La Orden de las Sombras: Mentiras

CUATRO

 

―¿Estás lista?

Wagner entrelazó las manos frente a su torso y sonrió, como si nada de esa situación le molestara y podía entender que para ella fuera habitual, pero ¿Por qué yo sentía que nada de todo lo que estaba sucediendo era normal?

―¿Puedo preguntarle algo? ― dije viendo fijamente sus ojos.

―Mientras no sea nada relacionado a abortos... Claro ―. Las dos sonreímos y no pude evitar sonrojarme.

―Lo siento por eso, suelo decir lo que pienso y muchas veces no me doy cuenta que hablo en voz alta.

Wagner pareció no molestarse, sonrió y asintió. ―También tuve dieciséis alguna vez. ¿Qué quieres saber?

―¿Cómo es qué mi padre puede pagar este sitio?

Mi pregunta la tomó por sorpresa y se quedó pensativa unos momentos.

» No me malinterprete ― aclaré ―. Mi padre es profesor en la universidad y mamá en una pequeña escuela de arte, tenemos un buen estilo de vida, por encima del promedio ― algo en mis palabras parecía divertirla por la pequeña sonrisa que se dibujó en sus labios ―, pero estoy más que segura que mis padres no pueden permitirse esto.

No era una pregunta, quería que entendiera que no era estúpida. Si joven, pero no estúpida.

―Bueno, es una escuela como cualquier otra...

―Al otro lado del océano y en un país que se caracteriza por una educación elitista ―. La interrumpí.

―Bueno, tus calificaciones colaboraron, no eran tan malas, aunque habían bajado un poco. Entiendo los motivos y eso sumado a la preocupación de tus padres por lo sucedido ―. Levanté la mirada ansiosa ―. Por supuesto que sabemos lo que pasó Emily, tus padres necesitaban alejarte por tu seguridad y estaban dispuestos a hacer lo que fuera.

―Entiendo, pero eso no responde mis preguntas.

La mujer sonrió y con un gesto de su cabeza me indico que entráramos.

―Este es un lugar seguro y tienes una nueva oportunidad. Vamos ― dijo colocando una mano en mi espalda y dando por terminado el tema ―. Te llevaré a tu habitación y luego que te instales podemos tener una conversación.

Subimos las escaleras en silencio mientras aprovechaba para observar cada detalle que podía. Los paneles de madera oscura que cubrían las paredes y el enorme ventanal que se ubicaba donde la escalera se dividía en dos, eran vidrios de colores que formaban una especie de mándala complejo con un ojo central y la luz que pasaba por ellos pintaba de colores los escalones.

―Qué bonito ― comenté deteniéndome, un segundo, en el descanso para verlo.

― Es original ―. Wagner bajó los escalones que nos separaban y se detuvo a mi lado ―. La edificación está repleta de detalles invaluables. Vamos, estoy segura que querrás desarmar tu equipaje...

En ese momento recordé que no llevaba mis valijas.

― Las deje...

― Tranquila ―. Sonrió indicándome que la siguiera ―. El personal ya debe haberla llevado a tu habitación. Este es el ala para las mujeres ― dijo mientras avanzábamos por un pasillo oscuro iluminado por algunas luces y un enorme ventanal lejano que no alcazaba a iluminarlo por completo ―. Y esta es tu habitación ―. Se detuvo en la número treinta y nueve ―. Bienvenida ―. Abrió la puerta y me dejó pasar primero.

Crucé el umbral y miré todo a mi alrededor. Debía admitir que tampoco era lo que esperaba, pese a la cantidad de madera oscura que cubría el pasillo, la habitación estaba completamente pintada de blanco, salvo por los pisos que eran de la misma madera que el pasillo. Di unos pasos y me detuve en el centro, no era extremadamente grande, pero estaría bien. Por lo que podía ver no iba a estar sola; dos camas estaban dispuestas cada una contra una pared, en el centro entre ambas había un ventanal y bajo este, dos escritorios, uno de ellos vacío. Me giré para ver a Wagner que seguía de pie en el umbral, en ese momento distinguí los dos armarios que había junto a la puerta y mi equipaje frente a uno de ellos.

―Aquí tienes los uniformes ― dijo la directora abriendo la puerta de uno de los armarios y enseñándome varias perchas impecablemente colgadas donde solo distinguía colores azules, grises, negros y blancos ―. La lavandería recoge la ropa lunes, miércoles y viernes; solo asegúrate de dejar las cosas en tu cesto de ropa ―. Señaló una canasta con un cartel que indicaba mi nombre.

Asentí en silencio, era extraño. Nada de todo eso se sentía mío, no era como estar en casa y supongo que era esperable, pero no dejaba de ser extraño.

» El baño está a mitad del pasillo y a la vuelta de este hay otro más ―. Continuó ante mi silencio ―. Te dejo para que acomodes tus cosas ―. Asentí nuevamente ―. Esa es tu cama, tu compañera de habitación, Victoria, debería llegar de su clase de deportes enseguida y en unos momentos pasará por ti Roselen para enseñarte el edificio y explicarte las reglas ¿De acuerdo?

Volví a asentir.

» Emily, necesito que tengamos algo de comunicación ― dijo sonriendo y señalándonos a amabas con su mano.

―Lo siento, sí. Está claro.

―Bien, nos vemos en la cena entonces y si necesitas algo, búscame en el despacho.

―Gracias ― dije mientras la mujer cerraba la puerta.

Solté una enorme bocanada de aire cuando la puerta se cerró y me acerqué a la ventana, donde unas vistas impresionantes me paralizaron. El bosque se extendía hasta donde mis ojos podían ver. Una pequeña iglesia y un cementerio formaban una especie de claro a una distancia considerable, me pregunté si pertenecerían a la escuela o que tan grande sería su extensión. A lo lejos entre los altos árboles que conformaban el bosque cerrado alcanzaba a divisar los picos de una edificación que me llamó poderosamente la atención ¿Qué sería? Mi vista se fijó más allá, donde los picos de las montañas se levantaban majestuosos e imponentes. Aspiré una enorme bocanada de aire y sofoqué la tristeza que comenzaba a invadirme, como cada vez que algo me provocaba un poco de felicidad, o algún sentimiento similar.




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