La oportunidad de un para siempre

08: Al rescate

CAPÍTULO 8

Al rescate

-Soy Val. Necesito que me ayudes. -Le dije a Mario apenas respondió la llamada.

Sinceramente, pensé que no me respondería por la hora en la que lo estaba llamando; porque si consideramos ese aspecto, por lo menos yo hubiera cerrado la llamada y bloquearía al inoportuno que me llamó a esa hora...... Aunque mi parecer cambió cuando fui consciente que esa inoportuna era yo en aquellos momentos.

Si les soy honesta, aunque no lo parezca, medite más de tres veces si llevaba a cabo la dichosa llamada o no; pero si tomamos en cuenta que en ocasiones podía llegar a ser perjudicialmente impulsiva, pulsé el botón de llamada por la desesperación del momento. Y quizá de no haber sido Mario, no habría llamado a nadie; aunque lo hice porque él era el único que sabía cómo ayudarme con el problema en el que me había metido.

-Pero qué....... -Suspiró con cansancio. -Dime rápido -Dijo finalmente esperando a que le cuente el motivo de mi llamada; productiva para mí, improductiva para él.

-Necesito que me enseñes todo lo que sepas de contabilidad. -Solté como si fuera lo más lógico del mundo que te llamaran para pedirte clases particulares en la madrugada.

-Te voy a cerrar. -Sentenció. - Adiós. -Por su tono de voz, noté que tenía unas evidentes ganas de matarme.

No lo culpo, porque en su lugar, yo habría enviado una bomba por mensajería a la persona que me llamó; y de por sí, para él obviamente no tenía sentido que lo llamara en la madrugada para decirle algo tan tonto, aunque para mí fuera de vida o muerte.

Si les soy sincera, mientras ignoremos que estaba inmiscuyendo a alguien más en mis propios problemas; me parecía súper emocionante el hecho de vivir aventuras así en mi vida. No sé, pero además de sentir que todo era una ridiculez, la parte de mi cerebro, que seguramente era la única que tenía habilitada hasta cierto punto; y que gritaba que era como revivir las épocas del colegio, hacía que me volviera a sentirme viva de alguna u otra manera.

-¡NOOO!. -Grité y casi me dan tres infartos cuando recordé que hora era.

-No grites. -Susurró asustado.

-Perdón, perdón, perdón...... -Me disculpe apenada. -Pero oye, de verdad necesito tu ayuda. -Bajé el tono de voz.

-Habla. -Se rindió. Hice con mi mano en pequeño puño para moverlo levemente, mientras dije ››Bien‹‹ mentalmente.

Era mi momento.

Vamos Val, nunca antes en tu vida deseaste tanto algo y.....

Bueno, deseabas un perro y nunca lo tuviste.

Genial, ahora quería llorar por recordar el sueño frustrado del estúpido perrito.

Bueno, eso ya no viene al caso, sigue con tu plan. Es ahora o nunca.

-Necesito aprender algo de contabilidad para mañana a las seis de la tarde. -Con la velocidad con la que lo dije, me sorprendió que me hubiera entendido.

-¿Y tú para qué quieres saber eso? -Preguntó, aunque por la forma en la que lo hizo, deduje que iba a soltar una tontería. -¿Acaso quieres calcular las visitas y ganancias de tus entrevistas o algo por el estilo? -Inquirió riendo. En efecto, no me había equivocado.

Rodé los ojos aunque no pudiera verme. -No, solo quería saber para ayudar a alguién.

-¿Quién te dijo que yo podría ayudarte? -Cuestionó. -Además ¿Pretendes aprender en escasas horas lo que aprendí en un año? -Se rió descaradamente.

En serio, el puño de la mano me picaba por querer darle un golpe apenas lo viera. O sea, yo me atrevía a confesarle algo, y su única respuesta era burlarse. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era quizá lo más tonto que había hecho en mis diecisiete años de vida; pero no era necesario que me lo recalcara. Tenía suficiente con mi conciencia.

-Haces muchas preguntas. -Dije con las mejillas rojas de la vergüenza.

-Y tú exiges mucho. -Contraatacó. -Ahora dime por qué me pides a mí el favor

-Porque Vivian me dijo que habías estudiado el primer año de la carrera.

-Es una chismosa........ -Dijo entre dientes, aunque entendí a la perfección. -Está bien. -Cedió. -¿Cuándo nos vemos?

-Ahora. -Mi susurro fue casi ineludible.

-¿Cuándo?

-Ahora. -Repetí entre dientes, con vergüenza.

-¿Qué dices? -Preguntó estresado.

Solté un suspiro de frustración. -Ahora. -Dije fuerte y claro.

Escuché como se quejaba. -Te veo en mi casa en media hora. -Dijo finalmente.

-Eres el mejor. -Juro que sentí como se le pasaba por la mente, lanzar un rayo al móvil para traspasar la pantalla y desaparecerme. -¡Nos vemos! -Me despedí con alegría.

-Ujum. -Musitó cansado.

Cuando cerré la llamada, salí rápido del baño y de la habitación; me puse una sudadera porque hacía frío y morirme de hipotermia no formaba parte de mis planes. Agarré las llaves y mi cartera; así que finalmente, con todo el miedo del mundo a que me secuestraran y me vendieran de contrabando a algún país asiático o árabe, me subí en un taxi.




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