La Orden de las Sombras: Mentiras

TREINTA Y CUATRO

 

Dos semanas habían pasado desde aquella noche. Las peores semanas en mucho tiempo. Mis amigos, como esperaba, respetaron mi decisión y el vació se sintió doloroso, horrible. Las noches de entrenamiento en La Academia fueron peores. Tener que entrenar con ellos y no dirigirnos la palabra era difícil, más de una vez tuve que morder mi lengua para no soltar algún chiste, con ellos siempre me sentía cómoda, aunque estuviéramos distanciados.

Pero pasada la primera semana, cuando se dieron cuenta que no era una broma lo que decía, fue un poco más simple porque ellos me hicieron el vacío, se enojaron conmigo y entonces, aunque dolió más, ver la forma en la que me veían y cómo se alejaban de mí fue un alivio porque si yo lo veía lo verían todos, inclusive quienes pudieran querer lastimarlos.

El día del baile había llegado. Saqué de mi escondite la tarjeta que Beatriz me había hecho llegar y la miré con desconfianza. Acaricié su prolija letra y dudé con manos temblorosas ¿Podía confiar en ella? La realidad era que no tenía muchas opciones, lamenté no haber podido sacar ni siquiera un arma de La Academia, pero Clark siempre estaba rondando como mosca en la mierda, sobre todo cuando estábamos en el galpón de tiro. Mi única opción era, en medio de la fiesta, escabullirme a la cocina y tomar un cuchillo que pudiera esconder entre la ropa.

La ropa… pensé mirando mi armario. Estoy segura que en otras circunstancias las chicas me hubieran ayudado ¿Qué carajos iba a ponerme? Victoria había entrado al cuarto después de bañarse, tomó su ropa y se fue, supuse que habría elegido cambiarse en algún otro cuarto, lejos de mi presencia. Rebusque entre los lujosos vestidos que mi abuelo me había regalado. Saqué dos opciones uno color rojo sangre, me parecía precioso, pero no estaba segura si era la elección correcta. Por otro lado, tenía otro color negro, era más corto y vaporoso, tal vez este era demasiado también.

―¡Que mierda! ― solté dejándome caer en la cama. ¿Cómo se suponía que eligiera? Nunca había ido a una fiesta de ese estilo.

Unos golpes en mi puerta me hicieron incorporarme para abrirla. Al otro lado estaba Amelia, perfecta, hermosa. Lucía un vestido púrpura con los hombros al descubierto y forrado con lo que parecía encaje. El color resaltaba a la perfección su piel bronceada y llevaba el cabello dorado recogido prolijamente detrás de su cabeza. El maquillaje sutil en tonos rosados combinaba perfecto.

―¿Todavía no estás lista? ― preguntó poniendo los ojos en blanco e invitándose a pasar, cerrando la puerta tras ella.

―¿Qué haces? ― pregunté cuando la vi observar los vestidos que había separado.

Tomó el rojo, sonrió y lo apoyó sobre mi cuerpo.

―El rojo, definitivamente.

―¿Qué haces Amelia? ― insistí.

―Bueno ― Sonrió de esa forma molesta que lo hacía siempre, con soberbia. ―Tus amigos puede que sean estúpidos, inclusive Silas puede que lo sea Emily Ashdown…― Se miró en el espejo y acomodo un mechón de su peinado. ― pero a mí no me engañas.

La miré casi divertida, ella no podía saber lo que estaba pasando.

―No sabes nada Amelia, no entiendes nada.

―Puede ser, pero no estás siendo tú. Sé, por mi abuela, que te costó demasiado superar la muerte de tus amigos. Se que eres ese tipo de amiga que siempre está dispuesta a ayudar a los suyos… Respeto eso, pero también sé que no eres el tipo de persona que se rinde Emily. Lo huelo.

Sonrió abriendo mi armario para rebuscar entre los zapatos. Tomó unas sandalias del mismo color que el vestido y luego unos pequeños aretes que tenía en una caja. Yo solo me limité a mirarla en silencio, asombrada. Amelia miró su composición sobre mi cama y sonrió, señalando el vestido.

―Vístete.

Lo hice, no me importó que me mirará, de hecho, estaba entretenida mirando toda nuestra habitación, menos a mí.

» La cosa es que no sé porqué lo haces. ― Dijo mientras se sentaba en mi cama y quitaba una cadena de plata con un pequeño dije colgando de ella y me la colocaba.

―¿Qué haces? ― pregunté mientras miraba como el colgante combinaba con lo demás que llevaba.

―Es una baratija, no te preocupes.

Lo levanté en mis manos, a mí no me parecía una baratija. Pero no me refería al colgante cuando hice la pregunta.

―Decía, ― continuó. ―Que, aunque no sé porque haces todo esto, sé que hay una razón.

―¿Por qué te importa?

Ella puso los ojos en blanco y sonrió.

―No somos amigas, pero tampoco enemigas. Se que eres fiel a los tuyos, lo noté enseguida, si no creyera que eres digna de salir con alguien como Silas, nunca me hubiera rendido. Soy lo suficientemente lista para darme cuenta cuando no puedo ganar. Eres buena amiga, eres buena persona y esto no va contigo. Por lo que creo que lo haces por algo.

Me quedé en silencio, no pensaba decir nada y eso pareció ser una buena respuesta para ella.

» Solo quiero decirte que cuentas conmigo.

Sin decir más Amelia caminó hasta la puerta enfundada en su precioso vestido y se volvió antes de salir.

―Los invitados ya llegaron, Wagner me envió por ti. Tu abuelo y Sarah te esperan en su oficina.




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