La otra cara del príncipe

Capítulo 16

Alimceceg estaba asustada. Aquello era poco ante las emociones que sentía su corazón. La sensación de que podía morir allí entre aquella gente le arrebataba la tranquilidad de una manera alarmante. Se mantuvo tras sus primas mientras trataba de alzarse sobre la puntilla de sus pies. Sin embargo, hacer eso no le servía de nada si no podía escuchar lo que el khan Bulaq y su tío hablaban.

 

De repente, el khan Bulaq y el khan Sekiz Oghuz entraron a la tienda, pero el Khubilai Ilk quedó afuera, esperando a que su hermano terminara de explicar el paso de la caravana por el corredor que políticamente no pertenecía a los Bulaq, pero que ancestralmente sí lo era.

 

El Khubilai Ilk avanzó hacia donde se encontraba su hija y sus sobrinas. El rostro del hombre estaba desencajado, tal vez tenso por la peligrosa situación.

 

Alimceceg apresuró el paso hasta llegar al lado de su padre.

 

—¿Qué ocurre? —interrogó asustada—. ¿Por qué no nos dejan salir de aquí?

 

El Khubilai Ilk se restregó el rostro varias veces antes de finalmente mirar a Alimceceg.

 

—El khan Bulaq alega que irrumpimos en su territorio y que matamos a varios de sus hombres mientras peleábamos.

 

—Pero ellos también han matado a varios de nuestros hombres… Además, estas tierras no pertenecen a ninguna tribu.

 

—Sí, pero esto es territorio ancestral, y cuando se firmó el acuerdo de libre movilidad por toda la estepa, ellos se habían retirado al norte por las constantes invasiones de las tribus nómadas de la estepa mongola. Si hablamos en términos más certeros, sabemos que ellos no firmaron aquel acuerdo.

 

Alimceceg entendió de inmediato la situación.

 

—Pero no es justo que ellos nos detengan aquí —reclamó—. Ellos pueden ser los dueños ancestrales de este territorio, pero el resto de las tribus que viven en la estepa han hecho acuerdos. Cualquiera que reaccione violentamente contra otra tribu, estará iniciando la guerra… Una guerra que nunca se ha apaciguado, padre.

 

—Eso ya lo sé, pero ellos no están dentro del acuerdo. No estaban ocupando este territorio cuando ocurrió el acuerdo.

 

Alimceceg vio por encima del hombro del Khubilai Ilk para ver si los kanes salían del interior de la tienda, pues era la principal interesada en saber como se iba a resolver la situación. Abrió los ojos con emoción cuando vio a su tío salir de la tienda del gobernante Bulaq.

 

—¡El khan ha salido! —avisó al Khubilai Ilk.

 

El Khubilai Ilk dio media vuelta para regresar hacia el khan Sekiz Oghuz y detenerse justo delante del hombre.

 

—¿Qué ha pedido el khan Bulaq? —preguntó intrigado el Khubilai Ilk.

 

—Regresa primero, pues todavía tengo que arreglar algunas cosas con el khan Bulaq —inició el khan Sekiz mientras lo miraba seriamente—. No debes preocuparte por mí, partiré de inmediato.

 

—No puedo dejarte solo. Eres el khan y si algo te pasa, yo no podré responder ante el resto de la tribu por tu muerte.

 

El khan Sekiz Oghiz se acercó al Khubilai Ilk y le habló suavemente. Nadie más pudo escuchar lo que el khan decía.

 

—Si yo muero, tú serías el principal beneficiado —siseó entre dientes—. Ahora, si quieres salvarme el pellejo, regresa con tu hija al campamento de la casa Batun, que yo saldré más tarde hacia mi campamento, el de la casa real.

 

El Khubilai Ilk bajó la cabeza. Había aceptado automáticamente la orden de su hermano, pues sabía que la relación entre él y el khan ya estaba demasiado deteriorada.

 

—Sí.

 

Alimceceg y el Khubilai Ilk montaron sus caballos y salieron sin ningún problema del campamento Bulaq.

 

Alimceceg estaba intrigada; quería saber lo que el khan Sekiz Oghuz le había dicho al Khubilai Ilk. Sin embargo, no tuvo una oportunidad para preguntárselo.

 

El padre de Alimceceg no tenía cara de querer hablar y mucho menos con una muchacha de veinte años que poco o nada le podía ayudar si le contaba la verdadera situación por la que se estaba pasando. Aunque, tal vez se había equivocado al juzgar mal a Alimceceg, pues ella podría haber sido la salida a aquel problema.

 

No se dudaba de la lealtad del Khubilai Ilk hacia su hermano, el khan de la tribu. Pero, la fractura de la relación fue inevitable cuando años atrás el Khubilai Ilk se casó con la señorita Khorgonzul del clan Ashina. Tal vez, las intenciones que el Khubilai Ilk había albergado en su corazón eran las de ser el khan de la tribu, al menos eso indicaba el que hubiese insistido en su matrimonio con la mujer Ashina. Fuese como fuese, el tiempo se le agotaba, lo que indicaba que ya no tendría más oportunidades para demostrar sus buenas o malas intenciones.

 

En aproximadamente un día, el Khubilai Ilk entró al campamento de la casa Batun y lo que encontró allí, lo dejó nervioso y asustado. Las yurtas estaban ardiendo en el fuego, todo estaba hecho un desorden y sus hombres yacían muertos en el suelo del campamento.

 

—Padre, han asaltado el campamento —dijo Alimceceg a sus espaldas—, ¿Dónde está la señora anciana de la casa? —preguntó aceleradamente en cuanto recordó a su abuela.

 

—Alimceceg, regresa porque lo más probable es que estemos sufriendo una emboscada.

 

Alimceceg asintió de inmediato y giró para devolverse y no entrar el campamento, pero mientras se empeñaba en realizar su tarea, el caballo en el que iba montada fue derribado por el grupo de enemigos. Ella cayó al suelo dándose un golpe seco en la espalda y casi que de inmediato, dos de los hombres la sujetaron hasta arrastrarla hacia el interior del campamento mientras el Khubilai Ilk batallaba fieramente contra el resto de los atacantes.

 

Los hombres que arrastraban a Alimceceg, detuvieron su acción en la parte trasera del campamento, allí estaban atadas todas las mujeres del campamento y entre ellas las esposas del Khubilai Ilk, la abuela y las hermanas del Alimceceg, un total aproximado de 50 mujeres. Sin embargo, mientras ella contabilizaba a todas las mujeres, se dio cuenta de que faltaba Khojin. Aunque, la madre de la misma estaba allí amarrada también.




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