La luz eterna del plano celestial de Eternal siempre habia sido brillante, iluminando sus vastos campos dorados y montañas blancas. Los tres grandes pilares de las razas celestiales, los Ángeles, Serafines y Querubines, convivían en una armonía delicada, manteniendo el equilibrio mientras el miasma oscuro de las fuerzas nigrománticas invasoras que amenazaban su existencia y la continuidad de su hogar seguia desatando una guerra santa que habia durado varios cientos de años.
Zakarius, un ángel de alto rango, marchaba al frente de sus tropas. Su armadura brillaba con el fulgor de mil batallas, y su espada resonaba con el eco de victorias pasadas. Durante más de cien años, había peleado contra las fuerzas que trataban de corromper su mundo. Para los suyos, era un símbolo de valentía, disciplina y sacrificio. Sin embargo, en el fondo de su corazón, comenzaba a germinar una semilla de envidia, una sensación que lo corroía lentamente.
Cada vez que regresaba al santuario sagrado, veía a los Querubines. Pequeños, eternamente jóvenes, despreocupados, jugando en los jardines bajo la atenta mirada de los Serafines. Estos seres, a pesar de su naturaleza infantil y caprichosa, eran esenciales en la guerra contra el miasma maligno. Con su pureza, podían deshacer la oscuridad que amenazaba con destruirlo todo. Y sin embargo, vivían sin preocupaciones, protegidos, mientras los Ángeles como Zakarius derramaban sangre y lágrimas en los campos de batalla.
Zakarius nunca hablaba de ello, pero su corazón estaba lleno de resentimiento. Cada victoria le traía menos satisfacción, cada herida que cicatrizaba dejaba un dolor más profundo. ¿Por qué él, que había dado todo por Eternal, no podía disfrutar de la misma vida que esos pequeños seres? ¿Por qué su destino era luchar y morir joven, mientras ellos vivían despreocupados durante siglos?
A medida que pasaban los años, el resentimiento de Zakarius crecía. Empezó a buscar respuestas en lugares que no debía. En los rincones más oscuros de las bibliotecas sagradas, encontró menciones de antiguas artes prohibidas, de energías que podrían otorgar la vida eterna, o al menos, prolongarla más allá de lo permitido.
Fue en esos momentos de soledad que comenzó a estudiar las artes nigrománticas, ocultando su creciente conocimiento de sus compañeros. Lo hacía en secreto, en las profundidades de la Academia Militar Central, donde los nuevos ángeles eran entrenados para la guerra. Zakarius usaba su rango para evitar sospechas, pero su obsesión lo consumía lentamente.
Una noche, bajo la luz de una luna roja, Zakarius tomó una decisión final. Con la ayuda de antiguos tomos, rituales y su propia habilidad mágica, logró transferir una parte de su conciencia a una filacteria, un objeto prohibido que contenía su esencia, su alma. Ocultó esta reliquia en lo más profundo de la academia, sellándola con barreras mágicas para que no fuera descubierta.
Sabía que lo que había hecho era una traición a todo lo que representaba. Pero para Zakarius, aquello era una oportunidad. Si alguna vez caía en batalla, su filacteria lo traería de vuelta.
Los cielos de Eternal se oscurecieron con el avance de una nueva oleada de nigromantes. Los ejércitos celestiales se preparaban para una batalla decisiva, y Zakarius, como siempre, se encontraba al frente. A pesar de sus estudios en las artes oscuras, había mantenido su rol como uno de los líderes del ejército, y sus habilidades en combate eran legendarias.
La batalla fue feroz, y el miasma parecía consumirlo todo. Los Querubines, purificando el aire, se mantenían a salvo, mientras los Serafines disparaban flechas de luz desde las alturas. Pero los Ángeles estaban en el frente, enfrentando directamente las hordas oscuras.
En medio del caos, Zakarius fue gravemente herido. Mientras caía al suelo, su vida comenzó a desvanecerse. Pero en su mente, una única esperanza brillaba: su filacteria. Sabía que, aunque muriera en ese campo de batalla, su conciencia viviría, esperando el momento adecuado para regresar.
Sin embargo, antes de que pudiera ser rescatado, algo inesperado ocurrió. Los Serafines, encargados de la vigilancia del plano, habían descubierto sus oscuros estudios. Cuando Zakarius cayó, en lugar de ser condecorado como un héroe, fue juzgado como un traidor. Los ángeles superiores, que lo respetaban, fueron incapaces de defenderlo. La verdad de su traición había salido a la luz. Zakarius fue ejecutado por sus propios hermanos celestiales, y su nombre fue borrado de la historia de los Ángeles, condenado al olvido.
Pero lo que ellos no sabían era que la filacteria seguía oculta, esperando, alimentándose lentamente de la energía residual del plano, hasta que, cientos de años después, la conciencia de Zakarius comenzaría a despertar una vez más…
La oscuridad era lo único que Zakarius podía percibir. Flotaba en el vacío, sin forma, sin tiempo, sin sentido de sí mismo. Su mente estaba fragmentada, atrapada en un ciclo interminable de olvido. Pero algo comenzaba a cambiar. Una chispa de conciencia rompía esa negrura, trayendo consigo un dolor indescriptible.
Despertó, aunque la palabra "despertar" no parecía correcta. No había cuerpo al que aferrarse, no había nada tangible. Solo estaba... allí. Un ser de pura energía, atrapado en un espacio reducido, confinado por límites invisibles.
"¿Quién soy...?" La pregunta resonaba en su mente, pero no había respuesta. Era como si algo importante estuviera enterrado profundamente en su ser, inalcanzable.
Con el paso del tiempo —si es que el tiempo existía en ese lugar—, fragmentos de memoria empezaron a regresar, pero estaban rotos, incompletos. Recordaba luchas, una guerra... ¿había sido un guerrero? ¿Había caído en combate? No lo sabía. Su identidad, su propósito, todo estaba cubierto por una espesa niebla.
Pero en medio de esa confusión, una verdad se filtró: estaba atrapado. Encerrado en algo. Y, de alguna manera, él mismo había provocado esto.
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Editado: 29.10.2024