Khojin trató de consolar a su hermana Alimceceg, pero ella se había desmoronado de una manera nunca antes vista. Al parecer, la Alimceceg débil de la niñez volvía a tomar lugar. Khojin entendía el padecimiento de su hermana, más cuando ella misma ni siquiera soportaba en boca de otros el devenir de su futuro en un matrimonio de conveniencia.
El llanto de Alimceceg no se hizo ruidoso, como siempre ella trataba de calmar su sollozo antes que cualquier otra persona diferente a su hermana Khojin. Solo frente a la guerrera mongola, su medio hermana, Alimceceg era capaz de llorar y verse vulnerable, pues no estaba dispuesta a darle aquel privilegio al resto de sus hermanas.
—¿Qué haré, Khojin? No tengo ninguna alternativa… Estoy condenada a casarme con ese hombre.
—Alimceceg, en verdad que no sé qué decirte... Tal vez no lo has acabado todos tus recursos —sugirió en un susurro.
Alimceceg se levantó del regazo de Khojin y todavía con el cabello desordenado y los ojos hinchados por el llanto, se atrevió a soñar. Las palabras de Khojin la animaron un poco.
—¿Qué harías tú en mi lugar?
—¿Qué haría?
Alimceceg asintió. Khojin lo pensó un rato antes de contestarle:
—Creo que convencería a los allegados de Tuva Eke, de que no soy la mujer ideal para el tegim.
Alimceceg reflexionó en las palabras de su hermana y al final supo que Khojin era un genio; ¡Le había abierto los ojos!
—Eso es —una nueva determinación la hizo remover del lecho y levantarse de un salto—. Si actúo de una mala manera frente al khan y sus herederos, tal vez ellos desistan de casar a Tuva Eke conmigo.
—Eso no sería lo más indicado —comentó Khojin realmente preocupada. Alimceceg a veces pensaba demás, y en otras ocasiones simplemente se dejaba llevar por la emoción—. El khan se podrá enfadar contigo, condenar a nuestra tribu o incluso mandarte matar.
—En eso tienes razón, entonces debería buscar a alguien demasiado allegado a Tuva Eke tegim, alguien que sea exclusivamente leal a él.
—Creo que hay alguien de confianza que pertenece al servicio del tegim, pero esa es la única persona, no he escuchado de nadie más.
—¿Cómo sabes tantas cosas, Khojin?
—Los rumores corren y desde la devolución de los títulos a Tuva Eke y su compromiso con la quinta señorita de la casa Batun, no se ha dejado de hablar de ese pobre hombre… Te lo aseguro, es demasiado famoso entre las malas lenguas.
—Bueno, ¿quién es esta persona de la que hablas?
—Se llama Yul, es el señor Yul, un servidor ruso y Tuhksi.
—Pertenece a la misma tribu que la madre de Tuva Eke tegim, ¿no es así?
—Eso es.
Alimceceg tomó las manos de Khojin y sonrió aliviada antes de ponerse de pie y saltar frente a su hermana menor.
—¡Seré libre, Khojin! —chilló con euforia—. No seré un peón en el juego de nadie, no lo seré nunca.
—¡Somos Sekiz Oghuz, el prestigio de la casa Batún es irrompible y la deshonra no es una opción, morir antes que ser doblegados…!
—Es nuestra canción —completó Alimceceg.
…
Alimceceg durmió poco o nada. Su cerebro se mantuvo despierto y a la expectativa, era imposible que se durmiera cuando aún mentalizaba la idea que tanto le había costado esquematizar. ¿Qué se suponía que debía hacer cuando llegara al territorio Karluk? Alimceceg ya lo había pensado, no tenía ninguna duda ni espacios vacíos en su plan. Una vez que pisara el territorio del campamento Karluk y tuviera la oportunidad, iba a buscar la dichosa torre donde vivía Tuva Eke, de seguro se podría encontrar con el señor Yul.
El viaje iba a ser un poco largo, pues la cantidad de caravanas que se trasportaban a través de la Transoxiana en dirección al territorio Karluk era casi interminable.
Alimceceg miró atrás con la esperanza de regresar a su campamento, con su abuela y Khojin. Sonrió satisfecha con la idea y montó rápidamente el caballo de color negro tras apoyarse en la espalda de uno de los esclavos.
Las mujeres pertenecientes a las grandes casas Sekiz Ohguz, es decir, la casa Dorje y la casa Batun, eran reconocidas en toda la estepa por ser las mejores amazonas sobre el resto de tribus. Aquello era completamente cierto, todas las hijas de la casa Batun eran excelentes jinetes. Desde la primera señorita hasta la sexta señorita todas eran diestras con el caballo.
Alimceceg aporreó al caballo con las riendas y siguió a su padre, quien le llevaba una enorme diferencia en recorrido. El sol empezaba a transparentarse a través de las enormes y frías montañas y los pastos verdes estaban mojados ligeramente por el rocío de la mañana, por lo que el pasto se hundía ligeramente cuando el caballo apoyaba los cascos sobre el barro húmedo.
Las gruesas hebras de cabello de Alimceceg estaban sujetas a cintas de cuero color rojo, estas azotaban su espalda con cada salto que el caballo daba mientras cabalgaban en medio de la inmensa estepa. Aquello era vida, la vida de las tribus que subsistían en los pastos de las llanuras, las mismas tribus que se movilizaban por todo el territorio en busca de tierra fértil, que se movían al ritmo de la naturaleza.
Aquel paisaje los había acompañado en los mejores y peores momentos, la estepa era la vida, el inicio, el fin y la muerte.
¡Arre!
¿Quién era Alimceceg? La mayoría de sus hermanas la describían como una arpía ambiciosa y sin corazón, su abuela la describía como una niña abandonada y falta de amor paternal, el Khubilai Ilk la retrataba como una niña malcriada y de cabeza dura, Khojin la definía como una mujer que estaba en la busqueda constante de su lugar en la sociedad. Pero, ¿quién era ella en realidad? ¿Era tal y como la describían los terceros en su vida?
¡Arre!
La estepa, la casa Batun, una Ashina, una Sekiz Oghuz, ella lo era todo. La mujer que resultaría siendo una de las piezas principales en el juego por el poder, por el trono.