La Odisea De Los Reyes: El Filo Roto

Capitulo 3º “El silencio de los muertos”

El silencio era absoluto.

El fuego había cesado. El humo se disipaba lentamente entre las ruinas. Todo estaba destruido.

Y, sin embargo, el cielo era azul. Limpio. Despejado.

El sol asomaba en el horizonte, derramando su luz dorada sobre la aldea arrasada, como si no supiera —o no le importara— lo que allí había ocurrido.

Los primeros rayos tocaron el rostro de Kael, tendido aún sobre el suelo del patio.

—Mamá… tengo frío —murmuró con los ojos cerrados.

Cuando los abrió… la realidad lo golpeó de nuevo.

Frente a él, el cuerpo de su padre seguía colgado del gran árbol.

Medía casi un metro ochenta. Su cabello castaño ondeaba suavemente con la brisa. Llevaba el mismo traje que Kael siempre había admirado: una prenda oscura como la noche, de telas finas y suaves, que no se parecían a nada que hubiese visto en el pueblo.

A pesar de la sangre que manchaba su rostro, la ropa no parecía absorberla. Como si estuviera hecho de algo distinto… algo indestructible.

Las dos espadas seguían allí, clavadas en su pecho: una larga como el brazo de un adulto, la otra más corta, casi como un cuchillo.

Ambas le pertenecían.

Y ahora eran todo lo que Kael tenía.

Todo… excepto un mundo al que aferrarse.

El gran árbol ya no era el mismo. Las hojas que antes ondeaban como estandartes de vida habían desaparecido por completo. Lo único que quedaba era el tronco ennegrecido y agrietado, cubierto de ceniza.

Kael se quedó allí, inmóvil. No sabía qué hacer.

Ya no le quedaba nada.

Estaba solo. Completamente solo.

No tenía un propósito, ni una meta, ni siquiera la fuerza para llorar.

Pasaron horas en silencio, con la mente vacía, como si el tiempo se hubiese detenido.

Pero entonces, algo volvió a él.

Un recuerdo.

Su abuela, años atrás, le había enseñado que cuando alguien del pueblo moría, debía recibir un entierro digno. Solo así su alma podía cruzar al cielo.

Era una tradición. Un deber. Un acto de amor.

Kael lo comprendió: él era el último. Y debía asegurarse de que todos los suyos descansaran en paz.

Se puso de pie, tambaleándose. Estaba en el patio de su casa, ahora despejado por las llamas. Al girar, vio los restos de su hogar: paredes caídas, maderas carbonizadas, el techo desaparecido.

No pensó más.

No sentía nada.

Estaba en piloto automático.

Caminó hacia los escombros. Necesitaba encontrar algo. Una cuerda. Un lazo. Lo que fuera.

Necesitaba bajar a su padre del árbol.

Kael buscó por todos lados una forma de lograrlo.

Caminó entre los restos de su mundo, pisando ruinas que antes fueron caminos familiares. Exploró lugares que conocía de memoria, pero que ahora eran irreconocibles. Cada paso era una mezcla de búsqueda… y despedida.

Y con cada paso… recordaba.

Recordó cómo, cada mañana, su madre le preparaba té con las hierbas que recogían juntos. Cómo lo acompañaba con un trozo de queso fresco, hecho con leche del pequeño ganado que el pueblo compartía.

Helena siempre fue dulce. De cabello largo y negro como la noche. De voz suave y ojos color caramelo, que a Kael le encantaba mirar en silencio.

Pero ya nunca volvería a verla.

Sus pies lo llevaron frente a una casa en ruinas. Se detuvo.

Allí, entre los escombros, vio los cuerpos de dos niños.

Eran sus amigos más cercanos.

Los mismos que, apenas el día anterior, le habían pedido que jugara con ellos… y a quienes él les había dicho que no. Porque quería pasar tiempo con su madre, recolectando hierbas.

Y ahora estaban muertos.

Siguió caminando. Aunque le dolía lo que había visto, ya no podía llorar.

A pocos pasos encontró el centro de educación del pueblo, donde los más ancianos enseñaban a la nueva generación a cuidar el ganado, recolectar hierbas, crear medicinas, cazar.

A Kael nunca le gustaba ir. Se aburría. Prefería aprender con su madre o buscar a su padre para jugar.

Cuando pasó por la puerta del centro educativo, vio una escena dolorosa.

La señora Bety, una de las maestras, yacía en el suelo muerta. Detrás de ella, los cuerpos de varios niños más pequeños. Bety había intentado protegerlos… en vano.

Kael se quedó un momento mirando. Le dolió el pecho.

Parecía que muchas mujeres del pueblo habían dado su vida para salvar a los niños, como lo había hecho su madre.

Se adentró en las ruinas de una vieja bodega comunal. Allí, entre los restos chamuscados de una estantería caída, Kael encontró una cuerda. Y una pala.

La levantó con manos temblorosas. Recordó cuando su padre le había dicho: “Una pala sirve para construir… y para despedir.” Lo había dicho cuando su abuela murió. Ese momento quedó grabado en Kael para siempre.

Y ahora… solo le quedaba despedirse.

Apretó los dientes. Iba a hacerlo. Por él. Por todos.

Caminó de regreso al gran árbol. Con esfuerzo y cuidado, ató la cuerda a una rama y a las piernas de su padre. Comenzó a bajar lentamente el cuerpo.

Las espadas cayeron primero, como si nunca hubieran estado clavadas. Kael pensaba que le costaría arrancarlas… pero simplemente se soltaron. Quedaron clavadas en la tierra como absorbidas por ella. Si no fuera por las empuñaduras, habría sido imposible sacarlas.

Kael las recogió con reverencia, como si fuesen sagradas.

Luego, el cuerpo de su padre tocó el suelo.

Se arrodilló junto a él.

—Papá…

Cerró los ojos.

Recordó su risa, sus pasos firmes, cómo lo alzaba en brazos cuando era más pequeño. Recordó sus historias de guerrero, sus silencios, su voz profunda diciendo: “Un líder cuida a todos… pero nunca olvida a los suyos.”

Su padre era muy callado. A Kael le costaba hablar con él. Nunca supo su nombre. Pero le encantaba estar a su lado. Le encantaba escucharlo cuando decidía hablar. Le encantaban las veces en que le enseñaba a pelear.

Esos pequeños momentos eran todo lo que le quedaba.



#1173 en Fantasía
#1740 en Otros
#87 en Aventura

En el texto hay: accion, magia, muerte

Editado: 21.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.