La obsesión del millonario

Una visita tensa

Clara cerró la puerta detrás de ella, suspirando mientras intentaba ordenar sus pensamientos tras la inesperada despedida con Donovan. Sin embargo, la calma que buscaba se desvaneció al escuchar un ruido en la sala. Sus pasos se detuvieron en seco cuando la voz familiar de su madre resonó desde el sofá.

—Vaya, llegas tarde. ¿Una cita? —preguntó Leticia, con un tono cortante que mezclaba sarcasmo y juicio en partes iguales.

Clara sintió cómo su cuerpo se tensaba al instante. Esa era su madre: elegante, altiva, y con una habilidad innata para hacer que cada palabra pareciera un reproche disfrazado de interés casual.

—No es de tu incumbencia, mamá —respondió Clara, intentando mantener la voz firme mientras se acercaba.

Leticia estaba sentada con la postura impecable de siempre, como si incluso en los momentos más mundanos necesitara demostrar su perfección. Su cabello estaba perfectamente peinado, y su vestido de diseñador parecía fuera de lugar en el pequeño apartamento de Clara.

—Por supuesto que lo es. Soy tu madre, Clara. No sé por qué insistes en alejarme como si fuera una extraña. —Leticia se cruzó de brazos, y su mirada se endureció.

Clara apretó los labios, luchando contra el impulso de responder con la misma agresividad.

—¿Qué haces aquí? Dijiste que solo sería por unos días.

—Y así será, si mi querida hija me lo permite. He tenido que soportar demasiadas humillaciones últimamente, y créeme, no estoy de humor para pelear contigo. —Leticia suspiró dramáticamente, como si su presencia en el departamento fuera un sacrificio monumental.

Clara se recargó contra la pared, cruzando los brazos mientras intentaba mantener la calma.

—¿Qué pasó esta vez?

—Lo que pasa siempre. Jaime no tiene idea de cómo valorar a una mujer como yo. Cree que puede decir cualquier cosa y salirse con la suya. —Leticia hizo un ademán con la mano, restando importancia al tema, pero Clara podía notar la tensión en sus ojos.

—¿Se pelearon otra vez? —preguntó Clara, aunque ya conocía la respuesta. Las peleas entre su madre y su tercer esposo eran legendarias por su intensidad y su repetición casi cíclica.

—No fue una pelea, Clara. Fue una falta de respeto. Me hizo quedar como una tonta frente a sus amigos. —Leticia se levantó del sofá, caminando por la sala como un león enjaulado. —No sé por qué siempre termino rodeada de hombres que no saben apreciar lo que tienen.

Clara sintió un nudo en el estómago. Esas palabras, pronunciadas con tanto desdén, resonaron en su cabeza de una manera que no podía ignorar.

—Tal vez porque siempre buscas a los mismos tipos de hombres —dijo en voz baja, pero lo suficientemente claro para que Leticia la escuchara.

La mirada que su madre le dirigió podría haber congelado el fuego.

—¿Y tú qué sabes? —Leticia se detuvo frente a ella, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y desprecio. —¿O es que ahora crees que puedes darme lecciones sobre relaciones?

Clara sintió que el aire se volvía más pesado. Ese era el núcleo de su relación: una constante lucha de poder, un tira y afloja entre la madre que siempre exigía perfección y la hija que había aprendido a protegerse de ella.

—No quiero pelear contigo, mamá —dijo finalmente, soltando un suspiro. —Pero tampoco voy a dejar que vengas aquí y actúes como si pudieras manejarme. Este es mi espacio.

Leticia la miró con una mezcla de sorpresa e irritación.

—Siempre tan dramática, Clara. Si no puedes soportar un poco de compañía, tal vez debería irme.

Clara quiso decir que sí, que tal vez sería lo mejor. Pero había algo en la forma en que Leticia había pronunciado esas palabras que la detuvo. Tal vez era el cansancio en su voz, o la forma en que sus hombros parecían menos erguidos de lo habitual.

—Haz lo que quieras, mamá —murmuró finalmente, dándose la vuelta para dirigirse a su habitación.

Antes de entrar, se detuvo y habló sin girarse.

—Pero si te vas a quedar, al menos intenta no hacer que todo se trate de ti.

Clara cerró la puerta antes de que Leticia pudiera responder, dejando que el silencio llenara el espacio. Se recostó contra la puerta, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en su pecho.

Su relación con Leticia siempre había sido complicada, llena de heridas que ninguna de las dos sabía cómo sanar. Pero esa noche, Clara sintió algo más: una punzada de lástima, no solo por su madre, sino también por sí misma.

—No vine a criticarte, vine a ayudarte, pero parece que no quieres escuchar razones. —Leticia suspiró, dramatizando su postura como si cargara con un peso invisible. —Clara, tienes que aprender a ser más fuerte. No puedes seguir huyendo de tus problemas.

Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en el tono de su madre que la inquietaba, una familiaridad incómoda en esas palabras.

—No estoy huyendo de nada. Estoy haciendo lo mejor que puedo.

Leticia la miró fijamente, como si estuviera evaluando cada palabra que decía. Luego, sin previo aviso, dejó caer la bomba.

—¿Lo mejor que puedes? Clara, mira lo que pasó la última vez que confiaste en alguien. Mira lo que permitiste que te hicieran.

El aire pareció salir de la habitación. Clara se quedó inmóvil, como si las palabras de su madre hubieran sido un golpe físico.

—¿Qué dijiste? —preguntó en un susurro, aunque sabía exactamente a qué se refería.

—Sabes a qué me refiero —continuó Leticia, su voz fría como el hielo. —Lo que pasó... ese horrible incidente. Clara, deberías haber sido más cautelosa. Esos hombres no son de fiar, y tú no hiciste nada para protegerte.

Clara sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.

—¿Me estás culpando por lo que me pasó? —su voz salió entrecortada, cargada de incredulidad y dolor.

—No estoy culpándote, estoy siendo realista. —Leticia se encogió de hombros, como si estuviera hablando de algo trivial. —El mundo es cruel, Clara. Si no aprendes a cuidarte, te va a destrozar.




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