Los ecos de la reciente batalla aún resonaban en los pasillos de la fortaleza. Las paredes devastadas y las hileras de colosos dañados eran testigos mudos de la brutalidad que había caído sobre los celestiales. Los días posteriores a la incursión de los elfos habían estado llenos de reparaciones, curaciones y la celebración de la victoria. Helios, quien había liderado con valentía y destreza, se encontraba ahora en el centro de las miradas. Se había convertido en el héroe que las Repúblicas necesitaban en ese momento.
Kael, el general de las fuerzas celestiales, había felicitado a Helios personalmente. “Lo lograste, muchacho,” le había dicho. “No fue fácil, pero has demostrado que podemos contar contigo.” Las palabras de Kael le habían llenado de orgullo, especialmente viniendo de un líder tan formidable.
Sin embargo, no todos estaban complacidos. A medida que la noticia de la batalla se propagaba, muchos celestiales empezaron a murmurar. Si Elior hubiera estado presente, si el Imparable hubiera comandado las fuerzas, tal vez las pérdidas habrían sido menores. La ausencia de Elior pesaba sobre los corazones de muchos, y algunos comenzaron a cuestionar si realmente podrían depender de Helios a largo plazo. A pesar de la victoria, se había sembrado una sombra de duda.
Elior, el héroe invencible de las Repúblicas Oligarcas, había estado explorando nuevos portales, ausente en uno de los momentos más cruciales. Y ahora, su regreso era inminente.
Cuando finalmente Elior y su guardia llegaron a la fortaleza, Helios se preparó para lo que esperaba sería una reunión gloriosa. Había dado todo en la batalla, había demostrado ser un líder capaz, y sentía que había cumplido con las expectativas de su ídolo. Al recibir a Elior en las puertas de la fortaleza, Helios mantenía la frente en alto, su orgullo intacto tras días de alabanzas.
Pero nada lo había preparado para lo que sucedió a continuación.
Elior descendió de su aeronave, con la misma mirada fiera y decidida que lo había hecho legendario. Sin embargo, en cuanto sus ojos se encontraron con Helios, no hubo ni rastro de admiración o reconocimiento. En su lugar, había frialdad. Helios sintió un nudo en el estómago, pero mantuvo su postura, esperando el elogio que creía merecer.
“¿Es esto lo que llaman una victoria?” dijo Elior, con un tono despectivo, observando la devastada fortaleza. Helios, sorprendido por la indiferencia, trató de justificar sus acciones.
“Hicimos todo lo que pudimos, aplastamos a los elfos y defendimos la fortaleza, con el poder que tú diseñaste, Su Excelencia. Hemos seguido tus pasos, tu legado.”
Elior lo interrumpió con un gesto de la mano. “Aplastaste a una civilización primitiva. Nada más. Usaste las armas que yo diseñé, el poder que yo creé. No hiciste nada más que seguir mis órdenes.” Las palabras cayeron como un látigo sobre Helios.
Helios sintió una mezcla de frustración y vergüenza. Sabía que Elior tenía razón en parte, pero también sabía cuánto esfuerzo había puesto en la batalla. Había liderado a sus hombres, tomado decisiones bajo presión, y había puesto su vida en riesgo. No era solo un peón, no para él.
“Con el debido respeto, Su Excelencia,” dijo Helios, conteniendo la rabia, “luchamos por nuestras vidas, y yo lo di todo. No esperaba que te ausentaras, pero al final, hicimos lo que era necesario.”
Elior lo miró con desdén. “Tú lo diste todo, y eso fue suficiente para lidiar con simples arqueros y mamuts. No me impresionas, Helios.”
El comentario hirió profundamente a Helios, pero también le reveló una amarga verdad: Elior no solo era su héroe, también era un líder implacable que no aceptaba la mediocridad, ni siquiera en aquellos que habían dado todo por las Repúblicas.
Mientras Elior se dirigía a inspeccionar la fortaleza, Helios se quedó atrás, sintiendo una mezcla de humillación y revelación. Si bien Elior lo había despreciado, Helios sabía que había demostrado su valía a las Repúblicas y a Kael. No todos podían ser Elior, pero eso no significaba que su propio sacrificio no tuviera valor.
Días después de la llegada de Elior, la fortaleza comenzó a volver a la normalidad. Aunque el Imparable había regresado, había una sensación en el aire de que no siempre podían depender de él. La sombra de su ausencia aún persistía en los pensamientos de los soldados y comandantes. Elior no estaría siempre allí para salvarlos. Tendrían que aprender a ser fuertes por sí mismos.
Helios, a pesar de la frialdad de su ídolo, no se dejó vencer por el desprecio. Sabía que debía seguir adelante, demostrar que no solo era un seguidor de Elior, sino un líder por derecho propio. Y mientras los rumores de la arrogancia de Elior crecían, Helios se dio cuenta de algo crucial: la leyenda de Elior podría ser inmortal, pero en el campo de batalla, cada celestial debía ganarse su propia gloria.
Elior, por su parte, contemplaba desde lo alto de la fortaleza, mientras su mente volvía a su visión de los portales. Ninguna batalla ganada, ninguna fortaleza defendida, podía compararse con el inmenso poder y misterio que aguardaba en esos otros mundos.
Los cielos sobre la fortaleza celestial se llenaron de actividad mientras los preparativos para la ofensiva final cobraban vida. Desde las plataformas aéreas, miles de aeronaves tecno-mágicas se alistaban para transportar el ejército celestial más grande jamás reunido. Colosos de guerra, gigantescas máquinas de metal y magia, estaban listas para marchar. Cada rincón de las Repúblicas Oligarcas había sido movilizado, y la figura que había inspirado todo esto, Elior el Imparable, lideraría la campaña en primera línea, pilotando su imponente coloso, El Invictus.
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Editado: 18.11.2024