Zakarius, dentro del cuerpo de Elior, permanecía en silencio mientras absorbía el misterioso poder de las ruinas. Sentía cómo la energía fluyó a través de su ser, llevándolo más allá del presente, más allá del frío y del hielo. En su mente, se desplegaba una visión clara de lo que alguna vez fue este lugar.
Ante sus ojos, la vasta extensión helada dio paso a una civilización brillante, insular, cuyas costas cálidas y tropicales estaban salpicadas de ciudades bulliciosas. Los barcos navegaban por los mares, transportando riquezas exóticas de tierras lejanas. Aunque desde la perspectiva de Zakarius y su dominio sobre la tecnomagia, esta civilización parecía primitiva, no podía negar la sofisticación de su organización. Gobernados por un consejo republicano, los habitantes de este mundo vivían en una sociedad estructurada, donde el comercio y el conocimiento prosperaban. Había orden, había prosperidad.
Pero todo aquello terminó de forma abrupta. En su visión, Zakarius pudo ver cómo una semilla de nigromancia, sembrada por el sacrificio de un liche ancestral, penetró en los cimientos de aquella sociedad. El calor tropical dio paso a un frío implacable. Los días se volvieron oscuros, los mares se congelaron, y el mundo fue cubierto por un manto de hielo eterno. La civilización cayó en un silencio mortal, sus habitantes perecieron, y solo los espectros de lo que alguna vez fueron quedaron para vagar sin rumbo, prisioneros de su propio pasado.
La frialdad de esa historia no lo afectaba. De hecho, mientras observaba el colapso de esta sociedad, Zakarius sintió que sus propios objetivos estaban cada vez más claros. Había obtenido un conocimiento valioso, un poder antiguo y oscuro que lo acercaba más a su meta: la vida eterna. Si esta civilización había sido aniquilada por la misma fuente de poder que él anhelaba, no importaba. Estaba dispuesto a pagar cualquier precio, a hacer cualquier sacrificio, si eso significaba alcanzar sus objetivos.
"Si debo usar métodos despreciables para conseguir lo que quiero, lo haré sin dudarlo", pensó Zakarius, sintiendo la oscuridad envolverlo.
Los espíritus de los muertos seguían susurrando en el aire frío, pero ya no le importaban. Para él, no eran más que vestigios de una civilización condenada. Zakarius estaba por encima de ellos, sobreponiéndose a sus lamentos y a su historia trágica. Solo veía el poder, y estaba decidido a aprovecharlo.
Al desvanecerse la visión, Elior —o más bien Zakarius— se incorporó, volviendo su atención a su guardia personal. Los serafines aún excavaban, los ángeles mantenían el perímetro, y todos parecían ajenos a la revelación que su líder acababa de experimentar. Zakarius ocultaba su satisfacción, pero en el fondo sabía que había dado un paso más hacia su objetivo.
Mientras las ruinas permanecían semienterradas en el hielo, Zakarius sentía que pronto algo cambiaría en el rumbo de su misión. Los secretos que había desbloqueado, sumados a la energía que ahora fluía por su cuerpo, lo impulsaban hacia adelante. Su ambición por la inmortalidad ya no era solo un sueño lejano, sino una posibilidad tangible.
Con una orden firme, Elior indicó a su guardia que era hora de seguir adelante. Había más secretos por desenterrar, y Zakarius no pensaba detenerse hasta alcanzar lo que tanto anhelaba.
Zakarius, oculto tras la imponente figura de Elior, sostenía la filacteria con cuidado, sintiendo el poder latente de otro liche profundamente dormido. Sabía que lo que había encontrado era mucho más que un simple artefacto; era una llave, una fuente de poder antiguo que había permanecido en letargo por siglos. Tras evaluar el entorno y la situación, dio la orden de retirada a su guardia, justificando el movimiento con explicaciones plausibles y estratégicas. "Es hora de reagruparse y descansar antes de continuar la exploración", dijo, su tono tan firme como siempre.
Sin embargo, en su mente, Zakarius ya planeaba el siguiente paso. No era necesario eliminar a sus leales guerreros; aún le servían. Aunque podrían comenzar a sospechar, especialmente los serafines, manipular sus mentes era una solución mucho más efectiva. Distorsionaría la realidad a su favor, sembrando confusión y asegurándose de que ninguno de ellos pudiera recordar lo que realmente estaba sucediendo. Si bien podría matarlos para silenciarlos, lo consideraba un desperdicio innecesario, y no deseaba levantar sospechas que pudieran aumentar su ya creciente fama. No. Era mucho más útil conservarlos, al menos por ahora.
Mientras se dirigían hacia un área más segura para establecer el campamento, un extraño sonido comenzó a resonar en el aire gélido. El crujido del hielo, que hasta ahora había sido una constante tranquilizadora en este vasto mundo helado, comenzó a cambiar. No era solo el hielo que se rompía; era el hielo descongelándose, cediendo ante una fuerza que lo superaba. Chorros de agua brotaban desde grietas en el suelo, formando pequeños riachuelos que rápidamente se expandían. El hielo, que había cubierto este mundo por tanto tiempo, empezó a derretirse a una velocidad asombrosa.
Los colosos de Elior y su guardia observaban el fenómeno con asombro. Los sensores de sus máquinas alertaban sobre los cambios repentinos de temperatura y humedad, mientras la tundra se transformaba ante sus ojos. Las imponentes capas de hielo que habían cubierto el terreno comenzaron a desvanecerse, revelando lo que había permanecido oculto durante siglos. Bajo sus pies, el suelo pedregoso y desnudo emergía, y lo que más sorprendió a todos fue la ciudad que lentamente se revelaba.
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Editado: 18.11.2024