Escrito para personas como Valeria,
que se han caído tantas veces, pero han
aprendido a sonreír para no sufrir.
Dedicado a todos los que piensan que
no hay una salida; pero a pesar de
aquello, elevan una bandera para
señalar que necesitan ser ayudados.
Siempre había sido fanática de leer libros de amor; pensando que algún día podría ser la protagonista de mi propia historia. Es verdad que la felicidad es muy relativa y subjetiva; pero sin duda alguna, en mi vida nunca había encontrado una pizca de su existencia.
Dicen que siempre hay una luz que ilumina nuestros caminos; aunque puedo asegurar que el destino se había encargado de demostrarme que en el mío no existía el sol ni la electricidad. Muchos dicen que si una puerta se cierra, la otra se abre; para mí no existían puertas ni ventanas, solo una muralla.
Cada uno es el protagonista del libro de su vida, siendo un héroe o villano, el que ilusiona o quien termina lastimado por ser ilusionado; pero al final, me di cuenta que cada uno es su propio autor, dueño de sus decisiones y quién elige cómo continuará el rumbo de su vida.
En su momento fui un barco hundido, aunque pude salir siendo ayudada; pero no tenía idealizado el hecho de que la vida fuera tan injusta, porque al final volví a hundirme, y ya nadie podía ayudarme. Tuve que aprender a hacerlo sola.
Lo conocí a él, quien no tenía ojos verdes como los campos ni mucho menos azules que me hicieran perder en el mar o en la infinidad del cielo; solo eran marrones, tan claros como los trigales. Él fue uno de los que me salvó cuando creí haber sanado, pero también se encargó de que terminara peor que cuando me conoció; lo que me duele, es que no sé si fue su intención o no.