El invictus, el imponente coloso de Elior, se detenía por primera vez en semanas, sus mecanismos rechinando al desacelerar mientras se asentaba junto a un tranquilo lago rodeado de altos árboles. Elior, que había pasado tanto tiempo recluido en su cabina, observó el paisaje desde la ventana. La calma del lugar lo envolvió, y por primera vez en lo que parecían eones, sintió que podría bajar la guardia.
Mientras Elior se preparaba para salir del invictus, detrás de él, a una distancia prudente, el convoy de Helios se detuvo. Habían seguido a Elior durante días, sin intervención, conscientes de que cualquier intento de apresurarlo podía terminar mal. Helios sabía que su única opción era ser paciente. Sin embargo, su frustración crecía con cada día que pasaba sin una respuesta directa de Elior.
Los ángeles y serafines que componían el convoy rápidamente comenzaron a establecer un campamento cerca del lago, levantando carpas y encendiendo fogatas. Sabían que Elior no tardaría en salir, y aunque estaban allí para traerlo de regreso, también entendían que no podían forzarlo. En su lugar, decidieron preparar un banquete, esperando que la comida pudiera ser un puente para acercarse al héroe imparable.
Elior salió del invictus finalmente, sus pies tocando la suave hierba junto al lago. Observó el agua cristalina, su reflejo ondulando suavemente en la superficie. Había pasado tanto tiempo dentro de su coloso que casi había olvidado cómo se sentía respirar aire fresco. Se acercó al agua, quitándose su armadura liviana. Por primera vez en mucho tiempo, el joven héroe decidió dejar a un lado sus preocupaciones y se sumergió en el lago. El agua estaba fría, pero revitalizante, y por unos instantes, Elior pudo desconectar de todo lo que había sucedido: la guerra, las pérdidas, las expectativas.
Mientras Elior disfrutaba del lago, los miembros del convoy observaban con cautela desde la distancia. Sabían que este era un momento raro, un momento en el que podían acercarse a él sin riesgo de rechazo inmediato. Mientras el banquete se preparaba, los aromas de la comida comenzaron a llenar el aire, y los ángeles se movían con reverencia, sabiendo que estarían sirviendo a una leyenda viviente.
Cuando Elior salió del agua y se vistió, el hambre comenzó a despertarse en su estómago. Miró hacia el campamento del convoy, donde los ángeles lo observaban con ojos expectantes. Sabía que habían preparado el banquete para él, y aunque al principio había considerado seguir ignorándolos, el aroma de la comida lo convenció de acercarse.
El banquete fue una mezcla de silencios incómodos y miradas reverenciales. Los ángeles y serafines apenas podían creer que estaban compartiendo una comida con el héroe que había salvado a las Repúblicas. Elior, sin embargo, estaba absorto en la comida, ignorando las palabras aduladoras que volaban a su alrededor. Sentía que, de alguna manera, estas interacciones no tenían ningún significado real para él.
Al final del banquete, Helios, que había estado observando en silencio, decidió que era el momento de confrontar a Elior. Se levantó de su asiento y se acercó a él, su rostro serio y resuelto.
—Elior —dijo Helios, tratando de contener su frustración—, has sido una leyenda desde que eras un niño. Pero no puedes seguir huyendo de todo lo que has hecho. Tarde o temprano tendrás que enfrentarte a ti mismo. Te desafío a un duelo caballeroso. Tú y yo, en nuestros colosos.
Elior levantó la mirada de su plato, sus ojos fríos y sin emoción.
—No tengo nada que demostrarte, Helios —respondió Elior sin interés—. El tiempo de los duelos ha pasado. He hecho mi parte, he salvado al mundo. ¿Qué más esperas de mí?
Helios frunció el ceño. Sabía que Elior tenía razón, pero aún así, no podía evitar sentirse irritado por la indiferencia del joven héroe. Había esperado un enfrentamiento, una oportunidad para medirse con él, para demostrar que él también tenía un lugar en la historia.
—Esto no se trata de demostrar nada —insistió Helios—. Se trata de honrar lo que eres y lo que has logrado. No puedes simplemente ignorar todo lo que hemos pasado.
Elior lo miró por un largo momento antes de apartar la vista.
—Ya no me importa eso —dijo Elior finalmente—. He dejado atrás la guerra, Helios. Si quieres seguir peleando, hazlo por ti mismo.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de la tensión entre los dos pilotos. Helios, incapaz de comprender por completo el cambio en Elior, se quedó allí, mirando cómo el joven héroe se levantaba y caminaba de regreso al invictus. Sin más palabras, Elior volvió a encerrarse en su coloso, dejando a Helios y a los demás en el campamento con un sentido de incomodidad y desorientación.
El convoy, que había esperado poder traer a Elior de vuelta, ahora no sabía qué hacer. Habían venido con una misión, pero se dieron cuenta de que quizás el héroe que habían conocido ya no existía.
El silencio en el campamento era palpable después del tenso intercambio entre Elior y Helios. Los ángeles y serafines observaban con una mezcla de incomodidad y reverencia cómo el joven héroe se encerraba de nuevo en el invictus, mientras Helios permanecía inmóvil, incapaz de aceptar la indiferencia de Elior. La frustración en el rostro de Helios era evidente; su mente bullía con la sensación de injusticia, de haber sido desairado por aquel que una vez había considerado un ídolo.
Helios, cegado por su orgullo y sus deseos de probarse a sí mismo, no pudo contener más su impulso. Sin pensarlo dos veces, subió a su propio coloso, un poderoso modelo llamado "Solstis", diseñado para la velocidad y la agilidad en combate. En su mente, la confrontación con Elior se había convertido en algo inevitable.
Los demás miembros del convoy observaban con preocupación cómo Helios arrancaba el Solstis, su silueta metálica encendiéndose bajo el crepúsculo. Sabían que lo que estaba a punto de hacer era un acto de insubordinación, pero ninguno de ellos se atrevía a detenerlo. Quizás, pensaban, Helios necesitaba esta pelea tanto como Elior necesitaba seguir su camino.
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Editado: 29.10.2024