La Orden de las Sombras: Mentiras

TREINTA Y SEIS

 

Unos cuantos días pasaron desde que Beatriz se mostró como era, un lobo con piel de cordero. Un lobo disfrazado de caperucita. Las cosas habían cambiado, pero ahora entendía que el peligro era real. Ellos estaban esperando que nosotros nos distrajéramos para atacar. Pero las cosas eran más fáciles sabiendo la verdad, aunque eso no significaba que dolieran menos, pero, al menos, tenía todas las cartas expuestas, en ese momento sentía que nada podía lastimarme.

Desde que sucedió mi encuentro con ella en la capilla, las cosas habían cambiado demasiado. Floreció en mí un odio visceral que desconocía por completo, ni siquiera lo que sentía por Samuel se asemejaba a lo que había generado Beatriz en mí, inclusive, me desconocía yo misma. Ella no solo había sido la responsable de la muerte de Mike y Kim, ella era la responsable de que tuviera un cese obligatorio de dos semanas en mis actividades en la academia. Al parecer Wagner, mi abuelo y Clark habían decidido que era lo mejor. Mantenerme alejada de la investigación y de las clases un par de semanas, haciendo terapia e intentando hacer una vida normal de adolescente. Mentir en terapia era fácil, solo tenía que evitar decir que estaba contando los días para poder hacer con Beatriz un poco de lo que ella hizo con nuestros amigos y conmigo, porque una de las muchas cosas que cambiaron desde aquella noche, y con la terapia debo admitir, es que me permití ser protagonista de mi dolor. No solo me refiero a lo físico, eso fue jodido, sino también a mi dolor emocional. Beatriz me hizo sufrir física y emocionalmente, pero para su mala fortuna sigo viva.

En cuanto a lo de vivir una vida más “normal” de una adolescente no es tan difícil, mis amigos, cuando no están en la academia, son de lo más normales. Se la pasan haciendo chistes estúpidos, molestándome y haciendo que sonría cada vez que puedo. Ninguno volvió a tocar el tema de Beatriz, ni de las fotos que encontramos entre sus archivos. Pero tampoco me dan respuestas cada vez que pregunto cómo están las cosas en la academia, se toman su papel muy enserio y eso me fastidia. Pero los quiero, me demostraron que la amistad es mucho más que saber secretos horribles del otro para mantenerlo cautivo. Me enseñaron que la amistad es saber lo peor del otro pero aceptarlo y dejarlo pasar porque nadie es perfecto. Son hermosas personas y son mi nueva familia, de eso hoy no tengo dudas.

Particularmente esa era una noche especial. Estábamos a pocos días de Halloween y ya hacía mucho los pasillos de la escuela se habían vestido con decoraciones horrorosas, todos hablaban del baile y cuáles disfracen llevarían. Pero a mí me daba igual, esa noche era la más importante hasta ese momento. Una noche que recordaría para siempre, pase lo que pase.

La noche era perfecta, amaba las tormentas. Un relámpago surcó el cielo e iluminó el bosque oscuro que rodeaba el camino. Se notaba que Silas había puesto demasiado de sí para hacerla perfecta y el clima le había colaborado perfectamente.

 Estaba ansiosa, asustada. Era la primera vez que me encontraría en un momento tan íntimo con alguien. Sabía que Silas era el correcto ¿Quién más hubiera esperado tanto? Podría haberlo hecho con cualquier otra chica del internado, pero aquí estábamos. Había pedido un favor al encargado de mantenimiento y este le había dado las llaves de una de las casas de profesores que aún estaban desocupadas. Quedamos en encontrarnos a las nueve, justo después del toque de queda.

Caminé por el suelo helado de Golden Hill. El otoño en Suiza es más cruel de lo que imaginaba, metí las manos en los bolsillos y jugueteé nerviosa con el humo que se escapaba de mi boca, en ese momento hubiera matado por un cigarrillo, pero me había prometido dejarlo después de mi encuentro con Beatriz, era un hábito que ella me había pegado. No pensaba darle esa victoria sobre mí.  

Llegué al sector donde estaban las casas de los profesores y me escabullí para que ninguna mirada curiosa me viera y arruinara nuestra noche. La casa en cuestión era la número 16, cuyo número estaba grabado en la puerta.

Silas abrió antes que siquiera pudiera tocar la puerta. Estaba guapísimo, llevaba una camisa blanca que se ajustaba a su cuerpo y un pantalón negro que parecía hecho a medida, seguramente así era. Su altura era imponente, llevaba ese cabello corto, y un poco despeinado, y su sonrisa, ese era su mejor accesorio, amplia, sincera, segura y un poco soberbia. Tragó nervioso y noté el movimiento lento de su nuez de Adán ¿Por qué lo estaría? Esa no era su primera vez.

―Enfrié cervezas — dijo a mis espaldas mientras me adentraba en el calor de la casa.

Sonreí, desde que llegué a Golden Hill extrañaba tomar una cerveza helada, aunque me hubiera acostumbrada a beberla caliente.

―Eso es todo un detalle Silas ― susurré sonrojándome, mientras me quitaba el abrigo y lo dejaba sobre una silla.

Sus ojos se iluminaron, había elegido no llevar el uniforme esa noche, quería que fuera especial. Entonces agradecí el conjunto de lencería que la compradora me había enviado y el pequeño vestido azul, que me hacía sentir tan bonita.

―Estás preciosa. — susurró acercándose para abrazar mi cintura.

Su colonia cítrica inundó mis fosas nasales y aspiré exageradamente con la intención de guardar ese aroma en mis sentidos, justo antes de rozar sus labios con los míos. Su lengua acarició mi labio inferior, casi como si pidiera permiso para adentrarse en mi boca. No le di tiempo a responder, mi miedo por lo que pudiera pasar estaba luchando con mi ansiedad por saber qué se sentiría estar con él.




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