Baje la escalera guiada por el delicioso aroma del pan caliente. A medida que descendía, me sorprendía de lo diferente que se veía todo iluminado por el sol de la mañana. La casa era luminosa y las risitas parecían llenar cada rincón de más vida. ¿Risitas? Me detuve en el último escalón intentando agudizar el oído y confirmar lo que escuchaba ¿Un bebé? Caminé a paso lento por el pasillo que llevaba a la cocina, no solo siguiendo el delicioso aroma del pan, sino también el sonido.
Me detuve en el umbral del arco de la cocina, que no había visto antes y la imagen me impactó. Mi abuelo estaba sentado en una mesa rústica, tenía una tableta en frente suyo, pero su atención estaba totalmente perdida en una pequeña bola rosada que, sentado en una silla alta de bebés, espacia lo que parecía una papilla asquerosa por toda su bandeja, mientras Candace se encontraba de pie frente a las hornallas. Una punzada de celos me sorprendió.
―Buenos días Emily Rose.
La voz de Thomas me asustó y me hizo girarme e intentar golpear su estómago, pero fue más rápido y me detuvo.
―Lo siento ― me disculpé enseguida. ― Me asusté.
―No se preocupe ¿Vamos? ― Señaló el interior de la cocina dejándome pasar primero.
―Buenos días Emily ― me saludó Candace desde su lugar.
Thomas se acercó a ella, que le entregó un plato con tortitas y este las dejó sobre la mesa.
―Buen día cariño ¿Pudiste descansar? ― Mi abuelo sacó la mirada de su tableta un segundo y se agachó para levantar algo que la pequeña criatura había dejado caer al piso.
―Si...― respondí de forma automática, un poco confundida ― bien ¿Qué es eso? ― susurré.
Mi abuelo levantó una de sus cejas canas y sonrió dándole un suave toque en la nariz.
―Suelen llamarlos bebés...
Puse los ojos en blanco cuando me di cuenta que estaba molestándome y sonreí.
―Obviamente ― dije sonriendo a la pequeña bola que escupía babas mientras soplaba entre sus labios.
―Emily Rose. ― Thomas apreció con un paño húmedo y limpio las babas y restos de comida que caían de sus mejillas regordetas. ―Este es nuestro hijo Basil.
Sonreí mientras veía al enorme y correcto Thomas limpiar con cariño el rostro de su hijo. Siempre me lo había imaginado como la sombra de mi abuelo y no sé porque me sorprendía tanto que además de eso fuera esposo y padre. Parecía cómodo con ese papel y creo que le quedaba bastante bien.
A diferencia de la noche anterior, el desayuno sucedió en la cocina y todos estábamos juntos, desayunando como si fuera algo cotidiano, tal vez para mi abuelo lo era. Para mí era una situación extraña.
―¿Siempre comen todos juntos? ― pregunté bajando una de las deliciosas tortitas de Candace con café recién hecho.
Los tres me miraron confundidos y fue Candace quien tomó la palabra.
―Siempre que podemos, sí ― dijo con una linda sonrisa ofreciéndome otra tortita que rechacé, ya había perdido la cuenta de todas las que comí. ―Seguro que en tu casa las rutinas eran diferentes ― sonrió casi con pena. ―Es entendible cuando los niños empiezan a tener obligaciones como la escuela, llegar temprano, alistarlos, etc. Todo es más apresurado.
Negué con una sonrisa irónica.
―En casa nunca desayunábamos juntos. Samuel solía levantarse temprano y desayunar en su despacho, luego salía con el tiempo justo para dejarnos en la escuela.
―¿Y tu madre? ― intervino mi abuelo.
―Mamá solía dejarnos el desayuno e irse a la escuela donde trabaja, es una escuela de arte para niños de bajos recursos, les daban el desayuno y el almuerzo.
Thomas asintió, pero pude notar que lo que le decía no le gustaba mucho.
―¿Qué hay de tu hermana? ― preguntó Candace intentando desviar la conversación. ― Efraín nos contó que tienes una hermana mayor.
―Si, Sarah. Es un año mayor, en casa nuestra relación era bastante mala. ― Sonreí jugando con el tenedor en la salsa de mi plato ―Pero es raro... Con la distancia nos relacionamos mejor, hasta creo que la extraño.
―Dicen que no sabemos lo afortunados que somos hasta que la fortuna se nos escapa de las manos...
Asentí
―Creo que va a ser lindo tener a las dos nietas de Efraín en casa ― intervino Candace.
Me limité a asentir y sonreír.
Mi abuelo se propuso distraerme y a media mañana me preguntó si estaba lista para salir, dije que sí, sin dudarlo. Visitamos los lugares turísticos de la ciudad, me enseñó mucho sobre la rica historia del lugar, comimos en un bonito restaurante y luego, mientras caminábamos hablando de la vida que nos habían robado, visitamos diferentes pastelerías y cafeterías, compartiendo diferentes postres que no llegábamos a terminar. Estábamos llenos hasta reventar, pero no podíamos parar. Al parecer nuestro gusto compartido por los dulces me volvía una mala influencia para mi abuelo. En cierto momento fue inevitable tocar un tema que me provocaba curiosidad.
―¿Puedo preguntarte algo? ― hablé mientras el vehículo circulaba por bonitas y pintorescas calles.
―Lo que quieras.
―¿Puedo saber sobre tu otro hijo?
Mi abuelo sonrió como si pensar en él le trajera bonitos recuerdos y hasta me sentí un poco celosa, debo admitirlo.
―Eliot ― indicó. ― Tenía planeado que se conocieran este fin de semana, pero con todo lo que ha pasado pensé que no estarías de humor.
―La verdad es que sí, me gustaría. Fue un impacto saber que Cameron era mi primo.
―¿Cómo lo supiste? ¿Él lo dijo? ― Hizo sonar la pregunta como si le sorprendiera que Cameron me lo hubiera contado.
―De hecho, no, y fue un poco raro. Me lo dijo Silas Hoffman. ¿Eliot está casado? ― Decidí cambiar de tema.
―Así es, su esposa Casandra es maravillosa ― dijo con orgullo. ― Estoy seguro que opinaras lo mismo.
Estaba por continuar con el interrogatorio cuando el vehículo se detuvo a pocos metros de donde habíamos salido.