La Orden de las Sombras: Mentiras

SESENTA Y CINCO

 

Londres – 6 meses más tarde:

La vida no había vuelto a la normalidad, pero poco a poco iban tomando su curso natural. La caída de Iván Shirokov significó un gran temblor en Los Reyes de la Muerte, aquellos que huyeron por miedo no dudaron en volver a La Orden, aunque a muchos se les denegó el acceso. La Orden, en su juramento, habla de dar la vida por ella y los miembros más leales no dudarían en hacer cumplir ese juramento.

Los alumnos de Golden Hill no pudieron volver al internado, sus padres tampoco lo hubieran querido, llevaría un tiempo reconstruir esa confianza. Pero lo conseguirían, por lo pronto, cada alumno terminaría sus cursos en las escuelas de día de Golden Hill repartidas por el mundo.

Sarah había conseguido dejar pasar la terrible desilusión que sintió por sus amigos, después de todo no había nada que perdonar, mientras ella velaba un cajón vacío, sus amigos estaban recuperando a su hermana. Los amaba, eso había que decirlo.

Nikolái siguió en casa de los Ashdown durante un tiempo, hasta que su padre fue aceptado nuevamente en La Orden, el Supremo Consejo lo comprendía, temía por su hijo. Después de todo ellos también habían cedido a los pedidos de Shirokov y Sun para proteger a los suyos. La despedida fue difícil, Emily no tenía palabras para agradecer la forma en la que cuido a su hermana durante su ausencia y Sarah... ella prefirió no confesarle sus sentimientos, el chico volvería a Rusia y no estaba segura si volverían a verse pronto ¿Qué sentido tenía?

Poco a poco la vida fue volviendo a la normalidad. Pero para Emily no fue tan fácil, después de todo lo que había vivido y de los horrores que quedaron grabados en su mente, hacer como si la vida fuera normal, era casi imposible. Pero la chica lo intentaba. Había aceptado la terapia que su abuelo le había ofrecido, se enfocaba en sus clases y en recuperar el estado físico que había perdido. Entrenaba todos los días en un Dojo que quedaba cerca de la escuela.

Hablaba con sus amigos a diario, cada noche, cuando Sarah entraba a su habitación, todos los chicos se conectaban a una video llamada que era algo así como sus escapadas al ático. Un lugar al que, de solo pensarlo, ella preferiría no volver. Muchas veces la terapeuta le pregunto que sentiría volver al internado, Emily nunca sabía qué responder. La idea de volver a ese lugar le generaba tanta ansiedad como la idea de no hacerlo.

—Creo que me sentiría cómoda, solo si Wagner está al frente...—dijo en una de las sesiones, encontrando finalmente una respuesta.

—¿Por qué? —preguntó la terapeuta.

—Porque ella estuvo dispuesta a dar la vida por nosotros. —Sonrió y se acomodó en su asiento. —La noche del baile, ella se puso de rodillas ante un hombre que apuntaba un arma a su cabeza... No me sentiría segura con nadie más.

La mujer asintió tomando notas.

—¿Te gustaría hablar de Esmeralda? —preguntó tomándola por sorpresa e incomodándola. —Alguna vez tendrás que hacerlo Em... —insistió cuando notó como ella se tensaba.

La terapeuta había notado avances muy positivos en Emily, pero nunca hablaba de sus momentos secuestrada, se los guardaba para sí y eso la preocupaba.

—Nunca supe su nombre real, a todas nos habían asignado un nombre falso y era como nos llamaban. Tenía diecinueve y era la mayor entre todas nosotras y la única que hablaba mi idioma. No sé mucho más de ella.

—No la encontraron en la redada...

Emily negó recordando como la chica había muerto. —La mataron, cuando intentó escapar.

—¿Qué pasó con Beatriz? —preguntó cambiando de tema radicalmente.

Emily la miró a los ojos tan fríamente que la mujer se estremeció.

—Iván la asesinó, también a su hermano.

—¿Tú lo viste?

—Si.

—¿Qué sentiste?

—Alivio...

Era la verdad. Había sentido alivio, pero no pensaba nunca pensaba confesar que había sentido un placer enorme asesinándola y saboreado el dolor y el miedo en sus ojos. Emily sabía que una parte de ella había muerto en esa mansión y que otra, más oscura, había florecido, pero no pensaba dejar que la dominara. Tenía una segunda oportunidad y no pensaba perderla lamentándose por Beatriz.

 

 




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