La perdición de Zakarius

10 Travesía del Autodescubrimiento

En las Repúblicas, los medios seguían colmando a Elior de elogios. Era el niño prodigio que había salvado al mundo celestial de una guerra interminable. Se le presentaban como el futuro, el héroe que forjaría una nueva era de gloria para su nación. Sin embargo, solo Auron y unos pocos sabían la verdad: que el precio de esa victoria había sido mucho más alto de lo que cualquiera estaba dispuesto a admitir.

Mientras el eco de los vítores resonaba en las calles, Auron permanecía en silencio, su corazón quebrado por la transformación de su hijo y la certeza de que la gloria de Elior había costado demasiado.

Elior ya no encontraba ninguna utilidad en las visitas a su padre. Auron, antes una figura central en su vida, ahora parecía un ancla que lo retenía en el pasado. Cada intento de su padre por acercarse, por entender los cambios en su hijo, era recibido con frialdad e indiferencia. El niño prodigio que había salvado a las Repúblicas, ahora un héroe legendario, ya no tenía lugar en su vida para las preocupaciones de un padre sobreprotector.

Con el paso del tiempo, las visitas se volvieron inexistentes. Elior ya no se molestaba siquiera en responder a los mensajes de su padre, ocupando su mente y su tiempo en la planificación de su expansión junto a Kael. El oligarca militar, aunque aún admiraba a Auron, había comenzado a aceptar que el vínculo entre padre e hijo estaba roto. Intentó durante meses mediar entre ellos, buscando restablecer algún tipo de entendimiento. Sin embargo, cada intento fracasó, y Elior dejó claro que su camino era uno de grandeza, no de reconciliación.

Kael, al final, se rindió. El tiempo y los esfuerzos que había invertido en unir a padre e hijo resultaron ser una distracción de los verdaderos planes. Si las Repúblicas iban a prosperar y convertirse en la potencia celestial que merecían ser, Elior debía mantenerse enfocado. Kael, siempre con un ojo en la política y otro en la estrategia militar, empezó a alinear sus objetivos con los de Elior. Había otra nación en la mira, una que había permanecido neutral durante la guerra nigromántica. Su falta de participación, mientras los demás luchaban y morían, les había ganado el desprecio de sus vecinos.

Esa nación, conocida por su fortaleza comercial y su habilidad diplomática para mantenerse al margen de los conflictos, ahora parecía vulnerable. No solo se habían mantenido alejados de la guerra santa, sino que se beneficiaron de la devastación de las naciones vecinas. Elior, enfocado en su propia visión expansionista, veía en ellos el próximo objetivo perfecto. No solo por sus riquezas, sino por su falta de aliados que los defendieran.

Kael y Elior se reunieron en varias ocasiones, trazando cuidadosamente el plan para justificar la invasión ante la opinión pública. Sabían que las Repúblicas aún mantenían una imagen de justicia y honor, y cualquier expansión debía ser vista como una acción necesaria para la estabilidad y el crecimiento de la región. El resentimiento hacia esa nación mercantil, que había observado la guerra desde la distancia, era palpable en muchas otras partes del mundo celestial.

La narrativa estaba clara: esta nación no contribuyó en la guerra y ahora se beneficiaba de la paz. Era el momento de hacerles pagar por su egoísmo.

Mientras tanto, Elior, cada vez más confiado en sus habilidades, veía esta próxima conquista como un paso hacia el dominio absoluto. La presión política aumentaba, y aunque algunos dentro de las Repúblicas se resistían a la idea de una expansión militar, Elior y Kael sabían que la maquinaria ya estaba en marcha.

Los planes estaban trazados, las alianzas dentro de las Repúblicas reforzadas, y Elior, ahora completamente separado emocionalmente de su pasado, se preparaba para desatar la siguiente fase de su ambición.

El plan de Elior y Kael para justificar la guerra contra el Imperio Comercial Celestial se basaba en una narrativa cuidadosamente construida. Necesitaban un casus belli —una razón aceptable para movilizar a las Repúblicas y justificar la invasión a los ojos del mundo celestial.

El Imperio Comercial Celestial había prosperado mientras otras naciones derramaban sangre en la guerra contra los nigromantes. Mientras las Repúblicas y la Sacrosanta Iglesia Celestial luchaban por la supervivencia de todos, el Imperio Comercial, con su vasta red de comercio y diplomacia, había observado desde la distancia, manteniéndose próspero e intacto. Esa postura neutral, una vez respetada, ahora era vista con recelo y desprecio. La idea de que el Imperio había "traicionado" al resto del mundo celestial al no contribuir en la guerra empezaba a calar profundamente en la opinión pública.

Kael aprovechó esta creciente animosidad, sembrando la idea de que el Imperio Comercial no solo había evadido su responsabilidad, sino que había sacado provecho del sufrimiento ajeno. Sus redes comerciales se extendieron más profundamente durante los años de la guerra, abasteciendo a ambos lados del conflicto y acumulando riquezas mientras otros combatían. Era fácil posicionarlos como un enemigo común, alguien que había aprovechado la situación y que, en consecuencia, merecía un castigo.

La campaña mediática se desató: “El Imperio Comercial, el verdadero traidor del mundo celestial”, rezaban los titulares. Los ciudadanos de las Repúblicas, que antes miraban con orgullo el triunfo sobre los nigromantes, comenzaron a ver en el Imperio Comercial un símbolo de todo lo que estaba mal con el mundo celestial. ¿Por qué aquellos que no habían luchado debían disfrutar de las mismas recompensas de la paz?

Elior, con su creciente fama y prestigio, fue la figura perfecta para encabezar esta causa. En discursos cuidadosamente escritos, habló del sacrificio de sus compañeros y de las injusticias de una paz que no había sido ganada por todos. La idea de que aquellos que habían evitado la guerra ahora debían pagar por su indiferencia resonaba con fuerza en las masas. Se presentó como un acto de justicia celestial: el Imperio debía ser responsabilizado, y las Repúblicas, como salvadoras del mundo, tenían el deber de liderar esta rectificación.




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