La Orden de las Sombras: Mentiras

VEINTINUEVE

 

Tener que volver al internado dejando a mi abuelo aun internado fue difícil. Insistí para quedarme, pero el abuelo no lo permitió. Creía que estaría mucho más segura en la escuela y prometió explicarme todo lo que sucedía en cuanto pudiera viajar a Golden Hill.

Era domingo por la tarde, pero la escuela estaba particularmente tranquila. Dejé el bolso en mi cama y bajé a la sala común, estaba segura que allí los encontraría. Me detuve en la entrada y noté el lugar repleto, busqué con la mirada a mi grupo, pero encontré primero a Carter. Él parecía relajado, estaba con su grupo de amigos, los del equipo de bobsleigh, un deporte que descubrí al poner un pie en esta escuela.

Estaba de pie junto a la biblioteca mientras se reía de algo que un chico le decía.  En cuanto sus ojos se levantaron y cruzaron con los míos algo se ensombreció. Sin saber porque caminé hacía él y Cameron hizo lo mismo acercándose a mí. Nos detuvimos a mitad de camino, nos sostuvimos la mirada hasta que fue él quien rompió el silencio:

―¿Cómo está? ― Su postura erguida y las manos en los bolsillos me hacían suponer que, en realidad, no le importaba la respuesta.

―Mejorando.

―¿Y tú?

Levante ambas cejas. ―¿Te importa? Creí que en lo que a ti respectaba nosotros no éramos familia.

―Asi es, pero eso no significa que no me importes.

―¿Por qué? ― Su silencio me hizo aclararme. ―¿Por qué te molesta tanto que haya aparecido en la vida del abuelo? ¿Es por dinero?

―¿Todo bien? ― Victoria se acercó a nosotros y nos miró casi asustada.

Volví la atención a mi amiga y noté, por el rabillo del ojo, que Cameron se alejaba.

Victoria y yo nos abrazamos y suspiré.

―Nos tenías muy preocupados preciosa…― dijo Ron y su mano se apoyó en mi espalda.

Mis amigos me llevaron con ellos a un rincón donde les conté lo que había pasado y finalmente pregunté por Silas, Holden y Nolan que no estaban en la sala.  

Las chicas sonrieron.

―Hoy hay partido. El equipo de baloncesto de GHC juega contra el internado de La Rosa Negra.  

―Tal vez, la novia del capitán debería darse una ducha y cambiarse.

―Nosotros no somos… ― Me silencié porque la realidad es que no sabía lo que éramos y cambié de tema. ―¿El partido es aquí?

― Si…― Ron apoyó su mentón en mi hombro. ― Es como una cosa de granjeros, ya sabes sube todo el pueblo, se emborrachan y colocan puestos de comida en el estacionamiento y ese tipo de cosas.

Mientras subía las escaleras para el segundo piso me encontré a Silas bajando con el uniforme del equipo de baloncesto que, debía admitir, le sentaba increíblemente bien.

―Hola ― se detuvo en el descanso de la escalera justo frente a mí.

―Hola ― susurré un poco tímida, siendo la misma torpe con los chicos de siempre. ― ¿Por qué no me dijiste que hoy tenías un partido? ― recriminé.

―Tenías muchas cosas importantes que hacer en Londres ¿Cómo estás? ― Abrazó mi cintura y me acercó a su pecho.

Enredé mis brazos en su cuello y poniéndome en puntitas de pie lo besé desesperada. Lo había extrañado.

―Fue horrible.

―Lo sé.

―Pero no quiero pensar en ello ahora, realmente quiero distraerme un rato.

―Lo sé. ― Sonrió y lo miré extrañada. ―Thomas me llamó y me ordenó que te obligara a hacer cosas normales de tu edad. ― No pude evitar sonreír. ―Aunque no tenía idea de que pudiera ser eso.

―¡Dios eso es muy incómodo! ― Escondí mi rostro en su pecho, que vibró cuando soltó una risita.

―De hecho…― Una de sus manos acunó mi mejilla para que lo mirase, mientras la otra bajó por mi espalda hasta posarse en mi cintura baja. ―Podría ser bastante divertido ― susurró sobre mis labios antes de besarme de una forma diferente y mucho más intensa.

Un sutil gemido escapó de mis labios cuando sus dientes atraparon mi labio inferior y me llevó con su mano más cerca de su cuerpo. Todos los músculos de mi cuerpo se pusieron en tensión y mis manos se apoyaron descaradamente en su abdomen firme. Cuando la mano de Silas abandonó mi cintura y la llevó a mi otra mejilla nos separó. Estábamos agitados. Él sonrió y me observó, con lujuria, de pies a cabeza.

―Ojalá tuviéramos algo más de tiempo ― soltó antes de mirar su reloj.

―Silas…― hablé dudosa. Él guardó silencio, esperando que continuara. ―Es solo que…― me acerqué y dejé un casto beso en sus labios antes de moverme hasta su oreja y confesar algo que, creo, no me enorgullecía. ― Yo nunca…

Él se alejó, interrumpiendo mi frase y me observó a los ojos, sin burla, pero sorprendido. Creo que más bien buscaba señales de ser yo quien lo estuviera cargando. Ese tema siempre le había molestado demasiado a Bea, ella odiaba que nunca quisiera salir con alguien. Pero lo que más le molestaba era mi virginidad, como si eso fuera una mancha negra en el expediente de alguien. Pasó de querer presentarme a todos los amigos de su novio, de turno, a pensar que era lesbiana. Entonces quería emparejarme con todas las chicas de la escuela.




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