PRÓLOGO
Para la mayoría de la gente él amor es un sentimiento maravilloso, único y totalmente gratificante.
Es ese estado o momento en él que nos vinculamos física y emocionalmente a una persona, con la libertad de crear momentos increíbles, con la libertad de pensar a futuro.
Cuando nos enamoramos damos todo de nosotros con la intención de hacer feliz a la otra persona, dado que su felicidad también es la nuestra.
Pero lo mío era poco más que amor, lo mío era una obsesión, una obsesión retorcida e insana.
Lo mío supera cualquier obstáculo, su sonrisa me hipnotizaba, su cuerpo era él pecado mismo que aventuraba a sucumbir en tus más anhelados deseos, su voz despertaba cosas que jamás me hubiera permitido sentir o imaginar.
Aquella tarde la vi danzar al compás de su hermana y mi hermana, su nariz y mejillas estaban rojas por él frío que abrazaba Rusia ese Diciembre.
Su cabello negro caía por sus hombros totalmente lacio.
Traía puesto un vestido azul, con un corsé negro, y arriba estaba cubierta por un pesado saco blanco de algodón, se veía angelical.
La ví reírse cuando tropezó y cayó a la nieve. Tomó su estómago, supongo que le dolía de tanto reírse.
De repente su vista se volvió hacia mí y volví a esconderme detrás de los árboles de pino.
No tenía que verme, aún no.
No.
Definitivamente no importaba no saber su nombre, su posición social, su educación o su edad—aunque sí lo sabía pero eso es conversación de otro día— , no importaba si ella quería ser mía o no, le restaba importancia a lo que pudieran pensar los demás.
Ella debía ser mía, necesitaba acariciar su piel blanca como la porcelana.
Quería que mi nombre saliese de sus labios carnosos los cuales me invitaban a besarla una y otra vez.
Deseaba despertar a su lado y sentir su perfume.
Añoraba apretar sus mejillas.
Necesitaba todo de ella, y lo obtendría.
Esa dulce chica que parecía cautivar a todos a su alrededor sería la próxima Zarina Imperial.