se levantó con calma, dejando espacio para que ella procesara lo que había dicho. Cuando llegó a la puerta, giró hacia ella con una sonrisa suave.
—Acompañame, por favor —pidió Donovan mientras salía de la oficina—. No puedes decirme no, ¿de acuerdo?
...
La tarde caía con una luz dorada, suave y cálida, mientras Donovan conducía por calles que Clara no reconocía. Había accedido a acompañarlo a regañadientes, intrigada por su insistencia pero sin animarse a preguntar a dónde iban. Lo observaba de reojo mientras él manejaba con calma.
—¿Me vas a decir a dónde vamos o es una especie de secuestro? —preguntó ella finalmente, cruzando los brazos.
Donovan rió bajo, sacudiendo la cabeza.
—Tienes mucha imaginación, Clara. No te preocupes, no es nada raro.
Ella no insistió, aunque su curiosidad crecía con cada giro del auto. Finalmente, él estacionó frente a lo que parecía ser un parque. Clara miró alrededor, perpleja, mientras Donovan se bajaba y rodeaba el auto para abrirle la puerta.
—¿Un parque? —preguntó, arqueando una ceja.
—Un parque —confirmó él, ofreciéndole una mano para ayudarla a bajar. Clara la ignoró deliberadamente y se bajó sola, aunque él solo sonrió ante su gesto.
El lugar estaba lleno de vida. Familias caminaban por los senderos, niños corrían y reían mientras sus cometas volaban alto en el cielo. Había parejas sentadas en el césped, compartiendo meriendas y risas. Era un lugar tranquilo, pero con suficiente energía como para sentirse acogedor.
—¿Por qué aquí? —preguntó Clara, caminando junto a él por un sendero de grava.
—A veces es bueno recordar cómo se siente la paz —respondió Donovan, con un tono que sugería que hablaba tanto para ella como para sí mismo.
Llegaron a un banco de madera pintado de blanco, bajo la sombra de un gran árbol. Donovan le hizo un gesto para que se sentara primero, y luego se acomodó a su lado. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. El sonido de los niños jugando y el canto de los pájaros llenaba el espacio entre ellos.
Clara miraba a su alrededor, inquieta. Aunque no lo parecía, había algo reconfortante en estar rodeada de tanta vida. Pero su mente no estaba en el parque. Tenía una pregunta rondándole en la cabeza, algo que quería decir pero no sabía cómo.
Donovan, como si pudiera leer su mente, se giró ligeramente hacia ella.
—¿Quieres decirme algo?
Clara parpadeó sorprendida, sus ojos encontrándose con los suyos.
—¿Cómo lo supiste?
Él sonrió, un gesto cálido que hizo que su corazón se acelerara ligeramente.