—¡No haré eso, Yul! —exclamó airado—, ¿no lo ves? Esta es la oportunidad perfecta para que la casa Tsagaandorj tenga a un integrante del clan Ashina, ¿no ves que eso elevaría nuestro estatus sobre el resto de tribus?
—Eso lo sé perfectamente, pero eso sería una espada de doble filo para Tuva Eke. Si sus hermanos se enteran de que la prometida de él es una Ashina, de inmediato empezarán a caerle como buitres hambrientos.
—Tuva Eke no puede ser una competencia para ellos. Está enfermo, ni siquiera puede pensar.
—Al parecer no conoces a tus hijos Toygar… Ellos pueden considerar enemigo a una piedra si esta se encamina hacia ellos.
—No permitiré que ellos le hagan daño a Tuva Eke.
El señor Yul suspiró con cansancio. Pelear con el khan era agotador, más cuando el hombre no quería entrar en razón.
—En eso no quedamos… Y se me agota la paciencia.
—No puedo dejar que esta oportunidad de oro se me vaya de las manos, Yul.
—De todas formas, Tuva Eke no podrá casarse porque está enfermo, postrado en esa cama y sin poder levantarse. Cancelar el matrimonio también sería sensato si tenemos en cuenta.
El khan negó una y otra vez.
—Esto debe ser una broma… Justo cuando puedo relacionarme con los Ashina ocurre esto.
—Khan, simplemente debe aceptar que no es correcto hacer un compromiso y mucho menos concretar un matrimonio cuando el novio ni siquiera se puede levantar del lecho.
El khan quedó en silencio mientras pensaba en alguna otra alternativa.
—Aceptaré si tú accedes a cumplir una condición de mi parte —sentenció
El señor Yul asintió en respuesta.
—Anularé el compromiso entre Tuva Eke y la quinta señorita, pero si por alguna razón desconocida la quinta señorita vuelve a aparecerse en mi camino y tengo la oportunidad de integrarla a la familia, te aseguro que lo haré. Ni tú ni nadie podrá amenazarme, ¿entendido?
El señor Yul aceptó de inmediato. Lo más probable era que la quinta señorita de los Batun no quisiera verse involucrada de nuevo en un matrimonio con los Karluk.
[…]
Alimceceg observó el colgante que normalmente reposaba en su cuello. Era un medallón de plata adornado con la figura de una grulla; un regalo antiguo de su madre.
Después de la salida apresurada del khan, Alimceceg había pensado muchas cosas. Había pensado en la familia de su madre, en el señor Yul y en su futuro siendo la esposa de un tegim enfermo. Ella no lo entendía, pero de alguna forma las palabras del khan Karluk despertaron su curiosidad acerca de sus abuelos maternos.
¿Sabían ellos que su nieta Alimceceg se iba a casar con la tribu Karluk? Y si lo sabían, ¿qué opinaban al respecto? Tantas preguntas, pero no había ninguna respuesta.
—Solo quiero disolver el compromiso, regresar al campamento, seguir con mi vida y ser feliz—habló para sí misma.
Tal vez lo que quería si iba a ser posible, pues el señor Yul algo había hecho para que ella se librara de la unión. Alimceceg presentía que aquel día la noticia que tanto había esperado por fin iba a llegar… Ella estaba resuelta a ser libre sin importar qué, incluso si solo se postergaba el compromiso Alimceceg iba a seguir buscando la manera de acabarlo.
Alimceceg deseaba con todas las fuerzas la llegada de alguna noticia de parte del khan Karluk y esta llegó a su campamento en menos de lo que esperó.
El Khubilai Ilk entró a la tienda de Alimceceg apresuradamente.
—Empaca tus cosas, partiremos de regreso.
Alimceceg quedó desconcertada, pues no entendía muy bien lo que aquello significaba para ella.
—¿Por qué?
—Porque se ha cumplido lo que querías, el khan Karluk ha cancelado el matrimonio. Ahora, empaca todo, que no tenemos mucho tiempo para abandonar este campamento.
El Khubilai Ilk salió de la tienda sin darle oportunidad a Alimceceg de decir algo más. Alimceceg se sentó sobre el lecho mientras trataba de procesar en su mente la información otorgada por su padre. Era una realidad; volvía a ser libre… Al final fue consciente de que el señor Yul la había ayudado y que gracias a él podía gozar de plena libertad. Emocionada se empeñó en guardar sus cosas, escribir una nota breve sobre una banda de cuero y salir tras el Khubilai Ilk.
—¿Cuándo partiremos? —preguntó alegre.
El Khubilai Ilk sonrió levemente.
—¿Hiciste algo en esto, Alimceceg?
—En absoluto, padre.
—Bien, siendo así estoy tranquilo —aceptó rápidamente—. Saldremos dentro de una hora; el khan ha dicho que no desmontaremos las yurtas, pues eso nos retrasaría la salida. Así que, en caso de que tengas algo que hacer, por favor hazlo rápido. No quiero hacer enojar a mi hermano.
Alimceceg asintió nuevamente y corrió hasta perderse en la lejanía y de la vista del Khubilai Ilk. Se escondió tras su tienda y cuando nadie la observaba, corrió hasta ascender la colina y tomar el camino que Tuva Eke le había mostrado en noches anteriores. Al llegar a los alrededores de la torre, visualizó los caballos apostados en la entrada del edificio y poco después vio salir al khan Karluk en compañía de sus hombres. De inmediato y presa del miedo, se escondió tras unos arbustos mientras en silencio escuchaba la conversación que el khan Karluk sostenía con uno de los hombres:
—¿Ya los Sekiz Oghuz saben de mi decisión? —interrogó el khan
—Sí, khan. Tan pronto como le comunicamos su decisión, empezaron a empacar sus pertenencias… Estimo que en pocas horas partirán del campamento.