La Orden de las Sombras: Mentiras

SESENTA Y CUATRO

 

Londres

Candace y Sarah se habían vuelto muy unidas. Desde la muerte de Emily y, tras ver lo lamentable que era la figura materna de Sarah, ella sintió que tenía que estar ahí para apoyarla. En un principio no supo cómo acercarse, hasta que recordó algo que le encantaba hacer con la abuela de Sarah, la ex esposa de Efraín: ver telenovelas.

Se habían enganchado a la última sensación del momento: Amores cruzados, la historia de dos chicos que se enamoran en un bar de citas y luego pierden el rastro, pero ella descubre estar embarazada de él tiempo después. Sarah insistía en que era todo tan romántico, Candace solo podía pensar en lo aterrador que sería estar embarazada sin un compañero a tu lado.

—Candy... —murmuró Sarah embobada mientras Aaron, el protagonista, se besaba con su flamante novia, una modelo sin gracia.

—¿Mmm?

—Hay olor a quemado.

—¿Qué?

Candace se alejó del respaldo del sofá ansiosa cuando la modelo se acercó con intenciones sexuales al protagonista y se preguntó ¿Qué se sentiría estar cerca de un hombre tan guapo? No es que su esposo no lo fuera, pero ese hombre era como un superhéroe.

—¡Candy! — la volvió a llamar justo cuando él la rechazó y ella tenía ganas de hacer el baile de la victoria.

—¿Qué?

—¡La tarta de manzanas! —soltó divertida.

Candace abrió los ojos mirando a todos lados, le costó conectar lo que decía, pero finalmente saltó el sofá y corrió a la cocina. Sacó la tarta y agradeció internamente que solo su hubiera oscurecido un poco el caramelo.

—¿La perdimos? —preguntó la chica mientras se acercaba con Basil en brazos.

—¿A qué huele? —Efraín entró a la cocina particularmente feliz.

Sarah lo miró con curiosidad mientras dejaba a Basil en su alfombra de juegos en el corral de la cocina. Llevaba un hermoso traje color bordo, uno que nunca le había visto lucir, se había peinado hacía atrás, recortado su barba y estaba perfumado tanto que podía olerlo desde donde estaba. No era lo normal, desde la muerte de Emily intentaba retomar con su vida, pero solo era para trabajar. No vestía de otro color que no fueran trajes negros y no solía cuidar tanto su imagen como lo había hecho con anterioridad. Su abuelo había perdido, con la muerte de Em, un poco de su brillo especial. Esa tarde era diferente.

—Tarta, casi, quemada. —Respondió Candy abriendo la heladera para sacar la crema que tenía que batir.

—Bueno, huele de maravillas.

—¿Dónde vas? —preguntó recelosa ¿Acaso había conocido a alguien?

—¿Aaron ya encontró a Cielo? —preguntó divertido cambiando de tema. Él también se había colado con la telenovela, solo que la veía en las noches, después de la oficina.

—Abuelo, te hice una pregunta...

El hombre la miró con curiosidad y diversión en sus ojos, pero no quería decir una sola palabra hasta estar seguro y verlo con sus propios ojos.

—¿Hola?

Sarah se irguió en su sitio, todos los músculos de su cuerpo se tensaron y clavó la mirada en su abuelo que la veía fijamente.

—¿Hay alguien?

Candace dejó caer la bandeja de la tarta, asustada por lo que oía. El estallido del molde metálico en el suelo, seguido de una carcajada de Basil, hizo que los tres reaccionaran. Sarah salió de su ensoñación y dejó la cocina hasta detenerse en el pasillo que conducía la puerta.

Estaba soñando, estaba segura que era un sueño. En la puerta de entrada, junto a Silas, estaba su hermana. Quiso pellizcarse, pero cuando Emily comenzó a llorar, algo le dijo que eso era real y que no era una tortuosa pesadilla donde finalmente su hermana desaparecería.

Sin dudarlo corrió hasta chocar con su cuerpo.

—Mi tonta, Em... —Susurró sobre su cuello, mientras aferraba las manos a la espalda de su hermana asegurándose que fuera real.

—¿Me extrañaste? —le preguntó ella.

Emily secó sus lágrimas, no quería volver a llorar, solo quería sonreír y abrazar a las personas que amaba.

Cuando Sarah se alejó, sus mejillas estaban empapadas de lágrimas y Em las secó con ternura. En ese momento entendió las palabras de Silas, su hermana estaba tan delgada como ella y hasta la piel le había perdido la luminosidad. Pero estando juntas saldrían adelante.

Su abuelo se acercó emocionado, pero tomó el cuello de Silas de forma paternal y susurro con la voz entrecortada.

—La trajiste.

Silas asintió y abrazó al hombre que había confiado en él, cuando todos creían que estaba loco y cuando podría haber elegido continuar el duelo por su nieta muerta. Cuando se separaron Efraín notó que sus dos nietas los veían con curiosidad. Sarah tenía muchas preguntas y hasta estaba un poco enojada ¿Por qué su abuelo parecía saber algo que ella no? ¿Por qué Silas había aparecido con su hermana de la nada? ¿Qué estaba pasando?

—Cariño...—La emoción de Efraín volvió a aflorar esta vez aferrando sus brazos al pequeño cuerpo de su nieta. Que estaba viva y estaba con él.

 




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