La perdición de Zakarius

18 El Oscuro Secreto del Plano Helado

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El viento azotaba con más fuerza mientras Elior y su equipo avanzaban hacia la estructura perdida en el hielo, y Zakarius, en su interior, sabía que lo que encontraría allí podría ser la clave para consolidar su poder... o desatar algo aún más peligroso.

Elior y su guardia avanzaban lentamente hacia las torres semienterradas en el vasto desierto helado, sus colosos apenas visibles entre la densa niebla que cubría el horizonte. El frío se intensificaba con cada paso, y el ambiente comenzaba a sentirse aún más extraño, como si algo los estuviera observando desde las sombras invisibles de la neblina.

De repente, uno de los guardias interrumpió el silencio por el comunicador:

—¡Mi radar está detectando movimiento!

Elior observó a través del visor del Invictus, ajustando los sistemas para escanear los alrededores. De pronto, comenzaron a aparecer figuras translúcidas a la distancia, como si fueran parte del mismo hielo que cubría el suelo. Al principio, eran apenas discernibles, formas blancas y etéreas que se movían sigilosamente alrededor de ellos, pero poco a poco esas figuras comenzaron a tomar forma más clara.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó otro de los guardias, la sorpresa en su voz era evidente.

Elementales de hielo, cientos, quizás miles de ellos, emergían del suelo, materializándose como si fueran invocados por la misma tormenta que envolvía la región. Su apariencia era fantasmal, casi imperceptible a primera vista, pero a medida que avanzaban, sus cuerpos cristalinos comenzaban a brillar con una luz fría y peligrosa. Se acercaban cada vez más, rodeando a los colosos en un movimiento fluido, casi coreográfico, como una danza de seres de otro mundo.

—¡Están atacando! —gritó un guardia mientras un elemental lanzaba cristales de hielo afilados hacia su coloso.

El impacto resonó en la armadura metálica del coloso, pero no tuvo ningún efecto real. Los cristales de hielo rebotaron sin siquiera causar una abolladura. Los demás elementales continuaron su ataque, lanzando ráfagas de hielo, pero los colosos eran demasiado resistentes para ser dañados por estas criaturas elementales.

Dentro del Invictus, Elior, o más bien Zakarius, se mantuvo en calma, observando la escena con un toque de desprecio. No era la primera vez que enfrentaba amenazas como esta, y sabía que los elementales no eran rivales para la potencia de sus máquinas de guerra. Podría aplastarlos fácilmente, si lo deseaba.

—Esto es aburrido... —pensó para sí mismo, mientras observaba cómo los ataques de los elementales eran inútiles.

Sin embargo, tras días de caminar en el silencio absoluto del desierto helado, Zakarius comenzó a sentir una punzada de impaciencia. Algo dentro de él anhelaba acción, algo que rompiera la monotonía de su misión. Su parte más oscura, la que había permanecido en letargo durante tanto tiempo, comenzaba a despertar.

—Podríamos simplemente ignorarlos y continuar hacia las torres —dijo uno de los guardias, esperando la decisión de Elior.

Elior, o más bien Zakarius, dejó escapar una sonrisa maliciosa. No iba a dejar pasar la oportunidad de divertirse un poco. Tal vez, si aplastaba a estos pequeños insectos de hielo, podría provocar la aparición de un enemigo más digno, algo que realmente valiera la pena.

—No, no vamos a ignorarlos —dijo Elior, su tono frío y decidido—. Quiero ver qué pueden hacer. Aplasten a esos inútiles elementales... tal vez, si provocamos suficiente caos, algo más interesante salga a la luz.

Sus guardias no se sorprendieron ante la orden. Conocían el temperamento de su comandante, sabían que, en ocasiones, Elior buscaba la batalla más por placer que por necesidad. Sin dudarlo, los colosos comenzaron a avanzar, sus movimientos pesados pero firmes, mientras se acercaban a las hordas de elementales.

Zakarius, a bordo del Invictus, observaba cómo las criaturas de hielo intentaban desesperadamente detenerlos, lanzando más ráfagas de cristales, pero sin éxito. El primer coloso que llegó a las líneas de los elementales levantó su puño masivo y lo dejó caer sobre ellos, aplastando a varias de las criaturas en un solo golpe. El hielo crujió y se rompió bajo la inmensa presión, y las figuras traslúcidas se desintegraron en pedazos.

El resto de los colosos siguió el ejemplo, aplastando y destrozando a los elementales con una brutalidad implacable. Era una masacre unilateral. Los elementales no tenían ninguna oportunidad contra el poder de las máquinas de guerra. A medida que los colosos avanzaban, el hielo crujía bajo sus pies, y las criaturas desaparecían una tras otra, sin poder defenderse.

—Esto es demasiado fácil... —pensó Zakarius, aunque una parte de él disfrutaba del espectáculo—. Pero seguro que esto no es todo lo que este lugar tiene para ofrecer.

Y entonces, justo cuando las últimas filas de los elementales estaban siendo destruidas, algo cambió. El suelo comenzó a temblar bajo los colosos, y la temperatura, que ya era gélida, descendió aún más. El aire a su alrededor se volvió denso, cargado de una energía fría y opresiva. Una sombra se proyectó sobre el campo de batalla, y una figura mucho más grande emergió de entre los icebergs.

De las profundidades del hielo, un gigantesco elemental, mucho más grande que los anteriores, surgió con una fuerza descomunal. Su cuerpo cristalino brillaba con una luz cegadora, y en sus ojos había una furia antigua, casi primitiva. Esta criatura no era un simple elemental. Era un coloso de hielo, una entidad elemental que parecía haber sido despertada por el caos que Zakarius había provocado.




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