La cena con los padres de Vi y mi abuelo había sido amena. Eran buenas personas, divertidas y amables. Pero nuestras mentes estaban enfocadas en lo que sucedería esa misma noche más tarde. Al parecer mi abuelo y los padres de Victoria estaban al tanto de todo, por lo que se aseguraron de dejarnos en la escuela antes de las once de la noche.
Esperábamos impacientemente que llegara la hora para poder bajar lo más sigilosamente posible. El toque de queda había comenzado hacía medía hora, estábamos vestidas y en ese momento si podía sentir los nervios que tanto habían afectado a Vi desde antes de la cena, estaba segura que se debía a la incertidumbre de no saber con qué, o a quienes, iba a encontrarme en el molino de agua.
―¿Estamos haciendo lo correcto? ― preguntó ella mientras sacudía su pierna de un lado a otro.
―No lo vamos a saber hasta que no estemos ahí, pero ¿Crees que tus padres te expondrían?
Ella negó como respuesta y yo me puse de pie para acercarme a su cama.
» Además ¿Notaste lo bien que calzan estos pantalones?
Mi comentario provocó que ella riera y tomándome por sorpresa nalgueó mi trasero fuertemente.
―¿Estaremos bien? ― preguntó.
Le ofrecí mi mano y ella la tomó poniéndose de pie, estaba por caminar hacía la puerta, pero la detuve atrapando sus hombros.
―Pase lo que pase, siempre voy a ser tu sombra Vi. ― Ella sonrió, pero no tenía idea de lo que esas palabras significaban para mí, el peso que tenían. ―Voy a cuidarte, aunque de eso dependa nuestra amistad ¿De acuerdo?
Sus cejas se fruncieron en un gesto desconcertado. No quería volver a tocar ese tema, por lo que miré mi reloj y decidí que ya era hora de salir, si no queríamos llegar tarde a nuestra primera reunión con la orden.
» Mejor nos vamos ― dije tomando nuestros abrigos y las mochilas donde habíamos guardado unas linternas y unas botellas de agua. Por las dudas.
No pudimos contener la risa cuando salimos del edificio sin que nadie nos viera. En ese momento escuchamos el ladrido de un perro y vimos un haz de luz a lo lejos, eso fue todo. En segundos alguien nos había reducido y vuelto a colocar unos sacos en la cabeza.
Fue todo tan rápido que apenas tuvimos posibilidad de defendernos. En segundos estábamos completamente ciegas y con las manos amarradas con precintos detrás de nuestra espalda. Sabíamos que eran de La Orden, ellos nos lo dijeron y supongo que eso hizo que mantuviéramos la calma, aunque no estaban siendo demasiado amables.
Dejamos que las personas nos guiaran, pero no estábamos dirigiéndonos al molino de agua, tras un corto camino escuchamos el sonido de una puerta abrirse y en seguida nos empujaron escaleras abajo. Bajamos durante un tiempo bastante largo y el frío del exterior había quedado atrás hacía un buen rato.
―¿Están listas? ― preguntó una voz masculina y firme.
Las dos respondimos afirmativamente, aunque un poco asustadas hemos de admitir, y eso provocó que liberaran nuestras cabezas de las bolsas que llevábamos en la cabeza.
Cuando mis ojos se adaptaron a la penumbra, nos descubrí en un enorme salón iluminado de forma tenue por un centenar de velas negras y blancas, de diferentes tamaños apostadas en diferentes sitios.
Mis ojos recorrieron el salón con ansia de descubrirlo todo. Había muchas personas, la mayoría luciendo túnicas negras y eso era impresionante, daba un poco de miedo. Desde nuestra posición no podíamos identificar a nadie, puesto que todos quedaban ocultos por las sombras, pero eran demasiadas personas.
Noté la mesa que teníamos enfrente. Era larga, llevaba un mantel negro y sobre ella había varías velas, tres cuencos con diferentes componentes que no reconocía (y dudaba que de poder hacerlo mis nervios me lo permitieran) y a un costado una bandeja, que parecía de plata, que contenía dos dijes que tampoco alcanzaba a distinguir.
En segundos tres personas vestidas con túnicas negras, que a diferencia de los demás poseían un pequeño ribete rojo y azul. Se detuvieron justo frente a la mesa, al otro lado de donde nosotras estábamos y entonces la suave luz de la vela iluminó sus rostros. De los tres solo pude reconocer a quien estaba en el centro; mi abuelo. Entonces el miedo y la angustia que sentía desaparecieron. Confiaba en él o, al menos, quería hacerlo.
―Acérquense ― dijo una mujer a la izquierda de mi abuelo, que por lo que había entendido podría ser la abuela de Amelia.
Caminamos dos pasos al frente, hasta detenernos justo frente a la mesa. Miré los cuencos, ahora distinguía tres elementos diferentes en ellos. Uno poseía unos grandes cristales de un color amarillo fuerte, el otro tenía algo color plata y en el tercero había grandes rocas blancas. Las velas dispuestas en la mesa eran de colores: rojo, azul, marrón y blanco. En ese momento noté un libro que se veía antiguo abierto, esperando.
Sentí los dedos de Victoria buscar mi mano y no dudé en aferrarme a ella. La miré y pude leer el pánico en sus ojos en el momento en el que el murmullo provocado por el cuchicheo de todos los presentes se hizo más intenso.
―Bienvenidos a todos. ― Mi abuelo habló en voz tan alta que silencio el molesto sonido de los hablantes que había comenzado a elevarse entre los asistentes.
En ese momento miré a quienes nos rodeaban, ahora también por la espalda, y noté como todos asentían con la cabeza y guardaban silencio.
―Tenemos el honor de recibir a dos nuevos miembros a nuestra organización. ― Los murmullos se volvieron a escuchar, pero mi abuelo no los dejó continuar. ―Se que mucho se ha hablado sobre el regreso de mi nieta a la escuela y se cuántos dudan de su capacidad para estar en La Orden...
Sus palabras me descolocaron ¿Se dudaba de mi capacidad? No pude evitar sentir vergüenza y enojo en partes iguales ¿Quiénes se creían? Miré a mi alrededor con sentido odio en la mirada y muchos desconocidos bajaron la vista al cruzar con la mía. A quienes estaban en la parte más alta del recinto no podía verlos, estaban albergados por las cómodas sombras de la oscuridad y la escasa iluminación interior, pero también estaba decidida a demostrarles a todos esos acomodados quien era.