La otra cara del príncipe

Capítulo 8

El campamento Karluk se veía a lo lejos, y ante la nueva perspectiva, Alimceceg se dirigió rápidamente a la formación, siguiendo el paso calmado y lento. Finalmente, pudo respirar tranquila cuando se encontraron con los primeros hombres Karluk, luego de unas breves palabras, los hombres se retiraron momentáneamente.

 

Alimceceg miró confundida toda la situación, miró fijamente la situación y esperó en silencio a que el hombre regresara. Cuando vio al hombre caminar de regreso, su mirada no pudo desviarse hacia atrás, pues varios hombres vestidos con trajes vistosos, nuevos y de excelente calidad caminaban directo hacia donde se encontraba la caravana Sekiz Oghuz.

 

Alimceceg se alineó junto a sus dos primas, y todas juntas, sin excepción miraron con altanería a cada uno de los hombres que salieron a recibirlos: los tegim de la tribu Karluk. Las dos princesas y la quinta señorita alzaron sus barbillas y agudizaron los ojos mientras observaban a los hijos del khan Karluk. Sus bellos rostros ni siquiera regalaron una sonrisa.

 

—Bienvenidos al campamento principal del gran khan Karluk —saludó Torgan tegim.

—Gracias por la invitación, tegim —respondió el Khubilai Ilk—. Tal como le prometimos al khan Karluk, con nosotros traemos a la quinta señorita de la casa Batun.

 

Luego de las rápidas presentaciones, la caravana Sekiz Oghuz pudo entrar al campamento Karluk. La entrada fue extraña, pues las miradas duras y poco amigables de los hombres de dicho campamento, tenían una fuerza tan poderosa en la mirada, que incluso Ockchi bajó los ojos para no sentirse intimidada.

 

Alimceceg también se sintió cohibida con la intensidad de aquellas miradas, pero se las tragó magistralmente mientras maniobraba con elegancia sentada en el lomo del caballo.

 

La caravana completa se hospedó en un mismo patio. Se tuvo que utilizar un total de diez yurtas, un tipo de tienda de campaña utilizada a lo largo de la estepa. Demoraron toda la tarde acomodándose y además descansando.

 

El viaje había sido demasiado largo y extenuante. Sin embargo, Alimceceg no demostraba ningún signo de cansancio, todo lo contrario, se estaba obligando a no descansar, pues primero debía buscar una forma de conocer al señor Yul.

 

Inclusive, parecía que todo funcionaba a su favor, pues tampoco había tenido que presentar frente al gran khan Karluk, pues este estaba de cacería y era muy probable que no apareciera en al menos dos días.

 

Alimceceg tenía tiempo de sobra para conocer al señor Yul y detener su matrimonio.

 

En poco tiempo, la tarde se evaporó tan rápido como había llegado, los últimos rayos del sol se escondieron y la oscuridad gobernó en el cielo.

 

Era muy tarde en la noche, eso sabía Alimceceg.

 

La gente estaba cansada por el ajetreo del viaje, así que lo más probable era que estuvieran durmiendo plácidamente, eso también lo sabía Alimceceg.

 

Los hombres pertenecientes al khan Karluk debían estar al pendiente de cada uno de los movimientos de los integrantes de la caravana Sekiz Oghuz, de eso también estaba informada Alimceceg. Esta última apreciación era la que más problemas le podía causar a la quinta señorita de la casa Batun si se apresuraba a salir de su tienda, pues podría ser malinterpretado como una acción de espionaje.

 

Sopesando todas las salidas que tenía y la forma en la que debía evitar los malentendidos, Alimceceg salió de la tienda y miró a su alrededor de reojo. De inmediato, se dio cuenta de que a lo lejos un hombre vigilaba las yurtas de la caravana Sekiz Oghuz. Aquello no la sorprendió, así que mucho menos la sobresaltó.

 

Como si no se hubiese dado cuenta de la presencia del hombre, tomó una gran bocanada de aire y bostezó antes de ingresar nuevamente a la tienda. Tan pronto como entró, tomó la daga que guardaba en la cintura y rasgó la tela de la parte trasera de su tienda. Esperó sentada un rato, como esperando alguna reacción y luego de no sentir a nadie cerca, anudó la entrada de la tienda de tal manera de que nadie fuera capaz de desanudarlo. Aquel conocimiento, Alimceceg se lo debía a Khojin.

 

Por último, apagó el candelabro.

 

Salió por la rasgadura y sus piernas se lastimaron cuando entró en contacto con la hierba alta y dura. Pero no se atrevió a sollozar por miedo a despertar a alguien.

 

Con pasos rápidos se alejó de las tiendas y subió por una colina casi que arrastrándose. Allí esperó encontrar un montón de hombres Karluk vigilando activamente, pero se llevó una gran sorpresa al hallarlos a todos dormidos.

 

—¿Por qué son tan negligentes? Deberían estar despiertos —susurró para sí misma.

 

Alimceceg pasó por en medio de los hombres rápidamente, pues no quiso correr más riesgos de los que ya había tomado.

 

El recorrido fue un poco largo, tanto que Alimceceg empezaba a evaluar la posibilidad de regresar, pues ya se había alejado demasiado, ¿qué iba a pasar si se perdía?

 

La torre donde vivía el príncipe parecía estar cerca del campamento, pero no lo estaba… Por lo menos no si intentaban llegar a ella caminando.

 

Después de caminar por un buen rato, Alimceceg por fin pudo llegar a la entrada de la torre.

 

 

Tal como era su costumbre, Tuva Eke miraba por la ventana incluso a altas horas. Le era imposible dormir plácidamente después de haber despertado de su estado de coma hacía unas semanas. El veneno le traía muchos perjuicios, entre ellos el insomnio.

 

Ya era tan tarde, que Tuva Eke pensó improbable la llegada de alguien a la torre. Así que se sorprendió cuando vislumbró la sombra de una persona desde la entrada izquierda.

 

Tuva Eke no estaba muy seguro, pero su pésima visión le había avisado de que aquella era la silueta de una mujer. Y las únicas mujeres que podían visitarlo eran sus dos hermanas.




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