La Orden de las Sombras: Mentiras

OCHO

 

―Chicos...

La voz temblorosa de Bea hizo que Emily se quitara el cinturón de seguridad para acercarse a ella, entonces vio su rostro cubierto de sangre. Un corte en su frente hacía que la sangre cayera de forma exagerada. Mike era impresionable y Em pensó que no era el momento para que el chico se desmayara.

―No mires. ― Le ordenó a su amigo mientras buscaba la sudadera de Mike que había visto al subirse al vehículo.

Cuando dio con lo que buscaba, se acercó para colocarla en la herida de su amiga. Revisó el corte, pero era complicado, la sangre había teñido su cabello transformándolo en un engrudo bastante asqueroso. Frunció el gesto un poco asqueada y colocó el abrigo sobre la herida. Intentó quitar la mano del abrigo, para que pudiera sostenerse ella misma, pero Bea colocó su mano sobre la de Em y la observó asustada con sus enormes ojos saltones azules. Emily asintió en silencio, intentando transmitir una seguridad que en ese momento no sentía, mientras se quedaba pegada al asiento de su amiga.

En ese momento un golpe hizo que se movieran y las rodillas de Emily golpearon contra el asiento de adelante y un dolor horrible apareció en el cuello de la chica. De pronto sintió como la cabeza de Bea era más pesada.

―¿Bea? ― preguntó.

Se había desmayado.

―¿Mike? ― Kimberly habló con voz aterrada.

Emily se volvió para verla y notó que la chica observaba fijamente hacía atrás. Soltó a Bea, asegurándose de apoyar su cabeza y se acercó a su otra amiga.

―¿Ese es...?

―¡Ethan! ― susurró Mike que veía por el espejo lateral mientras comenzaba a acelerar.

***

Sin ganas comencé a seguir a Silas, poco a poco fueron quedando atrás los escritorios, pasamos por entre las estanterías y finalmente llegamos a una zona de pasillos y puertas, opuesta a donde estaban los anuarios ¿Qué tan grande sería la biblioteca? Me descolocaba totalmente.

―¿Qué es este lugar?

Silas no respondió, pero se detuvo frente a una puerta de madera con el número tres, quemado en ella. Era como la puerta de un calabozo, algo para nada acogedor. Cuando la abrió, con su espalda sostuvo la puerta permitiéndome el acceso. Era una habitación de piedra, fría y cuyas paredes sin ventanas estaban recubiertas por estanterías repletas de libros que a simple vista se notaban antiguos. En el centro, una mesa de madera oscura con cuatro sillas, eran el único mobiliario del lugar.

―Lindo...― dije irónicamente.

―Es mi lugar favorito para estudiar ― comentó, casi orgulloso.

―¿Esto? ― insistí dejando mi bolso sobre la mesa.

―Es tranquilo y nadie te molesta.

―¿Hay más como este?

―Si, siete ― dijo comenzando a sacar sus apuntes del bolso.

Asentí mientras observaba los lomos de los libros que decoraban la pared, todos escritos en un idioma que no podía comprender, algunos parecían latín, pero otros no.

―¿Comenzamos? ― Estiró su mano, supuse que esperando que le entregara mis apuntes del día. Pero me limité a señalar el bolso con la mirada y seguir revisando los libros. Él mismo podía hacerlo.

―Esta tutoría no tiene sentido. ― Me quejé mientras él abría el bolso y tomaba mi cuaderno de apuntes. ―Apenas pasó mi primera clase ¿Qué no piensan darme algo de tiempo para adaptarme?

Escuché como soltaba el aire por su nariz y supe que estaba sonriendo.

―¿Qué es lo gracioso? ― pregunté girándome para encontrarlo con la foto que había guardado en mis apuntes de filosofía esa mañana.

―¿Quiénes son? ― preguntó volviéndola hacía mí, como si no fuera capaz de saber que tenía en sus manos. ―Que guapa. ― Apuntó el rostro de Bea. ― ¿Podrías presentármela?

Su invasión a mi privacidad me exasperó. No tenía derecho. Me acerqué y con molestia le quité la foto. Aunque muy en el fondo la idea de que se fijara en Bea me resultaba odiosa, la historia de siempre, no había chico que se resistiera a ella. Silas no era la excepción.

―Ese no es tu problema. ― Rebusque en mi bolso y saqué los apuntes de cálculo y me senté molesta en una silla frente a él.

―¿Te molesta la tutoría? O ¿te molesta que sea yo quien te la dé?

Agradecí el cambio de tema, aunque hubiera estado más agradecida si se diera por vencido de una vez.

―Da igual, aunque creo que prefiero tu soberbia compañía a la de Roselen.

―Una confesión interesante ― soltó con una pícara sonrisa en sus labios.

―No te ilusiones Ken, no eres mi tipo.

Silas levantó las cejas divertido y parecía interesado.

―¿Ken?

―Si, tu novia es la Barbie rubia y tú eres ese chico perfecto que combina, perfectamente, con sus bolsos y zapatos.

―Entonces ¿Crees que soy perfecto? ― No respondí, mordí mi labio para no regalarle una sonrisa y puse los ojos en blanco, lo que provocó que él soltará una carcajada. ―Soy perfecto, pero no soy tu tipo...― llevó el lápiz a sus labios y lo mordió entre sus dientes ― ¿Cuál es tu tipo Emily?

―¿Qué tal si nos ponemos con esto? ― Señalé mi cuaderno y uno de los muchos ejercicios que no había podido ni siquiera empezar.

No pensaba admitir que él era cien por cien mi tipo. Ni en mil años, Sr. Soberbia.

Hora y media había pasado y, aunque mi cabeza quería explotar, estaba agradecida porque había podido poner en orden varias cosas que tampoco entendía en mi escuela anterior y muchas otras que ni siquiera había aprendido.

Tenía que admitir que Silas me había sorprendido, cuando lo vi las primeras veces, hubiera jurado cualquier cosa de él, menos que fuera el tipo de chico que estudia y es bueno en la escuela. Tal vez hubiera supuesto que era bueno en deportes y nada más, pero estaba sorprendida por lo mucho que entendía sobre cálculo y lo fácil que le resultaba explicármelo. Se lo notaba entusiasmado y eso hacía que, de alguna manera, me interesara más la materia. No por él, sino por su entusiasmo. Creo...




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