La Orden de las Sombras: Mentiras

DIEZ

 

Emily respiraba con dificultad. Tenía sueño y frío. No entendía si había estado desmayada o solo habían pasado unos segundos, pero el sonido de una gota al chocar con algo metálico la traía a la realidad y el olor a gasolina la hacía reaccionar, aunque no conseguía estar completamente presente. Intentó mover sus piernas, pero un dolor desgarrador la hizo gritar y al ver su extremidad notó la chapa clavada en ella, era enorme. Estiró su mano buscando algo y entendió que seguía dentro del vehículo. Finalmente encontró una mano, movió con dolor su cuello y encontró a Kim.

Intentó acercarse a su amiga, pero cuanto más se movía, esa cosa en su pierna parecía incrustarse más y dolía demasiado. Entonces, notó como el pecho de su amiga subía y bajaba con dificultad. Estaba respirando. Kim abrió un poco los ojos e intentó hablar, pero en segundos se dio por vencida. Con la poca fuerza que tenía, Emily, presionó los dedos de su amiga y otra corriente de dolor la atravesó, entonces vio el tubo que salía de su hombro. Mordió sus labios para no gritar, porque en ese momento escuchó los neumáticos de un vehículo frenar y unas luces iluminar lo que quedaba de la cabina del vehículo.

Emily le rezó a un Dios, en el que había dejado de creer, que su amiga no hiciera un solo ruido y esperó, conteniendo las ganas de llorar por el dolor y el miedo. Sintió movimiento cuando alguien intentó abrir una de las puertas.

―Por la ventana...― indicó un hombre con voz autoritaria.

Emily mantuvo sus ojos cerrados, aguantando el dolor. Quería gritar, pero no podía, no sabía quien estaba al otro lado.

―¿Todos están muertos? ― preguntó una voz gruesa, que arrastraba la R de una forma particular, era el acento ruso de Ethan.

Unos golpes metálicos sonaron por algún lado.

― ¿Polé? ― preguntaron.

― Allí.

― ¿Y Ashdown?

― Todos muertos ― respondió una voz más lejana.

― Bien, prende fuego todo y larguémonos.

***

Cinco y media de la mañana comenzaron a chillar los despertadores. No tenía idea de qué pensaba realmente cuando acepté levantarme a esa hora, pero estaba en condiciones de afirmar que había sido una pésima idea. No sé de qué me sorprendía, cualquiera con dos dedos de frente sabría que estar bajando las escaleras a las cinco de la mañana no podía ser algo bueno. Sobre todo, cuando al atravesar las enormes puertas de entrada el frío de la madrugada me golpeó fuertemente.

―Tranquila ― dijo Vi aferrándose a las correas de una pequeña mochila en la que guardo agua y una gorra. ― En unos minutos no tendrás frío, créeme.

―¿Por qué una persona en su sano juicio estaría de buen humor? ― pregunté mientras ella daba pequeños saltitos a mi lado.

―¿Y quién te dijo que estoy en mi sano juicio? ― repreguntó provocándome una sonrisa.

Era la primera vez que caminaba fuera del edificio por la noche y era más aterrador de lo que me imaginaba. El bosque le daba un toque tan siniestro que parecía salido de una buena película de terror y las luces, que solo iluminaban el perímetro del edificio, lo hacían parecer aún más oscuro, más grande y terrible. Se sentía como si este fuera capaz de devorarte y nunca jamás dejarte volver. Bordeamos el edificio y recorrimos un sendero hasta un paredón de piedra de mediana altura.

―Del otro lado está la huerta y el jardín. ― Me indicó cuando vio que intentaba ver más allá del muro. ―Es hermoso, un día podemos venir. Si el señor Jones está de humor...

―Suena volátil.

―En realidad no le gustan los adolescentes.

―Y trabaja en una escuela, todo muy correcto.

Vi soltó una carcajada que contagió la mía, hasta que una voz fuerte, y para nada amistosa, nos hizo gritar del susto:

―¡Tarde señorita Reyes!

Nos acercamos hasta donde un grupo de chicos estaban reunidos con linternas en sus manos. Me sorprendí al ver a Cameron de pie junto a un tipo enorme -y no exagero-. Cameron me miró fijamente con una bonita sonrisa en sus labios y asintió como saludo. Lo imité ante la atenta, y fría, mirada del hombre parado a su lado.

El hombre era joven, tenía una barba prolija que cubría su mentón y un rostro que me hizo preguntarme realmente que estábamos haciendo en ese lugar ¿Guapo? Si, definitivamente ¿Amistoso? No.

―Lo siento señor Clark. ― Se disculpó Vi, sin inmutarse, ante la intensa mirada del hombre ―Ella es...

―Martin. ― La interrumpió caminando directamente hacía nosotras y deteniéndose a pocos pasos míos.

Un tipo intimidante, estaba claro, grande, musculoso, seguro de sí y de su posición. Lo que él no sabía es que a mi esa actitud no me daba miedo. Por lo que sonreí mirando directamente su pecho y lentamente levanté la cabeza para verlo a los ojos. Él no sonrió, se limitó a analizar mi rostro unos segundos, finalmente se dio la vuelta y me ignoró como si no estuviera allí. Mis ojos viajaron de Vi a Cameron, pero ambos sonreían relajados, estaba claro que era el típico profesor que resultaba un grano en el culo.

―No tendrá privilegios señorita Martin. ― dijo levantando la voz y extendiéndome una linterna.

Caminé a paso firme y ante la atenta mirada de todos a nuestro alrededor, tomé lo que me ofrecía y clavé mis ojos en los suyos:

―No los pedí y no los quiero ― respondí esperando que soltara la linterna.

Fue mínimo, casi imperceptible, pero podría jurar que sonrió. Si Clark pensaba que era la típica niñita mimada de este instituto, estaba claro que no tenía ni idea de quién era.

―Estuve pensando que quiero hacer algo distinto, hoy nos limitaremos a los de siempre. Entrenar, pero la próxima clase pondremos objetivos. No les daré más información, pero prepárense, porque no será grato. ― Todos asintieron y comenzaron a encender sus linternas.




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