La Orden de las Sombras: Mentiras

CUARENTA Y UNO

 

Emily

Esa madrugada nos entrenaron hasta el cansancio, me dolían las piernas y las manos. A Victoria y a mí nos habían mantenido un buen tiempo en práctica de tiro y aunque Vi quería renunciar constantemente, Clark la obligó a quedarse. No le importaba que las armas no fueran lo suyo, quería que la chica supiera, al menos defenderse.

Habíamos terminado una jornada extendida en la academia y cuando nos reuníamos para irnos Clark entró a la zona de lockers. Se detuvo en la entrada y esperó hasta que un grupo de alumnos de último año saliera y, aun estando Carter en el interior, nos habló:

—Se vienen tiempos difíciles… —dijo sentándose en una de las bancas en una posición que denotaba cansancio. —Muchos cambios, difíciles.

Todos cruzamos miradas entre el asombro y la preocupación.

—Hace demasiados años que no preparamos a la academia para un conflicto específico.

—Creí que eso hacíamos —intervino Carter colgando su mochila negra en el hombro.

Lo mire molesta, seguía sin poder verlo o hablar con él.

—No para un conflicto real Carter —respondió soltando una bocanada de aire. —Los entrenamos para el futuro, para cuando dejen la academia, muchos de ustedes tienen cualidades que pueden resultar de utilidad para trabajar en fuerzas de seguridad, en el ejército, en cuerpos de elite… pero esto es diferente. No están a atacando a La Orden de Las Sombras, están atacando a la Academia.

—Al eslabón más débil… —murmuró Iris.

—Si, y buscan debilitar a la escuela como institución. —Palmeó sus manos y se puso de pie, retomando su posición habitual, de pronto se había cubierto con un aura de seguridad. —Sean observadores, estén atentos y cualquier situación extraña deben avisarme a mí. —Clavó sus ojos en los míos y esa aclaración sumada con sus palabras sobre Wagner me pusieron aún más alerta. —Son hijos de personas importantes, que los enviaron a esta escuela pensando que estarían a salvo, no hagamos que se arrepientan.

Volvimos a la escuela en silencio, el bosque ya no era el mismo. Ahora había hombres armados con linternas y acompañados por enormes perros, que lo recorrían constantemente. Junto a la puerta de entrada una gran cantidad de vehículos estaban estacionados y nos detuvimos unos segundos desde una distancia prudencial. Los hombres que custodiaban la entrada nos observaron, pero no hicieron nada para que entráramos. Segundos después un hombre con uniforme de chofer llevaba en cada mano a dos niños, los reconocí porque eran los Gemelos Hernández, dos niños españoles rubios y de ojos verdes que eran la reencarnación de Chuky pero con cara de no haber matado a una mosca. Subieron al vehículo, tras ellos personal de la escuela cargaba sus maletas y en cuanto todo estaba cargado, el auto tomó el camino de la salida.

—¿Qué carajos? —preguntó Holden a nadie en particular.

—¿Esa es…?

Amelia y su hermana bajaban las escalinatas. Amelia tenía el rostro congestionado por haber estado llorando. Silas y yo corrimos a su encuentro.

—¿Dónde vas? —pregunté.

—Mi abuela no confía en Wagner, en que pueda mantenernos a salvo…—Sorbió sus mocos y miró desesperada a Silas. —Intenté quedarme, pero no pude. —Volvió su mirada a mí. —Solo pude escuchar que se avecinan demasiados cambios.

Alguien la llamó desde dentro de una enorme limusina y la princesa corrió escaleras abajo para subirse al vehículo y desaparecer.

En silencio observamos como decenas de alumnos salían de la institución, muchos lloraban y eran reticentes a irse. No solo abandonaban Golden Hill College, muchos de ellos abandonaban la academia y entonces lo entendí, Los Reyes de La Muerte estaban debilitando los cimientos de la escuela, no querían muerta a Wagner. La querían débil.

—¿Tuviste noticias de tu padre? —pregunté a Silas, mientras los dos veíamos a los alumnos huir de la escuela, algunos luciendo todavía sus disfraces.

—No y espero no tenerlas… —me quedé en silencio, esperando que me dijera lo que pensaba. —Estoy seguro que mi madre está en pánico exigiendo que me saque de la escuela, —bajó la mirada y sonrió viéndome a los ojos. —También sé que mi padre no se rinde fácilmente.

—Espero… —suspiré aferrándome a su cuerpo.

 

Las clases habían sido suspendidas hasta nuevo aviso. La sala común, normalmente atiborrada de alumnos, ahora estaba vacía. Solo algunos grupos desparramos, conversando paranoicos entre susurros. Otros, que habían sido desprovistos de sus amigos habituales vagaban solos, entre la sala común, la biblioteca y sus habitaciones. Habían herido la institución de una manera terrible, solo faltaba que sangre comenzara a chorrear por las paredes.

Wagner seguía encerrada en su despacho, los profesores habían salido de una reunión hacía poco más de una hora y sus caras no ameritaban nada bueno. Al salir vimos como cada quien se dirigía a sus casas y no habían vuelto a aparecer por la escuela.

Estábamos solos, siendo controlados por las decenas de hombres y mujeres de seguridad que recorrían los pasillos armados hasta los dientes. En un punto era gracioso porque cuando llegué me sorprendió que el lugar, que yo creía era una especie de reformatorio, no tuviera gente armada y ahora que lo estaba, lo odiaba.




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