La señorita Alimceceg no había tenido oportunidad para pensar mucho en lo que debía hacer para evitar aquel compromiso, pues sus pensamientos se habían perdido en la posibilidad de contraer dichas nupcias. Definitivamente no podía permitir tal humillación. La única hija desfavorecida de la casa Batun se iba a casar con un lisiado, no solo sonaba vergonzoso, sino que también a una pena que enfermaba el alma.
Podía no ser tan despampanante como sus hermanas mayores ni ser inalcanzable como sus primas, las hijas del kan Sekiz Ohguz, ni tampoco impetuosa y poderosa como lo era su hermana Khojin en la lucha del Bök. Ella a pesar de ser una timorata y callada, siempre tenía un haz bajo la manga, nunca se quedaba de brazos cruzados y luchaba psicológicamente con cualquiera hasta conseguir lo que quería. Aunque a veces sus juegos psicológicos no le funcionaban por lo que recurría a la astucia deshonesta.
—Hermana, tienes que ayudarme a convencer a mi padre para que me elija a mí en vez de ti… Sé que no quieres casarte, pero yo sí estoy interesada. Además, se trata de la casa real Tsagaandorj… No cualquiera puede casarse con uno de los herederos —Parloteó sin cesar—. Mi padre me consiente y a mi madre también, así que, yo debería ser la novia.
Alimceceg forzó una sonrisa ladina cuando miró a su hermana. Detuvo el paso y la tomó suavemente por los hombros.
—Erzhene, sé que no hay otra hija Batun tan consentida y honorable como tú, pero mi padre me ha escogido porque soy la mayor de las solteras que quedan en esta casa.
—¿No hay alguna opción para cambiar eso? Alimceceg, piensa en algo para mí —ordenó con insistencia.
—Tal vez hay una alternativa —Sugirió débilmente.
—Por favor, hermana, dímela.
Alimceceg sonrió esta vez con energía, sus ojos brillaron con malicia.
—Erzhene, si quieres casarte con el príncipe de la casa real, debes prometerme que no dirás nada a tu madre, ¿de acuerdo?
La muchacha asintió de inmediato.
—¡Lo prometo!
—Bien, en la mañana nuestro padre enviará mi rotulo de paridad y nacimiento junto con mi retrato, así que lo que debemos hacer es cambiarlo por el tuyo. Aunque, hay un problema: ya mi abuela se lo ha dado.
—¿Se puede entrar al despacho de padre y cambiarlo allí?
—Sí, pero es muy arriesgado, si nos descubren estaremos hechas trizas.
—He notado que padre abandona el despacho entre las 1-2 de la madrugada y regresa en la mañana, tal vez puedas entrar a esa hora.
—Bien, lo haremos esta noche, así que tienes que traerme tu rotulo y el retrato… Y recuerda, tu madre no debe enterarse.
Alimceceg se separó de Erzhene y entró en su habitación. Se sentó sobre el escritorio de madera para sacar algunos pergaminos de las gavetas. Estuvo dispuesta a estructurar un plan, pero al final no fue capaz de plasmar ni una sola idea.
La tarde pasó con extrema lentitud, por lo que se desesperó por la llegada de la noche. Definitivamente, la paciencia no era uno de sus fuertes, más bien era una debilidad. Esa misma tarde su desesperada hermana le llevó el otro rotulo.
Al final, cuando hubo anochecido lo suficiente y no quedaban personas deambulando por los corredores del campamento, pudo encontrar el tiempo propicio para entrar al despacho de su padre. Eran las dos de la madrugada y hacía un frío glacial.
Erzhene tuvo razón, el Khubilai ilk dejaba el lugar a esa hora para ir a reunirse con una de sus mujeres, principalmente con la madre de Erzhene.
Alimceceg entró al despacho con mucho sigilo y rebuscó en el escritorio de su padre, donde había muchos rollos regados y otros apilados sobre él.
Trató de rebuscar en las gavetas, pero estaban cerradas con seguro. Rogó que el rotulo y el retrato estuvieran en alguno de los rollos sobre el escritorio, y con esa esperanza, empezó a revisar cada uno. Saltó de la alegría cuando encontró su propio tesoro entre el resto de documentos, rápidamente lo guardó entre sus ropas y puso en su lugar el rotulo de su hermana.
Alzó una de las cejas en son de victoria y salió tan rápido como entró. Se sentía realmente aliviada, pues ya se había descartado en cierta parte de casarse con el lisiado. En esos momentos, le alegraba enormemente la idea de ver el rostro de su hermana menor cuando se enterara de que su flamante prometido era un discapacitado, un completo idiota.
Entró a su habitación sin hacer mucho ruido y retiró las mantas de pieles del lecho de un solo movimiento. Con una sonrisa de satisfacción
—Gracias, Erzhene —rio antes de dormirse.
No había algo más tranquilizante que dormir sin pesos sobre los hombros, con aquella acción la señorita Alimceceg había aligerado la carga que le hacía su enorme orgullo sobre los hombros.
…
—¡Joven amo, por favor deje de jugar con eso! —ordenó una de las criadas encargadas de cuidarlo.
La mañana era fresca, los árboles frondosos y verdes a causa de la temporada se balanceaban de un lado a otro por causa de la brisa suave, los pájaros volaban por encima del cielo ocultando la fatalidad que acontecería en el lugar.
Una mujer de esbelta figura miró al niño de reojo, y le sonrió dulcemente antes de regresar la mirada a los papeles puestos sobre el tocador. Los cabellos cortos de su frente flotaron en el aire, las trenzas gruesas que recogían el cabello de la mujer seguían un largo camino hasta esconderse tras un bonito y ligero velo.
Tuva Eke pocas veces había visto a su madre en los sueños, pero cuando lo hacía, no paraba de rememorar la figura de ella, conocerla así sea gracias a los sueños.
Los gritos del niño pequeño, que de inmediato reconoció, lo despertaron abruptamente. Era él de pequeño gritando despavorido cuando vio que muchas lanzas atravesaban el cuerpo de la madre por muchas direcciones.