La Orden de las Sombras: Mentiras

TREINTA Y TRES

 

Los siguientes dos días fueron difíciles. No podía pensar en nada que no fuera Bea. No comía y apenas pasaba tiempo con los demás. De hecho, había hecho todo lo posible por evitarlos lo máximo posible. En las clases de la Academia me esforzaba más que el resto a la hora de pelear y las clases de armas con Clark me servían, al menos, para no pensar. 

Tenía tantos sentimientos pujando por salir que no sabía con cual sentirme más cómoda. ¿Estaba feliz por saber que mi mejor amiga de toda la vida estaba viva? Si, pero… Esa respuesta me indicaba que había mucho más y entonces era cuando el enojo se ponía al frente de mis emociones. ¿Qué significaban sus palabras? ¿Ella sabía sobre La Orden? “No quería que las cosas terminaran así” ¿Qué significaba eso? Pensar que Beatriz podía estar al tanto de lo que pasaría esa noche me aterraba, entonces otros sentimientos pasaban al frente. El miedo, la desilusión y la tristeza. ¿Por qué Maxim me sacó del vehículo? ¿Nunca había sido parte del plan secuestrarme? ¿Qué estaba pasando? ¿A qué se refería con que ella siempre estaba cerca? ¿Había tenido que ver con el atentado contra mi abuelo? ¿Bea era capaz de hacer algo así? ¿Quiero saber más? ¿Quiero poder verla? Esa era la única pregunta que tenía una respuesta clara. Sí, quería verla.

Estaba terminando de fumar el cigarrillo. Había decidido escabullirme al cementerio, para muchos puede parecer tétrico, pero me sentaba de maravilla la soledad y, tal vez, esperaba que Bea se apareciera.

―Creo que te di suficiente tiempo. ― La voz de Victoria sonó a mis espaldas y en segundos apareció de pie a mi lado.

Se sentó imitando mi posición. Siguió mi mirada hasta donde estaba clavada la mía. Había encontrado una tumba. Alfred Ashdown, no sabía quién era, pero al menos él no me torturaría a preguntas, para eso había llegado Vi.

―¿Me diste suficiente tiempo? ― pregunté largando una buena cantidad de aire entre mis labios.

―Si, dos días. Completos. Calculó que habrás terminado de lamerte las heridas en solitario, ya está bien ahora dime.

―No tengo nada que decirte, Vi.

Está cosa de la hermandad estaba empezando a pesarme. Quería tener mis momentos, quería tener mis secretos y no quería tener que explicarle a Victoria cada vez que algo me pasaba.

―Em, hace dos días nos evitas. Estás completamente ausente y ni siquiera las clases en La Academia te hacen sonreír ¿Qué pasa?

Apagué mi cigarrillo, solté el aire y la miré furiosa.

―Necesito que me dejes un poco tranquila ― solté con calma. ―Necesito poder respirar sin tener que contártelo Victoria ¿Lo entiendes? ― me puse de pie fastidiada. ―Necesito que me dejes un poco en paz, no lo soporto más. A esto, a ustedes… Solo, déjenme tranquila.

Me alejé de ella furiosa, no quería tener que hacerla partícipe de absolutamente todo lo que me sucedía, no quería sentarme a hablar de Beatriz porque es significaba admitir que era una estúpida que le había confiado todo a una persona a la que le importamos una mierda y no quería hablarle de Beatriz porque eso era exponerlos y la quería demasiado como para arriesgarme a perderla.  

―¡Em!

 Victoria me gritó, pero la ignoré. Eso era lo mejor.

 

Esa noche tres golpes sonaron en mi puerta. Estaba sola, Victoria no había vuelto a dirigirme la palabra y al parecer ya todos sabían lo que había pasado porque nadie dijo nada cuando pasé a sentarme sola en una mesa alejada de la de mis amigos. Sarah había intentado hablar conmigo en varias oportunidades, pero en todas la alejé y ella sabía que no era buena idea forzarme.

―¿Quién? ― pregunté molesta desde la mesa de mi escritorio, donde intentaba avanzar con los ejercicios de cálculo.

―Creí que no había nadie. ― La voz de Roselen me tomó por sorpresa.

―¿Entonces para qué tocas? ― respondí fastidiada de su actitud pasivo agresiva.

Roselen me miró sorprendida, tal vez nadie le hablaba así, pero por mí podía irse a la mierda.

―Solo quiero dejar las invitaciones para el baile de otoño.

―¿No es muy pronto para Halloween? ― pregunté quitándole el sobre que me ofrecía.

―Este es el primer baile de sociedad de octubre, el de Halloween es a fin de mes. En fin, me voy.

―¡Al fin! Adiós.

La chica cerró con un portazo que me provocaron ganas de salir corriendo y patearle el culo, pero me contuve. En cambio, me senté en mi cama y abrí el sobre de color azul. En su interior había una hermosa tarjeta negra, con letras plateadas. En ella se indicaba que ese sería el primer baile de otoño de ese año y se rogaba respetar el código de vestimenta habitual, como si yo supiera a qué se referían. 

Mientras guardaba la tarjeta nuevamente en el sobre noté que este se frenaba, miré el interior y noté otra tarjeta en su interior. Era más pequeña y blanca, estaba escrita a mano, por una letra que reconocía a la perfección: Beatriz.

«A medianoche abandona el baile. Te espero en la capilla, está vez frente a frente. Ven sola. Te quiero. S.»

Me quedé mirando la tarjeta como si de ella, de la nada, fuera a salir Beatriz. Al menos hasta que mi puerta volvió a sonar, con manos torpes metí la pequeña tarjeta blanca debajo de mi almohada, justo cuando Silas asomó la cabeza. Suspiré, a él sí que lo había estado evitando por completo.




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