Después de la visita de los emisarios, Zakarius supo que debía actuar rápido. No podía permitir que nadie más notara los cambios en su comportamiento, especialmente aquellos que lo conocían de cerca. Necesitaba afianzar su control sobre las mentes de sus seguidores y aprovechar su posición como intermediario para avanzar en su plan de rebelión.
"Si juego bien mis cartas," pensó Zakarius, "no solo tendré el control sobre la academia, sino también sobre los recursos de las Repúblicas. Con su tecnología y mi poder, podré desatar un caos que ni los celestiales podrían prever."
Pero primero, debía seguir infiltrándose en las mentes más avanzadas. No podía limitarse a los reclutas. Debía llegar a los líderes, a aquellos con el poder de cambiar el curso de la guerra.
Así, cada noche, mientras Elior dormía, Zakarius proyectaba su conciencia más lejos, buscando a sus próximos objetivos. Sabía que el tiempo apremiaba, pero si jugaba con paciencia y precisión, podría desencadenar una rebelión desde las sombras que arrasaría con todo a su paso.
El amanecer traía consigo un ambiente inquietante, como si el cielo mismo presintiera lo que estaba por venir. Zakarius, aún envuelto en sus intrigas y manipulaciones, no había imaginado que la calma sería destruida tan pronto. La academia, normalmente un bastión de seguridad, fue asaltada en plena noche por un ejército de nigromantes que apareció como una sombra gigantesca en el horizonte.
El caos estalló de inmediato. Alarmas resonaban por todo el recinto, los ángeles y serafines tomaban sus posiciones defensivas, y los querubines eran escoltados apresuradamente a zonas de protección. La barrera mágica de la academia, diseñada para proteger a sus estudiantes y guerreros, se rompió en cuestión de minutos bajo el asalto oscuro. Los soldados celestiales, tomados por sorpresa, apenas lograron organizar una defensa antes de que las hordas nigrománticas invadieran los pasillos.
Zakarius, en el cuerpo de Elior, observaba desde una torre alta. La realidad de la situación le golpeó como un balde de agua fría. El frente de batalla estaba mucho más comprometido de lo que había anticipado. Los ejércitos celestiales estaban perdiendo terreno rápidamente, y la academia, una fortaleza supuestamente impenetrable, había caído en una noche.
Por un breve instante, Zakarius pensó en revelarse. Quizás los nigromantes, si descubrieran quién era realmente, lo recibirían con los brazos abiertos. Después de todo, él había usado su poder oscuro para escapar de la muerte y había planeado su venganza desde dentro de las filas celestiales. Sin embargo, mientras se acercaba a las fuerzas invasoras, algo sucedió.
—¡Un querubín! —gritó uno de los guerreros oscuros, señalándolo—. ¡Acabad con él!
Los soldados nigrománticos lo atacaron sin piedad, sin siquiera darle la oportunidad de hablar. Zakarius, en el cuerpo de Elior, se vio forzado a retroceder. Para ellos, él era solo otro querubín, un símbolo de la pureza celestial que debía ser destruido.
"Malditos sean todos," pensó con rabia mientras esquivaba las acometidas. "Si no puedo unirme ni a los nigromantes ni a los celestiales, entonces me valdré de mi propio poder."
Zakarius sabía que su ejército, los jóvenes celestiales cuyas mentes había corrompido, esperaban su señal. Si había un momento para desatar su rebelión, era este. Aprovechando el caos de la batalla, proyectó su consciencia en cada uno de sus sirvientes, despertando el control que había implantado en ellos durante tanto tiempo.
—¡Levántense! —les ordenó en sus sueños—. Luchen por mí. Luchen hasta la muerte.
Los jóvenes celestiales, ya perturbados por la invasión, sintieron el llamado de Zakarius en sus mentes. Algo oscuro los consumió, un fuego negro que los hizo traicionar a sus propios compañeros. En medio de la confusión de la batalla, comenzaron a atacar a sus camaradas celestiales. Algunos lucharon con furia, mientras otros se entregaron al frenesí, destruyendo todo a su paso.
El caos que ya había estallado en la academia se intensificó. Nadie podía entender por qué algunos de los reclutas más jóvenes se volvían contra sus propios compañeros. La academia, que ya estaba siendo destruida por el ejército nigromante, ahora se desmoronaba desde dentro.
Zakarius, aprovechando el momento, decidió que ya no podía permanecer allí. Había usado a sus seguidores lo suficiente; ahora era el momento de escapar.
Sabía que los emisarios de su "padre", los querubines Adriel y Thesan, aún estaban en la academia. Y aunque habían sido enviados para supervisarlo, también eran su mejor oportunidad para salir con vida de esa situación. Zakarius corrió por los pasillos destrozados de la academia, evitando tanto a las fuerzas celestiales como a los invasores nigromantes, hasta que llegó a la zona donde los querubines estaban refugiados.
Al encontrar a Adriel y Thesan, quienes estaban organizando la evacuación de los querubines, Zakarius adoptó una expresión de pánico, fingiendo ser el joven Elior en plena crisis.
—¡Adriel! —gritó, simulando desesperación—. ¡Debemos irnos ahora! La academia está perdida.
Adriel y Thesan lo miraron sorprendidos, pero su preocupación por Elior era mayor que sus dudas.
—Elior, estamos esperando instrucciones del comando celestial —dijo Thesan, aunque había incertidumbre en su voz—. No podemos abandonar la academia sin una orden directa.
Zakarius, en el cuerpo de Elior, no podía permitir retrasos. Sabía que el tiempo se agotaba y que debía salir antes de que la situación empeorara. Entonces, recurrió a su amenaza más poderosa.
—¿Instrucciones? —dijo, endureciendo su tono—. ¿Sabes quién es mi padre? ¡Si no me sacas de aquí ahora mismo, Auron se asegurará de que ninguno de ustedes vuelva a pisar las Repúblicas!
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Editado: 18.11.2024