Las Repúblicas continuaban venerando a Elior como un héroe, un ejemplo de lo que se podía lograr incluso con las limitaciones de un querubín. Zakarius, aunque disfrutaba de su posición, sabía que su situación no era tan estable como parecía. Con Auron cada vez más preocupado por el cambio en su hijo, y con los altos mandos militares sospechando de su verdadera identidad, el futuro de Zakarius pendía de un hilo.
Mientras tanto, la guerra contra los nigromantes continuaba, y las Repúblicas comenzaban a depender más y más de los colosos tecnomágicos que Elior, o más bien Zakarius, había ayudado a diseñar. El campo de batalla lo llamaba de nuevo, pero ahora sabía que regresar significaba arriesgarlo todo, incluso su fachada como Elior.
Auron, por su parte, debía aceptar una realidad dolorosa: su hijo no era el mismo, y tal vez nunca volvería a serlo.
En la penumbra del estudio personal de Auron, las sombras de la noche caían suavemente sobre los muros adornados con intrincados diseños. La luz de las lámparas mágicas titilaba, proyectando un ambiente íntimo y cargado de emociones. Zakarius, aún bajo la apariencia de Elior, estaba sentado frente a su padre, con una expresión seria y resuelta en su rostro. La conversación que estaba a punto de iniciar sería una de las más difíciles que jamás habían tenido.
Auron, con los ojos llenos de una mezcla de preocupación y cansancio, observaba a su hijo en silencio. La presión que sentía en su pecho era abrumadora; había visto a su hijo transformarse en algo que nunca quiso, y aunque intentaba comprenderlo, una parte de él no podía aceptar esa realidad.
Zakarius fue el primero en romper el silencio.
—Padre, —comenzó en un tono más suave del que normalmente utilizaba—. Sé que te preocupa lo que he hecho, y entiendo que no es fácil aceptar en qué me he convertido, pero necesito que me escuches. Necesito que comprendas por qué tomé las decisiones que tomé.
Auron suspiró profundamente y asintió. —Siempre te he escuchado, hijo, pero... lo que has hecho... no es lo que esperaba de ti. No quiero perderte. Ya he perdido demasiado.
Zakarius asintió, sus ojos reflejando una complejidad de emociones que incluso él mismo no lograba desentrañar. Sabía que la historia que estaba a punto de contar debía estar lo más cerca posible de la verdad, pero también lo suficientemente manipulada para que su padre pudiera aceptarla.
—Todo empezó en la academia, —dijo, dejando que su voz se llenara de nostalgia y dolor—. Cuando los nigromantes atacaron, no estaba preparado para lo que vi. El terror, el caos... Me paralicé. Los vi asesinar a muchos de mis compañeros, y no pude hacer nada. Solo pude... huir.
La voz de Zakarius temblaba, y no todo era actuación. El recuerdo de su pasado como ángel y su caída le hacía eco en su mente, mezclándose con los fragmentos de las memorias de Elior. Había una verdad en su confesión, pero era una verdad envuelta en manipulación.
—Corrí con lágrimas en los ojos, con el corazón lleno de horror y vergüenza. —Continuó, y Auron, que había estado escuchando en silencio, comenzó a ver una sombra de dolor en los ojos de su hijo—. Me escondí como un cobarde mientras otros caían, y esa culpa me ha perseguido desde entonces. Pero, padre... algo cambió en mí ese día.
Auron se inclinó hacia adelante, con la mirada completamente fija en su hijo.
—Después de aquello, volví con un trauma, —admitió Zakarius, bajando la voz—. No dormía bien, tenía pesadillas, y no podía olvidar las caras de los que murieron. Pero en lugar de dejar que eso me destruyera, decidí que nunca más volvería a ser el niño asustado que corrió. Juré que encontraría el valor para enfrentar esos miedos, y lo hice. Me convertí en lo que soy ahora, no solo por mí, sino por las Repúblicas, por la gente que confía en nosotros.
Auron sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas al escuchar las palabras de su hijo. Elior había pasado por mucho más de lo que jamás imaginó, y mientras escuchaba cada palabra, su corazón se rompía por no haber estado allí para protegerlo, para ayudarlo en sus momentos de mayor necesidad.
—Hijo... —Auron no pudo contener las lágrimas que finalmente empezaron a deslizarse por su rostro—. Nunca quise que pasaras por todo eso. Nunca debiste haber sido parte de esa guerra. Te envié a la academia pensando que estarías a salvo, que aprenderías, no que te enfrentarías a los horrores de los nigromantes... Perdóname. Por favor, perdóname por no haber estado allí para ti.
Zakarius sintió una punzada en el pecho. Durante un momento, la pequeña chispa de Elior que aún quedaba dentro de él reaccionó ante el dolor genuino de su padre, recordándole que, aunque su misión había sido destruir a los celestiales desde dentro, había algo en la relación entre padre e hijo que no podía ignorar del todo. Por un instante, Zakarius sintió la necesidad de consolar a su padre.
—No tienes que pedirme perdón, —dijo, suavizando su tono—. Hiciste lo que creíste que era mejor para mí. Y ahora, gracias a ti, he encontrado el valor que antes no tenía.
Auron levantó la vista, buscando en los ojos de su hijo algo de la dulzura que había conocido en él antes. Pero lo que vio fue algo completamente diferente. Elior había crecido, y aunque seguía siendo su hijo, ahora era también alguien que había sido moldeado por la guerra y las circunstancias más allá de su control.
—Padre, —dijo Zakarius con determinación—, sé que aún me ves como un niño, y quizás para los estándares de los querubines lo sea. Pero mentalmente, he cambiado. He crecido. Ahora soy más fuerte, más sabio, y estoy listo para ser la figura que las Repúblicas necesitan. Ya no quiero ser solo otro prodigio tecnomágico. Quiero estar en el campo de batalla, quiero liderar. Las Repúblicas me necesitan ahí.
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Editado: 18.11.2024