Logré comprender que no puedes estar con alguien si no sanas, porque intentando salir de la oscuridad, arrastras a esa persona contigo; que no puedes pretender llevar a alguien a un rosal si esa personas no es como tú y no está acostumbrada a vivir con espinas.
Dolía, claro que dolía; pero entendí que esas frases que leía en los libros de amor eran ciertas, que amar duele, porque cuando quieres dejar de sentir aquella felicidad, comprendes que nunca fue efímera; que es un sentimiento que llegó tan rápido como los cambios de estaciones del año, pero tan difícil e imposible de olvidar como el hecho de tratar de respirar aire en el mar.
Una vez escuché que el amor cura, que amar a alguien y sentir que es recíproco sana las heridas; pero todo era una mentira. Sentirse amado o encontrar aquel sentimiento en alguien no ayuda a esos problemas, sólo te reconforta y se convierte en un pilar fundamental en lugar de solventar; un pilar que poco a poco se construye como una fuente de energía en la luna, o un oasis en el desierto.
Amar no era fácil, porque a veces olvidamos que también existimos y centramos nuestras fuerzas en una sola persona; por eso, si la persona es la correcta, sabrá guiarnos para avanzar juntos de la mano en el aprendizaje del amor.
Entendí que la frase que leí de Benedetti aquella vez, desde luego, era correcta; y me dolió el hecho de sentir que había sido escrita para mí; porque era cierto lo que él decía, nosotros no tuvimos un final feliz, pero sonreímos todas las horas que pasamos juntos, y solo por eso, valió la pena.