La Orden de las Sombras: Mentiras

TREINTA Y OCHO

 

Él la veía bailar pletórica, se lo merecía y era casi un milagro verla sonreír, después de todo lo que había pasado desde su llegada a la escuela y mucho antes de eso. Ella era fuerte y Silas lo sabía, no tenía dudas y era la principal cualidad que le atraía de Emily, además de su belleza, claramente.

Las luces titilaron más tiempo del normal, casi como si se apagaran por unos segundos, pero como estaban en un baile, donde las luces titilaban constantemente nadie lo notó. Excepto él.

―Silas ¿Estás bien? ― susurró ella pasando los brazos por su cuello.

Lo observó con sus enormes ojos claros, ella nunca había sentido algo así por nadie y, aunque siempre fue una chica segura de sí misma, desde que salía con Silas tenía terror de perderlo. Era una sensación que no podía controlar, un presentimiento. Algo que le decía que ese sentimiento que él le generaba no le duraría para siempre. Tal vez era pesimista, tal vez se debía a que nunca fue tan segura de sí como creía.

La mirada de Emily provocó que Silas saliera del constante estado de alerta en el que estaba desde aquella noche en que persiguieron al grupo de Maxim.

―Si…―respondió fingiendo una sonrisa.

Ella asintió, pero Silas sabía que no estaba muy convencida con su respuesta, Emily no era fácil de engañar.

Victoria corrió a la mesa donde estaban sentados, le había pedido descansar un minuto. Tomó la mano de Em y le rogó porque se uniera a ellas bailando en la pista. Sin dudarlo ella se levantó y se alejó corriendo hasta perderse en la multitud de alumnos que se apretujaban, sin sentido, en una pista de baile enorme.

Ronan se dejó caer exageradamente, como siempre, junto a Silas.  

—¿Estás bien? ―preguntó con curiosidad.

No parecía haber estado bailando, pero estaba un poco más despeinado de lo normal.

―Acabo de besar a Raven…― confesó casi con pánico en los ojos.

Silas levantó la mirada y volvió a mirar las luces cuando fallaron «¿Qué mierda está pasando?» pensó.

―Si vas a ignorarme, no preguntes… ―soltó molesto, mirando hacia otro lado.

―Lo siento. —Se disculpó volviendo la atención a él ―. ¿Cuál es el problema? ―preguntó.

―¿Cómo que cuál es el problema Silas? ―soltó con indignación.

Silas lo miró confundido, nunca podía entender cómo funcionaba realmente la cabeza de Ronan, era una persona sumamente particular. Aunque leal como pocas.

Ronan soltó el aire exasperado ¿Por qué nadie podía ver las cosas como él? Para él todo era tan claro.

―¡Es una niña! ―Exclamó exageradamente ―.¡Que me van a llevar a prisión!

―Ron, tiene apenas un año menos.

—¡Exactamente! Quince años, quince Silas.

—Entiendo. — Intentó pensar en su lógica. —¿Ella te gusta?

—Por supuesto, es preciosa.

Ronan tomó un vaso de la mesa, olfateó el contenido y lo bebió de un solo sorbo. Era el ponche que Emily había dejado antes de volver a la pista a bailar y pensó que sabía cómo debería saber el pis de zorrino.

―Ronan, solo tendremos está edad una vez, deja de pensar estupideces y disfrútalo. ―Él levantó las cejas y abrió la boca para decir algo, pero Silas lo interrumpió. ―Como yo lo veo, acabas de besar a una chica a la que le gustas, acabas de dejarla sola y desapareciste para venir a llorar en esta mesa conmigo ―fingió ofenderse y eso lo hizo sonreír―. Ella debe pensar que estás arrepentido y seguramente está sintiéndose fatal en este momento, despreciada.

―No la estoy despreciando…―soltó indignado por el comentario de su amigo, aunque entendió que era exactamente lo que parecía.

Silas levantó los hombros con despreocupación. Después de todo ese no era su problema, el no hubiera dejado pasar una oportunidad así con Emily, si Ronan era un idiota él no podía hacer nada para cambiar eso.

—Solo digo lo que parece Ronan.

Ronan lo miró fijamente unos segundos. Estaba pensando, acto seguido se levantó casi volcando la silla y desapareció entre la multitud. Silas no pudo evitar sonreír y negar con un movimiento de cabeza, Ronan era un completo desastre con las mujeres, tenía suerte de que alguien como Raven le tuviera tanta paciencia.

—¡Ey! ―Holden lo sorprendió palmeando su hombro y ocupando el lugar donde había estado Ron antes —. ¿Lo notaste?

—¿Las luces? —preguntó.

Lo bueno entre Silas y Holden es que los años de amistad hacía que los chicos se conocieran con tan solo una mirada. Solían tener las mismas obsesiones y eran igual de obstinados. Eran mejores amigos, de eso no había dudas.

Holden asintió y el hecho de no sentirse el único paranoico lo puso aún más alerta.

—Creí que me estaba volviendo loco —dijo mirando todo a su alrededor. —¿Dónde está la seguridad de La Orden? —preguntó buscándolos con la mirada.

Holden siguió su mirada dándose cuenta que no estaban. Ambos se pusieron de pie para intentar mirar más allá de los alumnos amontonados en la pista de baile. Silas divisó a Clark que salía del salón y a Wagner en un rincón hablando con algunos profesores.




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