CINCUENTA Y SIETE

México

Iván estaba nervioso. Había discutido con su hermano, se había vuelto más impulsivo de lo normal, y eso ya era mucho decir. Era impredecible y la compañía de esa pequeña molestia con la que se había obsesionado lo había vuelto más inestable.

Isaac había llegado con la noticia. Su hermano era el encargado de mover a un grupo de cuatro mujeres desde Cabo Verde hacía Estados Unidos, llevándolas por los puntos de enfriamiento de siempre, para que se fuera perdiendo el rastro. Eran cuatro bellezas negras que le significarían varios cientos de miles cada una, pero el muy imbécil había perdido a dos. No se habían escapado, él nunca dejaba escapar una sola mujer, pero la inestabilidad suya y de su pareja hicieron que dos terminaran muertas.

—Con la muerte de Esmeralda, hemos perdido demasiado dinero en solo cuatro meses Iván.

Isaac sonaba molesto y lo estaba, tenía motivos. Era el hombre de confianza de Iván, tal vez su único amigo. Era un tipo calmado, con una vida tranquila que nunca había hecho uso de las facilidades que el negocio le ofrecía: mujeres, drogas, sexo fácil. En lo absoluto, Isaac era un hombre casado llevaba quince años con Valeria, una belleza mexicana que, además, era una encantadora madre de dos preciosos chicos que eran los únicos niños que Iván toleraba a su alrededor. Isaac era inteligente y no cometía errores. Tan diferente a su hermano que era una bolsa de problemas.

»Está fuera de control... ¿Sabes lo que hizo en Connecticut?

—Lo sé —lo interrumpió presionando el puente de su nariz. Iván no lo sabía, pero lo imaginaba, habían estado en negociaciones con Mateo Polé durante demasiado tiempo, quería a Joshua Polé, su hermano, muerto. No había que ser un genio para saber lo que habían hecho.

—Esa niña lo descontrola, empeoró desde que apareció... Fue una masacre y nos pone en riesgo.

Iván movió su cuello de un lado a otro, haciéndolo tronar. Estaba cansado y enojado.

—Me encargaré de ellos cuando lleguen, no voy a tolerar más equivocaciones. Juegan con mi dinero, esa niñita tendrá que pagarlo... —aseguró.

No le importaba que su hermano dijera estar enamorado. Finalmente aceptaría el destino de su chica, o siempre podría irse con ella. Ya no era un niño al que tuviera que proteger de su padre.

—Tenemos otro problema... —dijo sentándose frente al escritorio de Iván.

—Estás tocándome las pelotas Isaac ¿Qué pasa?

—¿Qué haremos con Perla? Es demasiado...

—Ni lo digas. No lo sé.

—Te gusta... —Relajó su espalda en el asiento y observó a su amigo con una estúpida sonrisa en sus labios. —Lo entiendo.

Sacó un cigarrillo y lo encendió dando una larga calada. Valeria odiaba que él fumara, por lo que solo lo hacía cuando estaba en casa de Iván, trabajando y, de verdad, lo disfrutaba.

—Esa chica es hermosa y tiene un carácter especial... Cada vez que llegaba un informe ella destacaba.

—Es inteligente. —Coincidió pensativo. —No solo es su belleza, entiende el juego y no voy a negarte que eso me encanta.

—Pero no es virgen... sabes que eso complica las cosas.

—Su valor excede ese detalle.

—Es un puto trofeo. —Sonrió.

Iván asintió y le devolvió la sonrisa. Ella era un trofeo que quería conservar para sí mismo, de eso no tenía dudas.

—No entrará a la subasta. —Afirmó.

—¿Te acompañará a la fiesta?

—Si.

No había dudas en su respuesta, si se quedaba con él quería que fuera su compañera en esa subasta y en muchas otras. Si tenía un trofeo como Perla quería exhibirla para que todos vieran quién era el que lo había conseguido y por qué tenían que arrodillarse a sus malditos pies.

—Es buena para el negocio —confirmó.

Estaba de acuerdo, pero no pensaba admitir que además de eso la chica lo atraía de una forma diferente.

» Sinceramente... —Apagó su cigarro en el cenicero y lo miró relamiendo sus labios. —Creo que es peligroso, pero nunca nos asustaron los riesgos ¿verdad? Además, me gusta verte hecho un idiota...

Se puso de pie y salió del despacho de Iván sin esperar que este lo mandara al carajo.

«Maldito hijo de puta.» pensó su amigo.