Prefacio: A mi querida damisela.

A mi querida damisela:

Desde que estoy bajo su cuidado procure en darle mis mejores servicios. Estar pendiente de su salud y educación.

Comencé haciendo mi labor como un sirviente inexperto, yo no era un criado, tampoco un mayordomo. No estaba vinculado a ese tipo de tareas, yo solo era un mediocre poeta que se dedicaba a vender sus versos por una cantidad tan lastimosa de dos chelines.

Cuando le conocí plante en mi cabeza que sería solo un Nano, que mi función en su vida no sería más que la de un sirviente y su amo. Pero cuando leyó mi trabajo, cuando compartió conmigo esa mirada llena de placer y dirigió a mí palabras de gratitud, me hizo feliz. Y desde ahí quería impresionarla más.

Juntos desarrollamos grandes historias que se plasmaban en divertidos juegos. Y sin darnos cuenta nos hicimos unidos.

Fue ese mi error, tomarle un cariño siendo yo un pobre infeliz que no era capaz de ofrecerle nada.

Yo no era un príncipe con ropa elegante, tampoco adquiría la riqueza de su padre. Era un pobre poeta con ropa andrajosa, un comportamiento teatral y un acento sutil.

No tenía oro ni plata para ofrecer, yo no podía darle bellos vestidos que pudiera usar. Ni hermosos broches para colocar en su cabello, pero le daba mi corazón. Le brindaba mi alma y vida ante sus pies, estaba dispuesto a entregarle mis pocos bienes para verla sonreír.

Quisiera estar a su altura, ser digno de poder amarle sin culpas. Pero no es posible, solo estoy destinado a ver su magnífica belleza y no poder amarla con plenitud.

Y aún sigo con fe de poder ser capaz de estar a su lado. Sin importar que no tenga ropas de gala ni diamantes que darle.

Mi bella damisela, ¿puede alguien como yo, un hombre infortunado, tener oportunidad de ser el poseedor de su amor?