La Orden de las Sombras: Mentiras

VEINTICINCO

 

―¿Lista? ― Ron se detuvo antes de presionar el botón de enviar.

Estábamos en la sala de informática, antes del comienzo de las clases. Los dos sabíamos que después de enviar ese correo no iba a haber marcha atrás.

―Super lista.

Nada más escuchar esas dos palabras, la sonrisa de mi amigo se dibujó satírica y envió el correo a la nube. Hubiera pagado por poder ver el rostro de mi padre al recibir las copias de las notas, cartas y fotos que una de sus alumnas había enviado a casa, junto con un cuerpo simple: "Sarah se muda a Golden Hill College." No era una pregunta, tampoco una sugerencia. Estaba furiosa y lo odiaba más que nunca.

Ya no me sentía culpable de la muerte de mis amigos, lo culpaba a él y su incapacidad de protegernos, solo se dedicó a cubrirnos en una montaña de mierda que no nos permitió ver más allá. La otra noche, después de descubrir quién era Ethan realmente, Maxim Shirokov un tipo de una familia que está en contra de la Orden hace años, me di cuenta que nada de esto hubiera sido tan simple si Bea y yo hubiéramos sabido la verdad. Sarah estaba en peligro y así como no pude hacer nada por mis amigos, no estaba dispuesta a dejar que pasara lo mismo con mi hermana. No le permitiría eso a Samuel, ni a nadie más.

―¿A qué hora sales hacía Londres? ― preguntó Silas con su mano apoyada en mi hombro.

―Pasará por mi Thomas al finalizar las clases, supongo que será puntual como siempre.

Me abracé a su cuerpo y aspiré su aroma. Silas me tranquilizaba.

Dos golpes en la puerta del aula nos hicieron separarnos, segundos después Amelia asomó su rostro. Seguía sintiendo un rechazo por ella, aunque tenía demasiados problemas como para que me importara.

―Quería hablar contigo ― dijo.

Miré a Ron y a Silas sorprendida. Los chicos asintieron y salieron.

Me senté en el escritorio y crucé mis brazos, casi como si de esa forma pudiera poner un muro entre nosotras.

―Te escucho.

Amelia dudo, pero finalmente se acercó hasta detenerse a pocos pasos de distancia. Estaba nerviosa.

» No voy a golpearte ― dije divertida, esperando que finalmente hablara.

Entendió el chiste, sonrió y pasó un mechón detrás de su oreja, exponiendo una brillante piedra que llevaba en su arete.

―Quiero disculparme.

La miré confundida.

» No es tu culpa que Silas y yo hayamos terminado.

―No creo que tengamos que hablar de Silas. Eso sería super incómodo.

―Quiero decir, ― continuó ignorándome ―que nosotros terminamos hace un tiempo, lo quiero mucho y estaba tranquila porque pensé que podía reconquistarlo. Hasta que llegaste no había nadie que me generara inseguridad.

Mire hacía un lado y luego hacía el otro. ¿Qué esperaba que dijera?

―¿Eso es bueno?

―¿Qué? No, es una mierda Emily. Para mí lo fue, desde la primera vez que noté como te miraba sabía que iban a estar juntos.

―¿Lo siento?

―No lo sientas ― soltó una risa, se había relajado completamente. ―Creo que es mejor así, lo nuestro no hubiera funcionado, en algún momento mis padres concertaran una boda y lo nuestro hubiera tenido que terminar.

―Lamento eso... lo de la boda arreglada ― aclaré. No lo de Silas, eso por supuesto que no lo sentía.

―Estoy preparada para eso. ― Sonrió y se acercó un poco más. ― Se lo que pasó. Tu accidente ― aclaró.

―Bieeen...― estiré la e preocupada, tal vez esperando alguna puya de su parte.

―Somos hermanas en la Orden Emily, no somos enemigas. ― Me ofreció su mano. ―Quiero hacer las paces contigo. No podemos ser amigas, eso es obvio...

Su comentario lejos de ofenderme me hizo soltar una carcajada.

―Si, creo que terminaríamos a los golpes.

―Definitivamente ― miró mis Converse azules. ― Menos usando esos.

Puse los ojos en blanco, estreché su mano y tiré de ella acercando a la chica a mi rostro.

―Admite que te encantan.

―Solo si prometes no decírselo a nadie.

Asentí y nos soltamos. Me quedé de pie viéndola salir por la puerta, segundos después la imité, al otro lado del pasillo me esperaba Silas.

―¿Todo bien?

―Si, hicimos las paces. Creo...

Silas asintió y pasó su brazo encima de mi hombro. Acompañándome a paso calmo al aula de Filosofía.

El momento de irme llegó en un abrir y cerrar de ojos, cuando quise darme cuenta estaba montada en un vehículo conducido por Thomas. Nos detuvimos en una pista de aterrizaje bastante concurrida, justo frente a una imponente aeronave negra con ribetes dorados. Thomas sonrió cuando le pregunté si ahí viajaríamos y se limitó a abrir mi puerta, tomar mi equipaje y acompañarme a subir.

Me dejaron elegir mi asiento y yo me sentía como si tuviera ocho años y me hubieran dejado elegir lo que quisiera de una juguetería. Recorrí los asientos, los probé y hasta los recliné. Finalmente opté por el que tenía una pequeña mesa en medio y enfrentados tenía otros dos asientos. Thomas se acercó y con educación me preguntó si me molestaba que se sentara frente a mí. Negué y lo invité a acomodarse, pensé que al menos podríamos conocernos un poco.

―¿Se encuentra cómoda Emily Rose? ― Thomas desabrochó la chaqueta de su traje, mientras una azafata dejaba dos vasos de gaseosa en nuestras mesas.

Asentí en agradecimiento, luego miré todo a mi alrededor y volví a posar mis ojos en él.

―¿Esto es seguro? ― murmuré mientras la azafata ordenaba algo en los asientos que tenía detrás.

―¿Tiene miedo a volar? ― preguntó Thomas con curiosidad.

―En realidad no. ― Bebí de mi vaso. ―Pero nunca había viajado en uno de estos. ¿Es seguro? ― insistí.

Algo en mi reacción provocó que sonriera y levantara la vista hacia la chica que estaba justo detrás mío. No la veía, pero podía oler su fuerte perfume al acercarse, no me desagradaba, pero con mi estomago complicado todo resultaba demasiado.




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