La oscuridad del océano.

Prólogo

Aquel día, Maxine no pudo evitar que su mente viajara a recuerdos que había mantenido sepultados en el olvido. Observaba cómo el barco, repleto de colegas biólogos marinos, era consumido por criaturas que, según la historia de la humanidad, "nunca habían existido". Seres que parecían surgir de la imaginación distorsionada de un marinero, atrapado en su propia locura y en medio de la niebla del alcohol.

Los gritos de auxilio se perdían en la oscuridad, lo único que se oía era el sonido grotesco de aquellas criaturas devorando a sus compañeros como si fueran simples peces. Ella se encontraba escondida en un armario, esforzándose por contener el llanto. Estaba en la parte inferior del barco, en un camarote anticuado que, en ese momento, le brindaba una extraña sensación de seguridad. A través de un pequeño agujero en la puerta del armario, pudo escuchar cómo algo se arrastraba lentamente hacia ella.

“Mierda, vienen por mí”, pensó, intentando calmar el frenético latido de su corazón y su respiración, consciente de que esa criatura la devoraría sin dudarlo si la detectaba. Desde su escondite, podía ver al ser en el camarote: su cuerpo estaba cubierto de escamas brillantes, y sus manos palmeadas con membranas entre sus dedos y largas uñas afiladas que parecían garras mortales. De espaldas, el ser mostraba un cuerpo esbelto, con cabellos largos que caían en cascada, pero al observarlo con más atención, entendió que no tenía nada que ver con la imagen de las sirenas de Disney o los cuentos de los hermanos Grimm; aquel ser era una auténtica monstruosidad.

“Tal como los recordaba”, hablaba para sí misma en su mente. No era la primera vez que se encontraba con ellos, pero en esta ocasión, las memorias que el laboratorio le había borrado comenzaban a aflorar. La criatura olfateaba el aire, pero no lograba percibir su presencia, ya que Maxine no usaba ningún perfume; las fragancias le provocaban alergias, al igual que los champús y jabones, por lo que generalmente optaba por productos neutros y sin olor. Esa particularidad resultaba ser su salvación en ese momento.

El rostro del ser no era normal; sus colmillos eran visibles y sus ojos reflejaban la naturaleza de la mayoría de las criaturas marinas. La nariz, el rostro y el cuerpo eran quizás lo único humano que se podía distinguir en su apariencia. Era el único rasgo que Maxine encontraba bello en aquella horrorosa criatura. Sin embargo, recordó que ellos tenían la capacidad de adoptar una forma seductora si así lo deseaban, solo para atraer a sus víctimas y asesinarlas.

Lo que Maxine no sabía era que, al no poder encontrarla, el monstruo se había herido a sí mismo con sus propias garras en los brazos. Lo que ella no esperaba era que esa herida provocada haría que su sangre fluyera al mismo tiempo, un dolor compartido que la hizo gritar.

Ese grito resonó en el aire, haciendo que la criatura se arrastrara rápidamente hacia el armario y destrozara las puertas sin titubear. Ella se encontraba en estado de shock, sin comprender cómo había adquirido esa herida en su brazo, si el monstruo no la había tocado en absoluto. El miedo la invadía, y no se atrevía a mirar hacia arriba; podía percibir el olor a sangre que emanaba de la boca de la criatura, y las garras, completamente bañadas en un rojo escarlata, eran una imagen aterradora.

“Estoy atrapada, como una presa débil en este vasto mar”.

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Atte: Kasandría.




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