El silencio era el protagonista. Mike, Em y Kim estaban sentados en el sofá esperando por ella, como cada viernes. Aunque, en el fondo, sabían que no llegaría.
Los amigos habían discutido, Mike y Kim estaban dispuestos a todo. A esperarla, a encubrirla y a verla arruinarse la vida, porque para ellos Bea era lo más importante. Emily la amaba, se conocían desde que estaban en los vientres de sus madres, pero no dejaba de replantearse cuál era el camino correcto ¿Estaban haciendo bien? Estaba cansada de esperar que ella volviera.
―Hola ― un susurro, casi tímido, les llegó desde la escalera del sótano.
Los amigos se giraron asustados y ahí estaba. No había rastro de la Beatriz rubia, coqueta y perfecta que ellos conocían. Esa Beatriz parecía un pollo mojado, tenía el delineador corrido, los ojos rojos por haber estado llorando y un corte grande en su labio hinchado.
―Lo siento…― murmuró con la angustia atorada en su garganta.
Kimberly no dudó y corrió a contenerla con un abrazo. Mike observaba todo desde una esquina del sótano. Él nunca había sabido muy bien cómo lidiar con las emociones femeninas de sus mejores amigas y en ese momento estaba más que superado por la situación que veían sus ojos.
Emily tomó una bocanada de aire, intentando calmarse, se acercó a la heladera y de ella sacó una cerveza que le ofreció a Bea, mientras ella se ponía de pie acercándose al sofá, acompañada por Kimberly que se sentó a su lado. Mike ocupó el otro lado de Bea y Emily prefirió sentarse justo frente a ella en la mesa de centro.
“¿Cuánto hacía que Bea no pisaba ese sótano?” Se preguntó Emily mientras la veía beber su cerveza.
Cada viernes por la noche, desde hacía unos ocho años, los cuatro amigos se reunían en el sótano de Miguel Gutierrez, Mike para las chicas, les gustaba ver películas y pasar la noche siendo sólo cuatro. Pero Emily ya no recordaba cuánto tiempo había pasado desde la última vez que Bea estuvo allí, le resultaba difícil pensarlo en semanas, creía que era más fácil decir que era “desde que había conocido a Ethan”.
Ethan la había cambiado. Bea siempre había sido un poco rebelde, pero no de esa manera. Al poco tiempo de salir con él, ella ya era diferente. Había convencido a sus amigos de encubrirla para que pudiera encontrarse con él sin que sus padres lo supieran, porque Ethan era todo lo que un padre quiere lejos de su hija.
Desde Ethan algo en ella había florecido, algo nuevo. Un odio visceral hacia sus padres. Era extraño. Muchas veces Emily intentó convencerla de dejarlo, que aún estaba a tiempo y una de esas veces respondió con una sonrisa y una caricia en su mejilla mientras pronunciaba una frase que la dejaría pensando:
«Eres demasiado inocente Em, el mundo es mucho más que lo que pasa en este pueblo. Algún día abrirás los ojos, solo espero que no sea demasiado tarde.»
***
Desde el accidente las cosas habían sido difíciles. Llevaba cuatro semanas fuera del hospital recuperándome e intentando sentir algo, lo que sea. Había decidido que ya era hora de asumir la realidad. Para todo el mundo la vida continuaba, mi padre salía cada mañana para sus clases en la universidad; mi hermana continuaba con sus estudios y sus prácticas en el equipo de porristas, y las únicas que parecíamos haber puesto una pausa en nuestras vidas éramos mamá y yo. Ella había pedido una licencia en su trabajo para poder cuidarme y yo… bueno no tenía ni idea de cómo lidiar con mi vida en ese momento.
Desde que supo lo del aborto de Kim, el embarazo de Bea y todo lo relacionado a Ethan; mis padres casi no me dirigían la palabra, creo que se sentían demasiado desilusionados por el rumbo que estaba tomando la vida de mis amigos y, en consecuencia, la mía. El sentimiento que peor llevaban era el pudor, temían preguntar si tal vez yo había pasado por algo así, o si quiera si ya había tenido mi primera vez. Algo patético, lo sé, pero así funcionaban las cosas en mi familia; si no se ve a simple vista, es mejor hacer como si no sucediera. Así fue con Sarah, cuando prefería no comer para estar delgada o cuando descubrimos el romance que mi padre mantenía con una alumna de la universidad.
Después del accidente, la única que se había interesado lo suficiente por mí había sido Sarah, nuestra relación había cambiado después de eso, ella se volvió más comprensiva y sé que en algún punto se culpaba por no haber sido más cercana conmigo. Pero yo no la culpaba, nosotras éramos hermanas y pelear estaba en nuestro ADN, yo no le pedía nada y no tenía nada que reclamarle.
Un auto negro de la policía nos escoltaba por las calles del pueblo. En ese momento agradecía los vidrios tintados de la camioneta de mi padre, porque la mirada de todos se dirigía a nosotros. Storrs era un pueblo pequeño, todos estaban al tanto de lo sucedido y no podían de dejar de mirar cuando alguien entraba o salía de mi casa, éramos un espectáculo. Yo lo era.
Atravesamos las rejas del cementerio local y ambos vehículos se detuvieron debajo de un viejo árbol en una de las callecitas internas. Mamá se apresuró a bajar para ayudarme, pero uno de los oficiales que nos habían escoltado se adelantó.